Cuando uno mira un abismo, el abismo también lo mira a uno
Nietzsche
El hombre llega ante las puertas de una vieja edificación, situada en una explanada polvorienta en la que desemboca un camino, a muchos kilómetros de cualquier lugar poblado. Su edad parece indeterminada, o si se quiere, ronda ya la medianía de los años. Lleva una maleta de viajero en cada mano y una vez se ha ubicado en el portal frente a la, llamémosle casona, suelta las maletas a lado y lado de su cuerpo y seca el sudor de su cara con un pañuelo sucio, para quitarse luego el sombrero de fieltro y abanicarse con él. Hace pocos minutos el sol cruzó el cenit y el calor que hace ahora es casi insoportable, por lo cual el forastero sigue sudando como un cerdo, según sus propias palabras. Intenta gritar algo en su lengua nativa, pero comprende ahora que en este lugar nadie le entendería. “Like a piggy”, corrige suavemente y esboza una sonrisa ligera mientras opta por observar si hay un alma a su alrededor o un lugar donde pueda resguardarse del sol; al ver que no hay árboles cerca y al saberse solitario llama tres veces a la puerta con golpes rudos. Aclaremos que la puerta es de madera, de esas puertas gruesas, pesadas y cariadas por el tiempo. El polvo, que hace pocos instantes había quitado de su rostro junto con el sudor, ya ha retomado su posición. Esto le molesta, entonces golpea la puerta con más ímpetu, pero empieza a sospechar que sus esfuerzos serán en vano. Sin embargo, no pierde la esperanza de que haya alguien, acaso el hombre que ha venido a buscar desde tan lejos, escuchando al otro lado de la puerta, pero que por temor o por indiferencia no se decide a abrirle. Espera unos minutos, mientras trata de ubicar su mente en los rincones del mapa que estudió con minuciosidad durante tantas noches para no perderse, para saber con total seguridad el lugar en que situaría sus pasos desde el mismo momento en que abandonara Liverpool. Con soberbia y algo de preocupación reconoce que está perdido y que fue un error, más que un olvido lamentable, no haber traído el mapa consigo. De repente cree escuchar un ruido seco dentro de la casona, como si un bulto de arena hubiera sido descargado sobre el piso desde poca altura. Por algunos segundos deja de abanicarse con el sombrero, agudizando su oído en espera de que se produzca otro sonido, pero no ocurre tal cosa. Sólo el graznido de algunas aves que vuelan en desbandada hacia el norte y que le distraen de la situación. Enseguida coloca una maleta sobre otra y se sienta en ellas pensando en lo que debería hacer. La ropa que lleva puesta le hace sentir incómodo. El pantalón le aprieta innecesariamente y la camisa de seda negra se le adhiere a la piel a causa del sudor, que no cesa de fluir. A diferencia de nosotros o de algún paisano, el forastero no sospechaba las condiciones tan extremas de la región. “Shit” murmura de forma inaudible y se abanica con más fuerza. De nuevo cree percibir un sonido atrás de la puerta, pero esta vez le parece más prolongado, más siniestro, como si arrastraran algo con mucho cuidado; podría ser el mismo bulto o tal vez un cadáver, porqué no. Esta última idea le parece tan descabellada que se ríe de si mismo. Decide entonces rodear la casona y ver si hay un sitio por el cual pueda ingresar a ella. También quisiera encontrar algo con que saciar la sed porque lleva demasiadas horas caminando bajo ese sol devorador. Se levanta con lentitud y suelta el sombrero sobre las maletas, sin dejar de prestar atención por si se repite el sonido o hay uno nuevo. Empieza a caminar hacia la esquina oriental de la casona y resuelve gritar, de todas formas da lo mismo si no hay nadie. “Hello? Is anybody here?” Como imaginaba, no hay respuesta. “¿Hola?”, repite alargando las vocales con pésima pronunciación. Por supuesto, el hombre tampoco sabe que en estas tierras es habitual hallar perros en cada casa para cuidar o alejar visitas indeseadas; por esto no echa de menos el no encontrar o escuchar alguno y sigue avanzando sin temores; pero al llegar a la esquina intuye que allí hay algo fuera de lo común, aunque no alcanza a definir qué puede ser. El silencio que hay a su alrededor le parece excedido, incluso simulado, y la quietud del aire le genera cierto nerviosismo. Entonces rememora los diecisiete años al servicio de su Majestad en la Real Armada Británica para darse valor. Comienza a silbar una tonada militar sin mucha fuerza y marcha al compás de cada nota hasta cruzar todo el costado lateral de la casona. Al llegar a la parte posterior se detiene y observa el paisaje agreste que hay detrás de esta, paisaje que no es muy diferente al que ha visto toda la mañana, cuando abandonara el jeep que lo condujo desde el caserío hasta aquí, varias horas atrás. Hasta ahora el forastero no se ha preocupado por el cómo va a salir de este pequeño infierno porque lo que suceda después de cometer lo que vino a cometer poco le importa. Pero sí tiene claro que deberá encontrarse en óptimas condiciones físicas y mentales cuando se encuentre frente a frente con el otro. Escruta con detenimiento las ventanas del segundo piso y analiza la posibilidad de abrir alguna desde afuera, aunque sospecha que esta sería una labor muy dificultosa debido a que no hay sitio dónde hacer pie. Prefiere dejar esta opción como la última y termina de recorrer el exterior de la casona, llegando al punto de inicio por el occidente. Recoge el sombrero y vuelve a sentarse sobre las maletas mientras trata de decidir si sigue caminando, Dios sabe hacia dónde, o trata de entrar. Si bien está desorientado por el momento, entiende que está cerca del lugar al que debe llegar. Para darse ánimo saca una carta del bolsillo de la camisa y la lee por enésima vez. Es la segunda de dos cartas que le envió su hermana hace poco más de un año, donde arrepentida por su fuga con un amante, pide perdón a los suyos por su actuar inconsciente. Aquí, el hombre siente de nuevo el dolor y la turbación de sus padres por este abandono, su propia vergüenza ante los demás. Continúa leyendo para recordar los malos tratos a los que ella ha sido expuesta por aquel latino, que la hace trabajar sin descanso en una granja donde cultivan frutas tropicales; hombre que pensó que la amaba y que ahora presenta un comportamiento extraño, casi antisocial. Por último, ella confiesa que pronto morirá, pues es presa de una enfermedad terminal; razón por la cual suplica que llegado el momento, su cuerpo sea llevado a Inglaterra para ser sepultado… El efecto es inmediato: Nuestro amigo vuelve a sentir que la sangre le arde en las venas, como la primera vez que la leyó y quiere llegar al desenlace de esto ahora mismo, sea cual sea este final. En ese momento intuye que algo o alguien lo está espiando desde el techo de la casona y enfoca la mirada hacia arriba con rapidez. Una sombra se ha ocultado echándose hacia atrás justo cuando él levanta la cabeza. También pudo ser un ave que cruzó por allí. No está seguro. “Damned” exclama y patea la puerta con violencia, haciendo que el polvo de la misma se sacuda. Por instinto presiente el bloque de ladrillo que viene cayendo hacia él desde la cornisa del techo, dos metros arriba de la puerta, y que no alcanza a esquivar. Al golpearle la cabeza, primero siente desconcierto. Sucedió tan rápido que el dolor le parece ajeno. En milésimas de segundo toma conciencia de su situación: tiene la cabeza rota y con toda probabilidad, una contusión cerebral. Después cae al suelo con un movimiento bizarro y un gesto indescifrable a causa del dolor. Con una mínima señal de raciocinio trata de levantarse para huir, pero las fuerzas le abandonan y cae de nuevo. Esta vez no intenta levantarse, pero sí trata de coordinar el movimiento de sus brazos lo suficiente para arrastrarse, aunque no lo logra. Nosotros sabemos que ya es tarde. Su visión empieza a naufragar en un mar de oscuridades, que poco a poco se va mezclando con recuerdos. Aún sin cerrar los ojos, puede verse a sí mismo parado ante la entrada de una iglesia, bajo una lluvia pertinaz, despidiéndose con la mano de una joven sentada dentro de un auto que arranca a alta velocidad. No ve el rostro, pero sabe que es su hermana en el momento de su fuga…Enseguida se ve estudiando un mapa que tiene marcada una x roja sobre el sitio donde está la granja a la cual debe llegar, en una zona inhóspita de un país suramericano…Después se ve tendido sobre el polvo ardiente ante la puerta de una vieja edificación. Ve que levanta un brazo con lentitud, y poco a poco, la cabeza, para notar con sorpresa algo que no recuerda al llegar. Con dificultad alcanza a leer un gran letrero empotrado sobre una viga cerca de la entrada principal, justo al lado del camino. “Los Melones”, pronuncia con la boca llena de tierra y reseca por la sed. Luego cierra los ojos.