VIII Certamen de Narrativa Breve 2011

55- Cosita. Por M. K. Smith

          Llevaba, ceñida al cuerpo, una falda corta de color negro, con una blusa blanca traslapada del que casi se le salían los pechos redondos y brillantes, de la tensión natural, porque no llevaba sostén. Esa mañana él le había dicho: “No quiero que te pongas ropa por dentro, y si descubro que me desobedeciste, ya sabes bien lo que te va a pasar.” Si ella cumplía con el antojo de aquel hombre él no necesitaba ningún estimulante para hacerle el amor de tres a cinco veces en el día, un ritmo mantenido a pesar del año que tenían de casados. Las sandalias de tacón muy alto la obligaban a caminar contoneando las nalgas bien definidas y abombadas, era una mujer delgada pero con las formas muy bien ajustadas. Cuando se disponía a saltarse un charquito de lodo que dejó el torrencial de la noche anterior descubrió una cosita que se movía casi en el último momento de la muerte, ella no sabía qué era, lo recogió conmovida y se fue de regreso a su casa.

         El marido estaba en una hamaca y le dijo que se acercara, ella obedeció y él constató inmediatamente si ella andaba o no ropa íntima. Ella lo detuvo un poco y le mostró lo que se había encontrado. Él le preguntó qué era eso, que no parecía un pájaro, “Esta mierda no parece ni pájaro”, tal vez era un embrión de ratón o quizás de murciélago porque no tenía ojos pero sí unas alas como traslúcidas y rosadas. Parece un juguete de goma, ¡tira eso! le ordenó el marido. Ella le demostró que respiraba y estaba tan conmovida con la idea de que el cosito ese era tan dulce y tierno que se apretó el pezón chocolate hasta que se extrajo una gota de leche y se la puso en el piquito. La cosita se la tragó con hambre, con necesidad. Ella le dijo que lo tocara, el hombre tocó al animalito, ahora estaba tibio y parecía que se estaba durmiendo.
Pero qué tierno es… es tan encantador, no sé si es un embrión de pajarito o de canguro, pero es muy hermoso.

         Extraordinariamente la cría no se murió. Al contrario, fue creciendo. La mujer ya no le daba de beber con un gotero si no que lo amamantaba, se lo pegaba en su pezón y sufría calores en las orejas y en el vientre con el placer que le daba dejarse chupar por un ser tan extraño, que cuando lo encontró pesaría media onza y ahora pesaba como treinta y cinco libras. Y siguió creciendo, y le salieron tetas enormes como del tamaño 41D. Se le desarrolló un sexo gordo, oblicuo, hinchado, partido en dos, casi como el de una cerda, colorado, siempre húmedo y tibio con unos cuantos pelos rojizos y ensortijados.

         El hombre descubrió que la cosita esa que ahora se le hacía tan provocativa, no necesitaba ropa, era ciega y no hablaba, pues lo único que le gustaba o se limitaba a hacer era estar acostada(o) con las piernas abiertas esperándolo a él; que por dentro se sentía como una máquina demoledora que se agitaba suave, fuerte, salvaje y trémula.

         Ella había descubierto que la cosa era como una hija, que tenía una especie de clítoris muy desarrollado. Un día, mientras la estaba bañando, se lo tocó accidentalmente y la tripita-clítoris se le abultó, se inflamó de pronto y se estiró como del tamaño del sexo de un burro. La mujer se puso tan excitada que lo deseó una y otra vez, horas y horas se le pasaron con la misma fiebre, hasta que casi se muere. Sentía la vagina como un imán hambriento, aquella cosa era como una hija o un hijo suyo, pero también sentía que de un momento a otro podría ocurrir una desgracia si conservaba esa fuerza creciente del deseo. Imaginó, soñó, deseó o había sentido que en el acto sexual podía tocar la muerte, y disfrutarla, como una agonía espantosa y deliciosa a la vez.
El hombre, insaciable mujeriego, se calmó. Ella no volvió a tener sexo con él, se entregó a rezar el rosario día y noche, caminó de rodillas por las calles asfaltadas de la ciudad. Nadie supo a qué se debía tanto sacrificio.

         Una mañana mientras ella dormía, el marido se llevó a la cosa con él, huían para siempre y nadie averiguaría nunca para donde se irían. La nota decía: “Amor, lo lamento mucho, pero no podemos seguir viviendo así, o es tuyo o es mío. La verdad es que estoy loco por él. Me he dado cuenta de que soy muy hombre, me fascina poder penetrarlo y sentirle la forma de las tetas, pero también quiero ser el único penetrado por él. Ya no me importa nada, trata de ser feliz con algún otro, que éste es mío y nadie me lo quita.

         La mujer se sintió vieja, fofa, arrugada, acabada. Recordó que esa mañana se vio canas en el pubis y nuevas arrugas en la frente. Se sentó en el inodoro, desgajó suavemente la cabeza de larga cabellera sobre sus rodillas, hizo toda la fuerza que pudo. Comenzó una tormenta de fin de mundo, ella siguió haciendo fuerzas, y así la encontraron muerta.

         La mujer policía observó que en fondo de la taza del retrete se movía algo, lo sacó. No sabía qué era, pero se colmó de ternura y lo lavó con agua fresca. Decidió llevárselo a su casa para ver si lograba revivirlo. Ese día en el periódico de la ciudad una notita interesante ocupaba la esquina de Curiosidades: Entre los desastres que provocó la tormenta de anoche también se puede incluir la aparición en todas las calles de la ciudad de un extraño espécimen que probablemente fue sacado de su hábitat natural. No tenemos idea de dónde proviene, pero sí se tiene noticia de que algunos parecían resucitar al ser alimentados con leche tibia.

Salir de la versión móvil