63- Chimpy. Por Carbayon80
- 24 junio, 2011 -
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Con la salida del sol, una explosión de vida sacudió aquel rincón de la selva. Los sonidos de la noche se apagaron y surgieron otros, los de la luz y la exuberante vida vegetal y animal de aquel rincón privilegiado. El pequeño chimpancé se desperezó al despertarle un rayo de sol que atravesó el follaje de tamarindos que le cobijaba. Su hermano mayor – al que su familia llamaba Koeman –llevaba ya un rato haciendo ejercicios gimnásticos en la playa. El padre había salido a recoger frutos por las cercanías, mientras la madre cuidaba de los mellizos, dos bebés berreones y guerreros. Tenían hambre, y mamá chimpancé los amamantaba, aguantando impertérrita los mordiscos en sus pezones.
-Koeman, vete al bosque a ayudar a tu padre – gritó la madre- y llévate a tu hermano Chimpy, que ya está despierto.
-Chimpy no vale para nada. Que se quede contigo. – dijo Koeman, y se metió entre los árboles, saltando de rama en rama.
No habría recorrido una milla entre la espesura, cuando se detuvo en seco. Algo había llamado su atención, su inconsciente instinto de macho joven avisaba a su mente simia de que debía estar atento. Y- efectivamente- al fin la divisó. Era una hembra joven- y preciosa- colgada de una rama a unos cuantos metros de él. No la había visto antes, porque los rayos del sol mañanero la habían ocultado. Cuando la chimpancé advirtió la mirada de Koeman, dio un respingo y escapó como un rayo, saltando por las ramas. El bueno de Koeman no lo pensó dos veces: olvidando a su padre, o cualquier otra cosa, emprendió una desesperada persecución. Lo que había visto era algo especial, divino quizá, que le había estremecido desde la nuca a los pies. Su vida ya no tenía otro objeto que seguir aquella visión.
Saltó entre las ramas, a punto de caer varias veces, empeñado en alcanzar a aquel ángel, o lo que fuera, que había despertado en él un cúmulo de sensaciones desconocidas, aunque todas agradables. Ahora la había perdido de vista, pero su instinto le decía que iba en la buena dirección. Las ramas rotas y los movimientos de los pájaros y otros animales señalaban a Koeman el buen camino.
Tras una carrera a través de la selva de muchos minutos, al fin la vio de nuevo. Estaba descansando al pie de un árbol altísimo, que la hacía más diminuta, pero aún más atractiva. Era como una joya, le habría parecido una fruta preciosa caída del árbol del paraíso, si el chimpancé hubiera leído alguna vez la Biblia. De la garganta de Koeman salió espontáneamente un grito agudo, un potente y sonoro alarido, la primera llamada de la pasión, del celo salvaje. Pero la joven chimpancé no estaba para bromas eróticas. Asustada por el miedo a lo desconocido, dio otro grito, muy distinto, y huyó despavorida en lo más profundo de la selva.
Koeman quedó desconcertado. Pero, después de considerar la situación, decidió que debía acercarse a su preciada presa con algún presente, un regalito que la atrajera. Y, mirando a su alrededor, se decidió por un plátano, una enorme banana que arrancó, bien madura, de un racimo a su alcance.
Y así, blandiendo la banana, continuó su carrera por la selva. Unos gritos de bonobos – chimpancés enanos- un poco más adelante, le indicaron que quizá su presa había pasado cerca. Los bonobos son muy activos sexualmente, y la hembra chimpancé no podía haber pasado desapercibida. Koeman sospechó que la habían visto. Cuando pasó por la tribu de chimpancés enanos, estos se dieron cuenta enseguida de lo que perseguía, y le hicieron señas:
-Por allí, por allí..! y sonreían maliciosamente. Algunos se fijaron en su enorme banana e hicieron gestos admirativos y aprobatorios. Alguno que se sobrepasó en sus gestos, recibió una bofetada de su pareja.
Koeman continuó su marcha. Comenzaba a estar cansado de correr, el calor era sofocante, y tenía mucha sed. Pero alguna fuerza extraordinaria le mantenía corriendo como loco en pos de algo nuevo y maravilloso, algo como los tesoros escondidos de los
cuentos de su abuela. Cuando ya empezaba a pensar que no volvería a ver aquella sublime criatura, se encontró de repente en un claro del bosque,
Una tribu de chimpancés estaba reunida en el centro. Eran como veinte o más. Un individuo, parecía el más viejo, les dirigía la palabra, muy serio, acompañándose con grandes gestos. Todos escuchaban con atención. Pero lo único que vio Koeman fue que su adorada perseguida estaba entre ellos, arrimada a un chimpancé adulto, alto y de fuerte musculatura. El joven enamorado, agotado y perplejo, se dejó caer del árbol que lo sostenía. Un golpe seco sobre la hojarasca llamó la atención de alguien del grupo. Koeman estaba perdido.
– ¿Qué hacías espiándonos? ¡Habla! ¿De qué tribu vienes? – El macho-jefe de la comunidad del bosque gritaba, con gestos amenazantes ante Koeman, éste fuertemente sujeto por dos jóvenes chimpancés.
-Nada, nada, yo no espiaba. Os lo prometo. Me he perdido en esta parte de la selva, Buscaba una salida a la playa…
-¡Mientes! Atadlo y encerradlo en la cueva- clamó el jefe. No queremos fisgones, ya tenemos bastantes problemas…
Y así el joven enamorado fue encerrado en una cueva cercana, donde aquella tribu custodiaba a sus presas. Era un lugar tenebroso, húmedo y maloliente. Allá quedó Koeman, atado de pies y manos, y temiendo por su vida. Temblaba, no sabía si de frío o de miedo. Quizá de ambas cosas. Pero, ya bien entrada la noche, cuando todos los animales estaban descansando, y el silencio caía como un manto sobre la selva, algo se deslizó por la entrada de la cueva. Koeman no podía dormir, y al oírlo, sus temores aumentaron. Tal vez una serpiente, o algo peor, estaba merodeando por aquel antro, y él no podía defenderse. La sorpresa fue mayúscula cuando, al cabo de unos segundos, pudo distinguir una figura que se acercaba. Estaba seguro: era la joven hembra, que venía a salvarlo. La joven se aproximó, sin decir palabra, indicándole por señas que no hiciera ruido ni hablara, mientras rápidamente le soltaba manos y pies. Koeman no podía creer lo que estaba sucediendo. Cuando se convenció de que no estaba soñando, solo pudo hacer una cosa. Se abrazó con fuerza a su ángel salvador, a su adorada aparición, y la cubrió de besos y caricias. Ella no opuso ninguna resistencia, y la noche se convirtió en una explosión de estrellas, en un festín salvaje de amor y pasión, como nunca lo había sentido ninguno de los dos jóvenes. En medio de los arrebatos y apasionadas gestas del amor más salvaje, ella intentaba evitar ruidos, que nadie les oyera, pero Koeman estaba demasiado fuera de sí, de entusiasmo y pasión, para que nada le importara ya sino la maravilla de aquel amor.
No pasó mucho tiempo, a lo sumo una media hora, cuando uno de los chimpancés encargado de guardar la cueva, oyó ruidos dentro. Llamó a un compañero y entraron, armados con palos
Los jóvenes enamorados estaban perdidos.
Cuando salió el sol, la tribu entera se reunió en el claro del bosque. En el centro, el gran jefe de la manada,- el que hablaba la tarde anterior –, permanecía muy serio, rodeado de otros chimpancés machos. Koeman y su joven amor estaban fuertemente atados y custodiados. El fornido chimpancé que acompañaba a la joven cuando llegó Koeman permanecía en pie al lado del jefe, con el rostro desencajado por la rabia, mirando a la pareja con odio. Y entonces habló el jefe.
– Extranjero, no eres de nuestra comunidad y has ofendido a este guerrero nuestro al aparearte con su hembra. Ahora deberás luchar por ella a vida o muerte. Es nuestra ley: si ganas, podréis iros lejos, no os queremos ver más. Si pierdes, tu cuerpo será colgado de aquel sicomoro para que te devoren los buitres. De la hembra ya nos encargaremos también, pues ha deshonrado a todo nuestro grupo.
Dos guerreros desataron a los prisioneros. Uno de ellos entregó una lanza de ébano- casi tan duro como el acero – a Koeman, y otra igual al joven ultrajado.
Y la lucha comenzó. Los dos contendientes se miraron con odio y temor al mismo tiempo. El joven ultrajado levanto su lanza y la mantuvo en alto por unos segundos, mientras preparaba el golpe certero. Koeman estaba petrificado, sin reaccionar. La percepción de algo que no cuadraba con la realidad le tenía perplejo Entonces sucedió. Una especie de flecha surgió de un rincón de la espesura y voló hacia el guerrero. Fue un instante,- visto y no visto,- pero el joven, atlético y fuerte, cayó fulminado. Su lanza rodó por el suelo, y su cuerpo quedó extrañamente retorcido a unos metros de Koeman. La flecha había atravesado su corazón. Todo el grupo de
chimpancés quedó estupefacto. No entendían nada. Pero pronto reaccionaron y corrieron hacia el grupo de árboles de donde había surgido aquella flecha. Koeman tampoco comprendía nada, pero a su vez reaccionó, se dirigió hacia la joven y agarrándola de la mano la llevó corriendo hacia la selva. Ahora se daba cuenta de que, unos minutos antes, le había parecido ver a su padre, con su hermano Chimpy, en el lindero del bosque. Ellos andaban por allí y les habían salvado. Para evitar al grupo de chimpancés furiosos, Koeman arrastró a su amada por un camino opuesto. Corrían
despavoridos, tropezando y dando traspiés por ramajes y arbustos. Luego, rápidamente subieron a un árbol muy frondoso, donde se detuvieron a coger aliento y estudiar su situación Los chillidos y gritos de los chimpancés llenaban la selva. Hasta los pájaros huían asustados.
Tras una larga y accidentada travesía por la intrincada selva la pareja de enamorados al fin avistó la playa donde residía Koeman y su clan. Fueron recibidos por la madre que seguía allí, al cuidado de los bebés, nerviosa y preocupada por los suyos, ausentes y que creía perdidos.
– Mamy, ésta es Kina, mi pareja. Quiero que viva con nosotros.
–Bienvenida, Kina, ven a lavarte y descansar, mientras me contáis qué ha pasado. Tu padre salió esta mañana con Chimpy, tu hermano, a buscarte. Te creíamos perdido o muerto.
-¿No ha vuelto mi padre? El joven chimpancé estaba preocupado.
Sus salvadores no estaban, ni aparecieron en toda la noche. Cuando Koemen, a la mañana siguiente, se disponía a salir en su busca, pasara lo que pasara, una figura apareció en el lindero del bosque.
El padre de Koeman, con el rostro contraído y el andar cansino, casi a punto de derrumbarse, avanzó hacia el hogar familiar. En los brazos traía el cuerpo del joven Chimpy, como un muñeco roto, sin vida.
Los ojos de Koeman se llenaron de lágrimas, mientras la madre gritaba como loca.
– Chimpy, hermano, tú no valías para nada,…- y Koeman no pudo continuar.
EXTRAÑO RELATO, SE SALE DE LO COMÚN, TAL VEZ AHÍ SU VALOR. SUERTE
Hola Carbayon80
Buen primer intento; me tomé la libertad de asumir que este trabajo que nos dejas es de los primeros que escribes.
Utilizas personajes animales, pero, de fondo, esto es irrelevante ya que no es un factor decisivo en la trama. Es un cuento lineal, tal vez demasiado visual; te recomiendo leer más y ver menos televisión jejeje, es broma. Ánimo y adelante que ya tienes la imaginación, ahora comienza a trabajar en la forma de contar, en la estructura del relato y la tensión.
Mis mejores deseos.
Bueno, pues yo sinceramente te digo que me ha gustado y es más, de este relato podría sacarse una buena película para niños. Suerte.
A mi también me ha parecido muy lineal y algo simplista, si me permites, pero se advierte un derroche de imaginación que augurua un buen futuro como escritor de historias corta. Persevera. Espero que coincidamos dentro de unos cuantos certámenes para averiguar si me equivoco en mi juicio. Mucha suerte y ahi va mi voto
¿Chimpy? Si solamente el nombre ya tira p’atrás. ¿Como se puede ser tan moña? Anda, anda, leete unos cuantos cuentos más antes de pergeñar otro bodrio como este
¿Un cuento?
Suerte
Lo mejor del relato es que tiene mucha fantasía.
Suerte.
Verosimilitud… creo que es algo en lo que puedes trabajar; me gusta tu derroche de imaginación. Un abrazo y mis mejores deseos para el certamen.