65- Laberinto. Por Cariari
- 25 junio, 2011 -
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Las luces de los semáforos lanzaban destellos que herían su retina obligándole a cerrar los ojos de manera involuntaria. Se sentía tremendamente cansado, como si llevara más de dos días sin dormir; aunque quizás llevara más, porque las cabezadas que había dado dentro del taxi mientras esperaba a los clientes, no podían considerarse sueño, más bien eran pesadillas donde veía llegar a gentes desconocidas que lo insultaban y le llamaban ladrón, y le exigían que pagase sus deudas, amenazándolo con juicios sumarísimos. A estas personas se agregaban otras todavía más violentas, provistas de palos, cargadas con enormes candados y gritando a coro: ¡desahucio! ¡Desahucio!.. -¡Cuidado!- Gritó el pasajero casi con el corazón en la garganta. Juan pisó a fondo el freno del coche y con un seco chirriar en el asfalto, lo dejó clavado sobrepasando ya la línea blanca con el semáforo en rojo.
Juan se había aficionado a la lectura en sus largas horas de espera. Antes leía sobre todo biografías, más tarde se pasó a las novelas de éxito de autores españoles y americanos, y después se sumergió de lleno en los libros de Stephen King y Fran Kafka. Sus historias le impresionaban de tal manera que no se conformaba con leerlos una vez, algunos de ellos los había leído ya decenas de veces. Cuando no tenía un libro en las manos se devanaba los sesos pensando: “Después de 28 años de matrimonio, trabajando todos los días con el mínimo descanso, con una sola hija, que hace años que ya vive con su pareja, ¿qué es lo que he conseguido? Nada, solo deudas. Mis amigos ya pagaron sus coches y sus casas. Pero en la mía ¿por dónde se ha esfumado el dinero? ¿Qué ha hecho Pili con todo lo que he ganado? Yo nunca me he preocupado de la administración siempre he confiado en ella”.
Los compañeros de Juan lo veían hablando solo, gesticulando con manos y brazos y con la mirada perdida en el interior de sus pensamientos, y a veces lo invitaban a un trago y él los seguía como un corderillo, con la cabeza gacha y el andar derrumbado. Los que lo habían conocido con veinte años menos recordaban su extraordinario porte; su cuerpo bien formado, su tez morena, sus hoyuelos en las mejillas, y esos ojos verdes grisáceos que encandilaban a las mujeres. Ahora cogía la cerveza sin alcohol (siempre había sido abstemio), y bebía con ellos retraído en cuerpo y espíritu. Las palabras que sus amigos esperaban no salían de su boca; pero daba igual ellos estaban al cabo de la calle y sabían que lo del desahucio era cuestión de días. Cuando él se marchaba arrastrando los pies, como si llevara un enorme lastre en cada uno de ellos, sus compañeros intercambiaban algunas frases: -Mi mujer dice que en todas las casas es necesaria una mujer que tenga cabeza-. – Y la mía opina que cuando se vive por encima de las posibilidades…
Entre los llantos y reproches de Pili trasladaron los muebles a un pequeño pisito de bajo alquiler. Y fue entonces cuando comenzaron en serio las desgracias de Juan.
Pili nunca había sido una mujer sexualmente muy activa pero a partir de esos días declaró una abstinencia indefinida. Las pocas ocasiones en que a Juan le atenazaba la virilidad, se topaba con el más sólido glaciar. De manera que tenía que replegar sus pequeños conatos y olvidarse del tema durante una temporada imprecisa.
Las letras del coche seguían llegando y los servicios del taxi disminuían. Pili se había tenido que privar de la asistenta que limpiaba la casa y los eternos días sin salir de ella para hacer compras se le antojaban como la mayor de las penurias. Todo este drama repercutió en el único culpable, según ella, su marido. No perdía ocasión al verle para lanzarle todo tipo de mensajes denigrantes; las palabras más perversas salían por su boca en forma de torpedo para herir en lo más profundo de los sentimientos. Sabía cómo hacerle daño. Lo comparaba con otros conocidos que habían triunfado en la vida y tenían a sus mujeres hechas unas reinas, pero claro, él siempre fue un melindroso y nunca tuvo el mínimo carácter. A medida que Juan escuchaba todas las peroratas día tras día, iba asimilando su contenido, absorbiéndolo igual como la sal se disuelve en el agua. “Pili tenía razón- pensaba-; -siempre he sido un cobarde y no he tenido valor para cambiar mi suerte; para conducir un camión e irme al extranjero. Me han faltado agallas en la vida”.
Una noche al llegar a casa ella lo estaba esperando sentada en el sofá. En su rostro no se percibía ningún signo ni de emoción ni de contrariedad, por la mente de Juan cruzó como un relámpago el hecho de un posible acercamiento, pero la rotundidad de las palabras de Pili lo dejaron helado: -Voy a pedir la separación-.
Juan se quedó con las deudas, sin los muebles y con la obligación de pasarle a Pili una pensión fija todos los meses, que suponía para él un ahogo más fuerte que si le hubieran atado al cuello una gruesa soga de esparto. Taciturno y medio embobado bebía la cerveza sin alcohol en compañía de sus amigos, mientras éstos le conminaban:–búscate un buen abogado; así no puedes continuar.
– Y me queréis decir con qué le pago.
El silencio más elocuente seguía a sus palabras.
Amodorrado dentro del coche, que era el único espacio propio que le había quedado, deliraba con las historias de Kafka: Un tribunal lo juzgaba y no sabía por qué motivo. Eran gente extraña que no creían en su inocencia. Al emitir el veredicto de culpabilidad Todo el público que llenaba aquél sinuoso pasillo se abalanzaba sobre él gritándole improperios, escupiéndole en la cara; le llamaban renacuajo, inútil, y con unas enormes cadenas que arrastraban, le rodearon el cuerpo aprisionándolo a la vez que se iban retirando en forma de abanico. Juan no podía respirar y sentía su cuerpo estrangulado por la fuerte presión de las cadenas. Los brazos se fundían con todo el esqueleto y las piernas se alargaban de tal modo, que podía verlas caminar sin pies a una distancia de dos metros. Notaba cómo su cabeza se comprimía provocándole un insoportable dolor. Comprobó que su piel se volvía de color azul por la falta de oxigeno y en un esfuerzo titánico se deshizo de las cadenas y dando un enorme salto abrió la puerta del coche. Comenzó a reptar por el asfalto mientras conductores asombrados le pitaban y maniobraban con celeridad tratando de esquivarlo. Él seguía zigzagueando, sacando una enorme lengua de la boca; enroscándose y desenroscándose; arrastrándose sin rumbo fijo. Cruzaba la calzada una y otra vez. Un Camión frenó con violencia arrastrando su caja hacia delante y formando la tijera. No hubo escapatoria, un cuerpo totalmente aplastado quedó sin vida ante la mirada de estupor de los conductores y peatones.
Una anciana exclamó: -Pobrecillo; ¿porqué habrá hecho eso?
Un buen relato que refleja una realidad más habitual de lo deseable. Me ha gustado aunque no le vendría mal un pequeño repaso para corregir algunos detalles.
Un saludo con mis mejores deseos para el certamen.
Un texto invertebrado. Una novedad.
Interesante y muy arriesgado, lo que me da gusto leerlo.No puedo pasar por alto el «Fran Kafka» como error, pero es una bobería. Aunque en este certamen veo, que hay autores que comparten ideas parecidas con resultados diferentes y este relato se emparenta con otro en que se mueve una influencia Kafkiana, en este más explícito, más allá de nombrarlo
Interesante y entretenido, aunque no logro comprender la elección de la estructura.
Suerte.
KAFKA ESTÁ HACIENDO DE LAS SUYAS EN ESTE CERTAMEN. BUEN RELATO, FELICIDADES.
POR FAVOR OS PIDO A LA ORGANIZACIÓN DEL CANAL LITERATURA QUE SUPRIMAIS LOS NÚMEROS DE LAS PÁGINAS PORQUE AL DESCOLOCARSE QUITAN AL RELATO RITMO Y MALOGRAN LAS FRASES.
GRACIAS.
Ya está arreglado.Gracias por advertirlo.
Saludos
Buen relato, me ha gustado. Suerte en el certamen.
Yo lo leí tan pronto lo subieron, pero me fue imposible comentar porque no entendía el recurso de dividirlo tan arbitrariamente, cortando hasta las frases. Hasta llegué a pensar que era un simbolismo por lo de la especie de serpiente, al final; pero no me animé a exponerlo jejeje, cosas que pasan.
Interesante, sí. Entretenido, también. Un delirium con cerveza sin alcohol.
Una realidad deplorable hecha relato. Hay mucha sensibilidad a través de las líneas ¡y no le falta ni el final kafkiano!
Muy de actualidad, y por desgracia cercano. Me ha enganchado desde el principio y creo que ha sido gracias a la estructura y a tu forma de relatarlo, aunque otras personas no lo vean.
Mucha suerte!
El juego entre la realidad y la ficción está bien manejado (y eso no es fácil).
Suerte.
Un hecho real y cotidiano.
Suerte
Bien contado y agradable de leer; la realidad se abre paso a empujones. Un abrazo y muchos éxitos en el certamen. Me gustó bastante.
Real e irreal al mismo tiempo. Real por lo cotidiano de la situación que se describe (demasiado vigente en estos tiempos que vivimos) e irreal por lo que de irreal tiene todo desenlace kafkiano. Merece un poco más de esfuerzo de revisión, pero en general me ha parecido un buen relato.
Un saludo y mucha suerte para el concurso, Cariari.