ÉL
Cuatro de la mañana, hora señalada en el despertador para laborales y festivos. Mi mano busca el celular, con el reflejo aprendido y remojado tras años de experiencia. Se apaga y da inicio a uno o dos minutos de impulso para bajar de la cama y despojar por unas horas al sueño de su trono.
El camino al cuarto de estudio lo transito casi como autómata en la oscuridad, a menos que se cambien los muebles de lugar, lo que me supone al menos ocho días de moretones pasajeros.
Enciendo la luz y como en el génesis, la oscuridad se aparta, ocultándose ahora bajo los objetos, como medio día artificial. El computador espera el ritual de todos los días, mientras el sofá se presenta ante mis ojos, sobrio y convencido de su papel de mediador entre mi voluntad y el libro que traigo conmigo.
Mensajes idiotas, uno que otro correo interesante, titulares de periódico y la música que acompañará mi lectura es el orden del día de esta mañana sin fin.
Hora de entrar al cuarto. Un poco antes de las seis de la mañana la imagen de una mujer hermosa y casi desnuda sobre una cama testigo de muchas noches, guardiana de secretos y humedades; me detiene como tantas veces a contemplar lo afortunado que me debo sentir, aunque la verdad no sea así.
Un beso en la mejilla, una suave caricia sobre esa voluptuosidad conocida y sensual, una mirada agradecida y una ducha fría.
Te levantas fingiendo que te acabas de despertar, aunque yo se yo se que llevas rato esperando que entre en el baño para evitar una conversación innecesaria.
El baño y la ducha con agua fría no toman más tiempo del necesario, sumado a unos minutos de cavilación inevitables.
Mientras me visto, me preparas el desayuno; no tengo que perder tiempo escogiendo, pues la ropa está dispuesta sobre la cama, impecable “como corresponde”, según tus palabras guardadas en mi mente.
La tensión del desayuno transcurre con el mejor esfuerzo por parte de los dos por disimularla. Preguntas obvias, respuestas calculadas, sonrisas amables, una mano tomada y un “gracias” al final del acto.
Siento tu mirada en mi espalda mientras me coloco el abrigo y tomo las llaves del carro. Sólo ahora adivino unas lágrimas que imploran salir de tus ojos. Tu mano toma la mía, siento tu leve temblor y con una mirada cortante y una voz que quiere ser indiferente, te digo: ¡ADIOS!
ELLA
A las cuatro de la mañana suena tu celular sin importar que tengas o no que trabajar, total, parece que vivieras solo, no tengo derecho a dormir un poco más así no tenga ninguna razón para madrugar; tal vez por eso el minuto que tomas para levantarte al fin, se me hace interminable.
Por fin sales del cuarto dando pasos de borracho, tropezando aunque las cosas nunca cambien de lugar. Ahora que estoy despierta no me queda más remedio que recordar. Parecías ser otra cosa, hace unos años prometías ser un hombre de éxito, un triunfador: no resultó así. Tu jefe es diferente.
A las cinco de la mañana me levanto y te miro, como tantas veces. Un cuadro que podría ser interesante –un hombre con un libro en sus manos, un computador encendido- , da una imagen diferente desde mi orilla: un hombre entrando en años, sosteniendo un libro sobre su pecho, frente a un computador mostrando una página de porno; un desperdicio de talento, mi esposo.
Vuelvo a mi habitación y me acuesto nuevamente, para que observes lo que ya no tendrás, lo que ahora pertenece a un verdadero hombre.
Siento tu mirada recorriéndome en silencio, me miras en una rutina que apenas logro comprender. Hoy me acariciaste como lo haces de vez en cuando y un beso en la mejilla me desconcertó. Ya no hay marcha atrás.
Por fin entras a bañarte dándome el tiempo necesario para prepararte un desayuno ligero, y para acomodarte una ropa que por lo menos de la imagen de lo que deberías ser.
Llega el momento de encontrarnos frente a frente. Al tiempo que comes, hablamos de cosas sin importancia, de trivialidades; tomas mi mano y me agradeces. En el fondo siento un poco de cariño por ti, pero también siento pena.
Das la vuelta para colocarte tu abrigo y tomar las llaves del auto. En ese momento las lágrimas corren a mis ojos, siento una gran tristeza de que te hayas enterado y quieras seguir conmigo. Al fin me dices “adiós”, y yo puedo llorar.