VIII Certamen de Narrativa Breve 2011

75- Principio de invención. Por Adrian Moeschke

Todo empezó por culpa de un teléfono móvil. Recuerdo que me dirigía hacia AZCA para realizar determinas gestiones relacionadas con “la más grande”. No piensen que hablo de Rocío Jurado, ya me gustaría a mí, me refiero a la hipoteca de mi casa. Pero esto es una larga historia y no pienso contarla. Bien, aquel día decidí viajar en METRO y me encontraba realizando el intercambio entre la línea 7 y la línea 10 en la estación de Gregorio Marañón. Avanzaba ligeramente por el pasillo cuando de repente me encontré con Miriam. Creo que esto si debo explicarlo. Miriam, la falsísima e intimísima amiga de mi mujer, mantuvo una relación conmigo durante un fin de semana. Mejor dicho: fuimos infieles a nuestras respectivas parejas durante un fin de semana. Fue algo puntual, necesario y deseado por ambas partes. Además, casi lo podríamos considerar como parte de nuestro trabajo. Miriam y yo dirigíamos el área de RR.HH y ese fin de semana se organizaron unas jornadas para la mejora de la comunicación y habilidades directivas dirigidas a  jefes de departamentos. Veamos, esto se resume en lo siguiente: se reservan habitaciones dobles en un hotel durante todo un fin de semana, especialmente lejos de Madrid, apartado del mundanal ruido de la ciudad y de las respectivas parejas de los asistentes. Por las mañanas, tras un espectacular desayuno, una psicóloga se encarga de hablar sobre la comunicación humana durante dos horas. Tras un descanso para tomar algo, generalmente con alcohol, la psicóloga pone a todos los participantes a jugar como en un patio de colegio. Dinámicas de grupo lo llaman, aunque en mi opinión es una vaga fundamentación teórica de cómo hacer el idiota en público sin que nadie se de cuenta. Una vez finalizada la intervención de la psicóloga se deja a los participantes al libre albedrío para, que de este modo, interactúen con el resto del equipo. Supuestamente esto creará vínculos afectivos entre jefes de departamentos, se conseguirá mayor coordinación y , por consiguiente, una mayor productividad en la empresa. Mentira, lo que realmente se consigue es caer en la tentación y acabar en la cama con algún participante. Así fue como Miriam y yo acabamos juntos ese fin de semana. Pero estábamos trabajando. Simplemente nos dedicamos a hacer lo mismo que el resto de asistentes. Además, a los dos nos apetecía pues hacía tiempo que no practicábamos sexo en casa. Por otra parte, esto no significaba que fuésemos a abandonar a nuestras parejas. Yo no quería a Miriam y ella mucho menos a mí. Y en ningún momento engañamos a nadie. No creo que una infidelidad suponga algo tan grave como para romper una pareja y poner fin a una convivencia de varios años. Creo que es peor convivir con alguien sin sentir nada por esa persona y fingir que todo sigue siendo igual que al principio. Eso si es mentir. Yo quiero a mi mujer tanto o más que el primer día y no la engaño. No comprendo como una persona puede sonreír cada mañana, convivir con alguien e incluso mantener relaciones sexuales, cuando realmente no siente nada por esa persona o simplemente ya no le atrae como lo hacía en un principio. Eso si que es una mentira. Es más, eso es lo que hacen mis amigos, mentir. Tal vez nunca hayan mantenido una relación extramatrimonial con ninguna otra persona, pero, sin embargo, ya no sienten nada por sus parejas, se aburren, detestan su vida. Aún así se empeñan en seguir hundidos en la monotonía y viviendo una vida que no les apetece vivir. Son unos mentirosos, como casi todo el mundo. Pero yo no lo soy. Yo nunca miento.

Estaba a punto de subir las escaleras cuando descubrí que Miriam y su marido se encontraban a mi lado. En ese momento no me apetecía nada detenerme a hablar con ellos. No quería mentir y mucho menos que ellos me mintiesen. Sabía perfectamente que se pararían y me preguntarían por cosas tan vulgares como el trabajo, la familia y mis planes de vacaciones. Ellos, como todo el mundo, mostrarían un falso interés hacía mí y mi situación actual. Así que no tenía más remedio que hacer como ellos y jugar a la mentira. De este modo saqué mi teléfono móvil del bolsillo y simulé el haber recibido una llamada. Esto es algo que funciona siempre. Las personas siente un enorme respeto hacía los teléfonos móviles, no tanto a sus propietarios, y es en la única situación en las que nadie se atrevería a interrumpirte. Esto me lo enseñó mi amigo Pedro. Al parecer estaba tan harto de ser atropellado e invadido cada mañana por los comerciales en la estación de Atocha que un día decidió hacer uso del teléfono móvil para esquivar dicha situación. Pedro me decía que esas chicas y chicos eran incansable. Que estaba aburrido de decirles, hasta tres veces en el mismo día y a la misma persona, que no le interesaba para nada su producto bancario. Pero ellos insistían. Les daba igual que fueras corriendo porque perdías el AVE, el METRO o simplemente porque llegabas tarde a una reunión. Aún así, estas personas entorpecían tu camino y con voz simpática te decían eso de “perdona, una preguntita”. Pedro decía que a veces era como estar en un campo de Rugby y no sólo tenías que esquivar a una persona sino a veces hasta a tres. Hasta que un día decidió fingir que hablaba por su teléfono móvil y la cosa, al parecer, funcionó perfectamente. No fue necesario ni correr, ni alejarse de los susodichos jugadores de rugby. Según me contó, estas personas en el momento en que te veían hablando por el móvil se alejaban en busca de otra victima. Y desde ese momento Pedro, siempre que cruzaba la estación de Atocha para salir a la calle Méndez Álvaro, es decir de lunes a viernes, lo hacía con teléfono móvil en mano y simulando una conversación.

Pues bien, decidí poner en práctica esta técnica de mi amigo y fingí una conversación telefónica. Evidentemente, esta estrategia requiere de cierta imaginación pues no solo consiste en acercarte el auricular al oído. No olvidemos que las personas somos muy curiosas y, si bien es cierto, que somos bastante respetuosos y no interrumpimos a alguien que mantiene una conversación por teléfono, eso no quiere decir que no afinemos el oído y prestemos la suficiente atención para hacernos eco de las conversaciones ajenas. Ya subido en la escalera mecánica y atrapado entre un chico bastante alto con una mochila en la espalda que me rozaba la nariz y una señora bastante gorda que me clavaba los pechos en la espala. Decidí, para gusto de esa señora que tenía aspecto de ser  fiel seguidora de Belén Esteban, convertirme en un periodista que transmitía un supercotilleo a la redacción de un programa de televisión. Evidentemente, si había decidido jugar a la mentira esto debía tener algún componente divertido como todos los juegos. Recuerdo la cara de esa señora cuando empezó a escuchar lo siguiente: “Te vuelvo a repetir que no hemos podido conseguir imágenes. Pero la noticia parece ser cierta. Joaquín y Merche se han quedado en el barrio de Belén para conseguir algunas imágenes. No, no. Me aproximo a plaza castilla que al parecer Jesulín se encuentra en los juzgados. No. Andrea no ha muerto. No comuniquéis nada aún. De acuerdo. Entonces me marcho para el hospital”. Estaba tan inmerso en mi actuación que se me olvidó por completo los motivos de la misma. Observé una vez arriba si Miriam y su marido estaban esperándome y no había rastro de ellos. Notaba una presencia detrás de mí y por unos instantes pensé que me sorprenderían. Pero era solamente la señora gorda que me miraba con cara de querer preguntar algo. Me sonrió. Yo me dirigí hacía el andén de la línea 10 dirección Nuevos Ministerios. Me giré y vi como la señora gorda continuaba su camino hacía la salida. De pronto ella se giró y me miró. Volví la mirada y avancé hacía el andén para montar en el tren. Nuevamente aplastado entre la multitud y el olor corporal que impregnaba el vagón conseguí llegar hasta Nuevos Ministerios. Sorprendentemente sólo me bajé yo y otra persona. Y sorprendentemente esa persona era la señora gorda a la cual dediqué mi interpretación. Juraría que la vi ascendiendo en la escalera mecánica hacía la salida en la estación Gregorio Marañón. Aceleré el paso y noté como la señora también aceleró el suyo. Me gire y allí seguía tras de mi, sonriendo y sudando como un pollo asado. Por unos instante me asusté. Aumenté aún más mi marcha, me giré y la señora gorda comenzó a correr a la máxima velocidad que su cuerpo permitía alcanzar. Era evidente que esa señora me estaba persiguiendo. Entonces me puse a correr. La señora empezó a llamarme. Yo hice caso omiso y salí a toda prisa hacia el Paseo de la Castellana. En ese momento comprendí la importancia de la mentira. Lo peligroso que puede llegar a ser. Una vez relajado, todo aquello me pareció divertido. Realmente fue estupendo. Conseguí alejarme de Miriam y su marido e hice creer a una gorda fanática de Belén Esteban que Jesulín había pretendido asesinar a su propia hija. En ese momento me sentía con poder. Era como Dios. Qué digo como Dios, era mucho más, era como la televisión.

Salir de la versión móvil