76- Obras maestras. Por El dibujante
- 30 junio, 2011 -
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Un débil rayo de luz iluminaba el pequeño semisótano en el que el dibujante, con mano hábil y fuerte, comenzaba su tarea. Había dejado atrás muchas ilusiones de triunfar como artista, pero seguía dibujando. Tenía que intentar resolver su precaria vida. Plumas, tintas y papel. Años atrás, cuando su objetivo era ser alguien en el Arte con mayúsculas, ideó una técnica de dibujo y raspado sobre un papel especial que le permitía desgastarlo, rascarlo y otras perrerías que hacían que su trabajo fuese muy especial. Aunque sin éxito; exposiciones fracasadas, despedido como profesor de dibujo y sin futuro en el Arte que él soñaba, hasta que un día, desesperado, arrugó con fuerza uno de sus dibujos. Notó que el ruido del papel era el mismo que producía un billete al arrugarse. Inconfundible. Incluso recordó, o creyó recordar, que alguien se lo había dicho en alguna exposición: “usa usted un papel que parece papel moneda y por eso lo puede manipular tan intensamente”.
¿Qué se le ocurrió? Tenía hambre. Con toda la calma y tranquilidad que puede acompañar al hambre, cogió sus papeles y su pluma y comenzó a dibujar. Su modelo esta vez sería el único billete que tenía y que guardaba, decía él, para un caso de “extrema necesidad”; un billete de veinte euros. Poco a poco, con genial maestría en el dibujo y en los colores, utilizando su técnica de grabado de hendiduras, fue dando forma a aquella copia exacta. En cuatro horas quedó satisfecho de su trabajo y acometió el dibujo del reverso del billete. En el mismo tiempo, lo dio por terminado. Recortó cuidadosamente el papel, añadió los “adornos” plateados pegados, lo planchó y luego lo arrugó ligeramente y con el hambre pegada a la piel y la tarde muy avanzada, se lo metió en el bolsillo y lo sobó mientras caminaba pensando en su honradez (veinte euros por ocho horas de trabajo son: dos euros y medio la hora. Soy más que honrado). Entró en el primer supermercado que encontró.
Compró alimentos y bebidas suficientes para aliviar la debilidad que empezaba a sentir y llegó a la caja. Su billete fue introducido por la cajera en la caja a la vez que le devolvía el cambio. Con la rapidez que le permitía su debilidad, volvió a su pequeño refugio donde dio buena cuenta de aquellos manjares ganados con su trabajo. Aquella noche durmió mejor de lo que lo había hecho en los últimos veinte años.
Se levantó temprano. Lleno de ilusiones, después de tomarse un buen desayuno, se sentó en su mesa de dibujo y empezó su faena. Con el mismo modelo que la víspera pero ya con mayor experiencia, pensó que lo haría mejor y en menos tiempo. Pero no fue así. Le salió mejor (era un artista muy perfeccionista) pero el tiempo fue el mismo. Ocho horas. Pensó en que eran seiscientos euros al mes y que, descansando cuatro días al mes, como cualquier hombre honrado, le quedarían quinientos veinte que no estaba nada mal. Gastaba poco.
Sus billetes pasaron a formar parte de las cajas de los supermercados y bares de su barrio. Seis meses llevaba con su “nuevo trabajo” y había alcanzado tal nivel de perfección que en una ocasión, por error, estuvo un buen rato copiando uno de sus billetes realizado la víspera. Empezó a llamarlos, no sin razón, “mis obras maestras” reflexionando sobre su “originalidad” comparándolas con la “vulgaridad” de esas “copias” que la gente usaba. Casi dos mil personas ya se paseaban con alguna “obra maestra” en el bolsillo. Feliz con sus pequeños ahorros, era un triunfador.
Llamaron a su puerta. Se asustó. Escondió rápidamente sus útiles de dibujo. ¿Quién es?-preguntó. La policía. Abra, por favor. Tras comprobar que no quedaba a la vista nada sospechoso, abrió la puerta. Se encontró con la cara amable del policía acompañado de una mujer de extraña belleza. Se identificaron y dijeron estar llevando a cabo una investigación rutinaria para localizar una prensa con la que, al parecer, alguien estaba fabricando billetes falsos y los estaba introduciendo en el barrio. Tenían varias denuncias de comerciantes y habían empezado su investigación por los locales en los que podía haber una prensa de imprenta o alguna máquina similar. El dibujante, aparentando tranquilidad, les mostró su pequeño taller en el que no había más maquinaria sospechosa que algún caballete de pintor. Tras una breve ojeada se despidieron disculpándose.
La mujer de la extraña belleza, ya en la calle, preguntó a su compañero: ¿Has notado el intenso olor a tinta? Lo he notado tanto como la falta de curiosidad que delata al culpable. Le hemos dicho que, en su barrio muy cerca de él, se había denunciado la presencia de billetes falsos. A cualquiera se le ocurren varias preguntas: ¿Qué billetes?, ¿en qué se nota que son falsos?, ¿pueden ser falsos los que tengo yo en mi cartera?… Todo cosa menos esa cara de tranquilidad bonachona. Creo que deberíamos solicitar al comisario un discreto seguimiento.
El dibujante continuaba con su labor habitual aunque algo asustado. Pensaba mientras dibujaba que la policía seguiría buscando prensas por otros locales puesto que ya les había oido llamar en varios locales vecinos (que la policía no es tonta y lo primero que hicieron fue despistar al sospechoso para que se confiase). Daría un largo paseo hasta un alejado barrio cuando terminara con su “obra maestra” del día.
A media tarde, con la satisfación de quien ha terminado su jornada laboral, inició su paseo y, algo más de una hora después, se sentó en la terraza del bar “El Descanso”. Pidió un vino tinto y una ración de tortilla de patatas. Disfrutó del “descanso” y pidió la cuenta. Cuatro cincuenta, señor. Sacó su “obra maestra” de la cartera y, cuando la puso sobre la mesa, una poderosa mano sujetó su brazo con fuerza. ¡Policía, queda detenido!. Unas frías y duras esposas abrazaban sus muñecas a la vez que le arrebataban su “obra maestra”.
Lo que siguió se le diluyó en la memoria. Un triste viaje a comisaría, una acusación de “con las manos en la masa”, un interrogatorio con un abogado joven y despistado y un furgón con presos hacia una cárcel de diseño. En su celda minimalista de chapa quiso dormirse entre lágrimas sin conseguirlo. No entendía su situación. Trabajaba ocho horas diarias, ganaba menos dinero que cualquier otro trabajador y su trabajo requería más habilidad. Su aportación de “obras originales” al mundo del dinero no había sido valorada en su juicio rápido y él estaba allí condenado a cinco años de cárcel.
La prensa aireó el caso y lo magnificó. La policía buscaba de forma concienzuda los billetes dibujados por nuestro amigo encarcelado y “sólo” habían conseguido incautar algo más de trescientos. Cuando este dato se supo, como el dibujante nunca dijo cuántos había dibujado, las galerías de arte despertaron a la avaricia. Conocían al dibujante por sus fracasos pero también por su maestría. Y se pusieron a buscar las “obras maestras” que podían estar todavía en circulación. Encontraron algunas y las valoraron. Las primeras veinte se vendieron en dos mil euros cada una el primer día de su exposición al público. Esto hizo que las posibles “piezas” existentes en el mercado fuesen codiciadas por los coleccionistas. La crítica artística, como su autor, las apreció como “obras maestras”. La gente de la calle, miraba sus billetes de veinte euros deseando que fueran “auténticos falsos”. Los comerciantes “timados” por el dibujante, que habían entregado sus billetes falsos a la policía, reclamaban su parte en aquél absurdo botín que el mundo del arte multiplicaba sin parar.
El tiempo pasó rápido y el dibujante salió de la cárcel. Para entonces su nombre y sus “obras maestras” eran reconocidos en el mundo del Arte. Logró sin demasiado esfuerzo que la mejor galería de la ciudad le abriera sus puertas para exponer sus tristes dibujos carcelarios. Su fama le precedía. La inauguración fue la más concurrida que se recordaba. La curiosidad morbosa por conocer a aquél artista que se había hecho famoso haciendo de los billetes un Arte, llenó la sala. Pero no vendió sus dibujos. Habían sido hechos en prisión y eso se notaba.
La exposición sólo sirvió para que algunos coleccionistas, que tenían en su poder algún “billete obra maestra” le pidieran que los firmase para así aumentar su valor. Entonces se le ocurrió la idea. Firmaría sus “obras maestras” y su firma las convertiría en “piezas originales artísticas” que no podrían utilizarse como dinero. Por firmarlas, él cobraría algo que le ayudara a sobrevivir.
Con esta idea se dirigió al comisario de policía que le escuchó en compañía del juez. El juez tomó la palabra: Tenemos que prohibirle que siga dibujando billetes, aunque los firme, porque esto crearía jurisprudencia y cualquier persona en el mundo podría libremente dibujar billetes firmados lo que crearía un caos jurídico y social. Lo siento. El comisario continuó: Sin embargo- esto pintaba mejor- usted ha sido juzgado ya y cumplido su condena por un delito del cual no puede volver a ser juzgado. Lo que significa que los billetes que están en circulación, y cuya locura de valoración artística conocemos, sí podrían ser firmados por usted. Sería certificar que son “auténticos falsos”. Creemos que, de esta forma usted obtendrá suficientes ingresos de su propia obra y no necesitará hacer nuevos billetes. La policía controlará que esto sea así.
Después de una despedida cordial, el dibujante salió a la calle. En cuanto comunicó su idea al galerista, éste sacó cuatro “billetes obras maestras” de su caja fuerte y dijo:
.-Tu firma los revalorizará y, sobre todo, garantizará que son auténticamente dibujados por ti, por el hombre que estuvo en la cárcel por dibujarlos, por el genio que tuvo engañado a todo el mundo por la perfección de su trabajo. Te voy a sugerir algo más. Que los numeres. De esta forma todos serán únicos y exclusivos y, además, sabremos de una vez por todas cuántos “billetes obras maestras” hay en el mercado. Ya sólo falta valorar tu firma. Mientras estabas en la cárcel, muchos nos hemos enriquecido con tu trabajo. Esta será nuestra forma de agradecértelo. Verás; si hoy cada pieza está valorada en veinte mil euros, tu firma la revalorizaría al menos en un veinte por ciento. En las primeras veinte firmas serán cuatro mil euros por cada pieza. La galería, por llevarte la gestión y centralizarla de forma exclusiva, te cobrará un veinte por ciento de lo que tú ganes, que es un precio justo.
El acuerdo le pareció bien al dibujante y lo sellaron con un apretón de manos. Numeró y firmó en el anverso y en el reverso de los cuatro billetes del galerista y recibió a cambio doce mil ochocientos euros. Nunca había visto tanto dinero junto .
Como un reguero de pólvora corrió la noticia de que su autor firmaba y numeraba los “billetes obras maestras”. El galerista, sabiamente, iba revalorizando los precios de los billetes firmados a medida que la numeración avanzaba. El dibujante iba numerando y firmando a la vez que se hacía rico. No había firmado los mil primeros y ya no sabía qué hacer con el dinero. No sabía qué hacer con el dinero físicamente porque sólo lo cobraba en billetes que guardaba en su taller (nunca me fiaré de los bancos). Poco a poco creció en él el miedo a ser robado y sólo salía de casa para firmar. Se convirtió en un vigilante de su dinero. Quien nunca había tenido nada empezó a darse cuenta de que era peor tener todo. Dejó de salir de casa. Y dejó de firmar.
“Y aburrido entre las sombras de mi taller, cansado de contar el dinero hasta que los números dejaron de tener importancia, un día me senté en la mesa. Para dibujar. Pero no me salieron líneas… Solo me salió este diario que hoy termina. No puedo más”.
He firmado y numerado mil doscientas setenta y tres “obras maestras”.
Una idea original que se pierde con un final que no está a la altura de la misma. Pero es tu pequeña obra maestra y así la valoro y la aprecio.
Un saludo con mis mejores deseos para el certamen.
A MI ME ATRAPÓ TU RELATO, AUNQUE CONFIESO QUE LO SENTÍ UN POCO EXTENSO. ME GUSTÓ Y TE DESEO SUERTE
Lástima de final tan poco trabajado para una idea atractiva y bastante bien desarrollada. Quizás peca de previsible, enseguida se ve venir. No obstante, te deseo suerte.
6×30= 180, en seis meses sólo crearía, acorde al ritmo de trabajo que describes detalladamente, máximo 180, no dos mil Obras (en realidad sólo 6×26, ¿no?). Por cierto, cada vez que las mencionas, no hace falta que nos digas: Obras maestras; que los lectores no somos tan desmemoriados.
Bueno, ¿de qué estaba hablando? Ah, sí… Muy buena idea, algunos pasajes explicativos valen (el de la policía aguda, por ejemplo, está bien logrado) PERO (malditos peros) te faltó en el remate. La cuestión es que pintas muy bien a un artista fracasado pero talentoso, y luego, al final, lo desdibujas a un personaje diferente: ¨Se convirtió en un vigilante de su dinero. Quien nunca había tenido nada empezó a darse cuenta de que era peor tener todo¨; ¿ves? A mí me habías vendido la idea de este romántico, quería seguirle los pasos para ver a dónde llegaba y luego ¨Plof¨, desapareció en las líneas finales.
Pero, reitero, ya tienes un gran ítem: Imaginación, tu capacidad de ficcionar. Muy bien.
Mis mejores deseos.
El dibujante, al escribir su diario, pensaba en seis años pero escribió seis meses. Era un buen dibujante pero algo peor escritor.
H.K. eres un gran observador.
Idea original que comienza con fuerza, aunque al final se desvanece.
Suerte.
Me gustó leer tu relato porque me recuerda a aquel compañero que tuve cuando hace muchos años estudié arquitectura. La diferencia es que a él nunca lo agarraron y de seguro que, de estar vivo, estará disfrutando de sus eternas vacaciones en alguna isla caribeña. De un dibujante a otro, le mando saludos a tu protagonista.
Aval: El dibujante estudió también arquitectura hace mucho tiempo y dibujaba entonces billetes para probar su dibujo pero nunca los usó. La historia se basa, de lejos, en un hecho real que ocurrió en una ciudad del norte de España.
Y sí, el dibujante está vivo pero no en ninguna isla caribeña.
Saludos colega.
A mí me parece una idea novedosa, la de los billetes, para una conclusión general que es la de la esclavitud de la riqueza.
¿Un poco largo?, quizás, pero vuelvo a lo que he dicho en varios relatos. Lo cuenta el narrador tal y como quiere.
Suerte
La idea es original; lástima que esté tan descompensado el principio respecto a la parte final. A mi a veces me ha pasado en algunos cuentos, que empiezo con mucho entusiasmo pero luego me desinflo en intento finalizarlo con demasiada precipitación. No se si es lo que te habrá pasado, pero es la impresión que me dió. Pero repito,la historia es original y eso dice mucho en favor de tu gran imaginación.
Suerte
Me pareció divertido y original, aunque (coincido), quizá merecía un final más a la altura del relato, pero es tu relato y tu decisión. Un abrazo y muchos éxitos en el certamen.
Bueno, estoy haciendo mi votación particular, ni lo hice con estrellitas ni sé si lo haré ahora entre los cinco finalistas del público.
Solo que me voy a permitir después de haber tomado unas notillas sobre cada relato, decirte que para mí es uno de los equis (pocos), que más me han gustado.
Lo único que objetaría sería que parece que se deja un mensaje un tanto tópico de que es mejor no tener nada, que ser esclavo de la riqueza.
Suerte.