VIII Certamen de Narrativa Breve 2011

8- En la llanura de Al-Hamma. Por Jacobinos

-Cada sol tiene su ocaso (لِكُلّ شمْس مغْرِب)-susurró Muhammad Ibn Mardanish[1], mientras paseaba por los jardines del castillo de Munt.güd[2], un vergel desde donde se podía abarcar toda la ciudad de Mursiya[3], y que había amanecido recubierto por brillantes perlas del rocío de la mañana, ofreciendo un aspecto tan melancólico como los pensamientos del Rey Lobo, preocupado al conocer que lo que tanto tiempo había temido estaba a punto de producirse.

A la espera de una orden suya, a la altura de una fuente ricamente decorada flanqueada por frondosos setos de arrayán, cinco hombres aguardaban la decisión de su emir, el hombre más poderoso de la parte oriental de al-Andalus[4], y sobre cuyo futuro se cernían negros nubarrones ya que, según la información que acababan de proporcionarles sus espías, el temido ejército al-muwahhidun[5], el fiero pueblo venido del Magreb[6], acababa de partir desde Isbiliya[7] con destino a Madina Mursiya[8]

Un escalofrío recorrió la espalda del Rey Lobo. Envolviéndose en su gruesa durra’ah[9] de lana, recordó con estremecimiento el último combate contra los almohades cuando, comandados por el califa Yusuf I[10], los bereberes les infringieron una derrota tan severa en Hisn Garnata[11] que provocó que aquella victoria alentara el avance almohade hacia la Península, amenazando el poder almorávide[12]

Una ligera brisa incrementó la sensación de frío que le estaba acompañando durante toda la mañana. Con un violento movimiento de cabeza Ibn Mardanish se obligó a olvidar aquella derrota, ordenar sus pensamientos y pensar en la propuesta de sus altos mandos de su ejército para defender la capital de al-Andalus. Los generales, seguros de su capacidad defensiva- los flancos norte y sur se encontraban muy bien protegidos gracias al Al-Kabir edificado en la costa y al impresionante castillo de Darrax, desde donde se dominaba la totalidad del Valle de Ricut [13]– le habían planteado atacar a los almohades antes de que éstos alcanzaran la capital, sorprendiéndolos en el desfiladero de Lurga[14], donde les prepararían una emboscada aprovechando su ventaja en los cuerpos de caballería ligera, efectuando una serie de ataques de hostigamiento sucesivos para ir minando la moral almohade y obtener ventaja antes del enfrentamiento en campo abierto. 

-La caravana avanza-dijo de improviso el Rey Lobo, volviéndose a sus generales-, por eso los perros ladran (القافِلة تسير والكِلاب تنْبح). Sea pues, en una semana partiremos a Lurga. 

Tras recibir las órdenes los generales se retiraron, dejando al emir inmerso en sus meditaciones. Una vez solo, Ibn Mardanish se arrodilló y comenzó a orar para que la decisión que acababa de tomar fuera la más aceptada.  

Los días siguientes fueron de preparativos militares. Aprovechando el respeto que se había forjado entre los reyes cristianos, Ibn Mardanish mandó a distintos emisarios a solicitar la ayuda de la Corona de Castilla, argumentando que era preciso detener el avance de aquellos que, si conseguían entrar en Madina Mursiya, no pararían hasta conquistar todo lo que estuviera a su alcance. La respuesta fue inmediata, en tan solo cinco días el llamamiento del poderoso Rey Lobo congregó a trece mil cristianos en Munt.güd, formándose un ejército de más de veinte mil hombres dispuestos a hacer frente a los almohades. 

Dos días después se inició la marcha, en una mañana en que el sol relucía en lo alto del cielo sin ninguna nube en el horizonte, lo que se consideró entre los almorávides como un buen augurio para la batalla. Aclamado por el pueblo, Ibn Mardanish y su ejército partió de la ciudad de Mursiya con la decidida convicción de vencer a Yusuf I, quien, según sus informaciones, en tres días llegaría a Lurga. 

Durante dos largas jornadas las tropas cristiano-almorávides avanzaron sin apenas descanso, llegando al lugar donde un emir se disponía a jugarse su honor y su reino, el desfiladero desde donde se divisaba la población de Lurga. Inmediatamente se eligió un sitio para acampar, montaron las tiendas, cenaron frugalmente-nueces, piñones, almendras y uvas pasas- y, con la aparición de la luna, descansaron unas horas antes de preparar la emboscada a los invasores, a quienes se les esperaba al alba.  

Ataviado con su equipación de guerra- un casco de hierro en forma de huevo llamado baydah[15] , el turbante denominado imamah[16] ,y un broquel ovalado con formas curvas de origen subsahariano-, Ibn Mardanish descansaba sin poder dormir echado sobre el suelo, mirando fijamente las estrellas. Ante una prístina bóveda celeste, el Rey Lobo podía distinguir diminutos puntos de luz que cortejaban a una luna llena tan enigmática y poderosa que resquebrajaba la oscuridad del desfiladero, ofreciendo un juego de luces y sombras que llamaron la atención del emir, concretamente en la cima, donde le pareció distinguir el paso fugaz de dos figuras que parecían moverse al ritmo de un extraño haz de luz que subía y bajaba a modo de señal luminosa. Sin duda, se dijo, era una antorcha moviéndose.  

Sin avisar a la guardia para no alertar a los inesperados visitantes, el Rey Lobo se incorporó lentamente y, alfanje en mano, fue en dirección a los que seguro eran espías almohades. Agazapado entre las sombras, fue escalando en completo silencio hasta el punto más alto del desfiladero, donde pudo divisar claramente a dos hombres que movían las antorchas en dirección norte, mandando señales.  

El primer golpe que asestó Ibn Mardanish fue mortal. Sin saber qué es lo que le había golpeado, el almohade cayó fulminado al reventarle el Rey Lobo la cabeza con el broquel, derramando a borbotones una mezcla sanguinolenta de sangre y sesos. El segundo espía, tras recuperarse de la sorpresa inicial, se abalanzó con su cimitarra sobre el almorávide, haciéndole perder el equilibrio y tirándole al suelo, momento que aprovechó el berebere para huir. 

Tanteándose la nuca con la mano en busca de sangre Ibn Mardanish se quedó en el suelo, maldiciendo su suerte al saber que acababa de perder toda la ventaja. En pocas horas el caudillo de los almohades, el sayyid[17] Abu Hafs[18], con tan solo el coste de una vida, iba a conocer sus planes de ataque, evitando de esa manera la emboscada en el desfiladero. Con toda seguridad las tropas enemigas, pensó el emir, se desviarían hacia el llano de al-Fundun[19], un camino más ancho y seguro, llegando a Lurga por el oeste y aventajándoles en su camino a la capital de reino. Rápidamente se incorporó y comenzó a bajar apresuradamente para ordenar a su ejército levantar el campo a toda prisa. Había que regresar a una indefensa Mursiya.

 Con el alba dos ejércitos marchaban en la misma dirección pero por dos caminos distintos, tan solo separados por una montaña. Por un lado, los almohades cabalgaban por la parte derecha, mientras que las tropas del Rey Lobo avanzaban por la izquierda. Conscientes tanto Abu Hafs como Ibn Mardanish de la importancia de llegar primero a Mursiya, ambos ejércitos cabalgaron a toda velocidad hasta que, al llegar a la llanura conocida como Hamat bi l quad[20], situado a tan solo diez millas de la capital, los contendientes se encontraron frente a frente.  

Pese a los malos presentimientos que le invadían- el enfrentamiento se iba a producir en el peor lugar estratégico para los almorávides al tener que luchar en pleno campo abierto-, Ibn Mardanish ordenó ondear sus banderas y formar tres líneas, conforme se había previsto. Mientras, al otro extremo de la llanura, el sayyid Abu Hafs, vestido íntegramente de verde, color del Corán, desplegó sus fuerzas: en primera fila almohade se situó una exigua línea de infantería ligera,. Apostados detrás se encontraban los Agzaz[21], situándose a continuación, al final de la formación y en apretada línea en torno al sayyid Abu Hafs, la temible Guardia Negra[22]

Con el inicio de la puesta de sol Ibn Mardanish, tratando de ganar la iniciativa, mandó atacar en tres acometidas. Las dos primeras divisiones, formada en su mayoría por la caballería ligera musulmana-caballos pequeños pero de gran resistencia, con jinetes hábiles en el manejo tanto de la espada como de la lanza o el arco-, embestirían por los laterales. Mientras tanto, el tercer cuerpo-cristianos y caballería pesada-, arremetería al centro de la fuerza berebere con la orden de matar y romper el núcleo central que giraba alrededor del sayyid. 

A una orden del emir la primera línea almorávide inició el ataque directo contra los arqueros de la vanguardia almohade pero, para su sorpresa, los arqueros, al ver marchar la primera carga, comenzaron a retirarse sin apenas presentar batalla, desertando masivamente. Ante aquella huida el brío de los altos mandos almorávides aumentó, recomendando al Rey Lobo que sin perder un momento mandara a la segunda batería para dar alcance a aquellos cobardes.  

-¡Soldados-dijo el emir-, degollad hasta que su sangre desborde la llanura! 

Pese a sus dudas iniciales Ibn Mardanish ordenó el ataque, encomendando a la caballería ligera dar caza a los arqueros que desordenadamente trataban de alcanzar, ya caída la noche, la zona montañosa próxima a al-Hamma[23] donde, oculta tras un risco, aguardaba la potente caballería berebere africana que, armadas con lanzas y espadas, estaban preparadas para envolver y atacar a la carga almorávide cuyos oficiales no se habían percatado del ardid urdido por Abu Hafs, quedando arrinconados entre los almohades y la montaña. 

La masacre fue absoluta. En pocos segundos las flechas almohades arreciaron sobre las primeras filas de soldados y caballos, creando un gran caos entre los sorprendidos almorávides. Inmediatamente después se inició una carga berebere que mató y degolló a todo aquel que se encontraba a su paso, en una carnicería tan salvaje que, al huir, los animales tropezaban con los cadáveres que asolaban el lugar de la batalla. 

Una vez destruida la caballería los almohades cargaron contra las banderas de Ibn Mardanish que, incapaces de reaccionar, no organizaron su defensa a tiempo, produciéndose una desbandada general que aumentó aún más la confusión, luchando cada soldado almorávide por su cuenta, abandonando a sus generales y a su emir. Sin más defensa que sus propias armas Ibn Mardanish, herido de flecha en un brazo, no tuvo más remedio que huir a uña de caballo por la llanura en dirección a unas acequias próximas para poder salvar la vida, perdiendo de esta manera la batalla, el honor y, posiblemente, un reino.  

Un día después de la derrota un ejército vencido y roto-las bajas habían sido tan cuantiosas que el número de cadáveres apilados era superior a los soldados que aún permanecían a caballo- partió hacia Mursiya para tratar de defender la capital del último asalto almohade sobre el reino de un Ibn Mardanish totalmente abatido. El emir, que salió de su tierra como un salvador, ahora tenía que volver con la deshonra de haber sufrido la humillación de no poder defender a su pueblo, dejando atrás cientos de muertos y decenas de heridos que, durante la marcha, no pudieron soportar la dureza de las dos jornadas de vuelta a Munt.güd. 

Durante los siguientes días los esfuerzos de las mesnadas del Rey Lobo se dirigieron al apuntalamiento de las murallas defensivas del castillo, donde se había dado cobijo a todos los habitantes de Mursiya-más de veintiocho mil almas- y alrededores, haciéndolo inexpugnable. Mientras, otro grupo de soldados se habían encargado de asegurar el abasteciéndose de víveres y agua para aguantar durante varias semanas el asedio almohade. 

Mientras Munt.güd era un hervidero de rumores, un hombre convaleciente paseaba por los jardines del castillo buscando la tranquilidad de espíritu que le otorgara la paz interior que le permitiera alcanzar la iluminación para la guerra. De repente, embelesado por el suave rumor del agua, Ibn Mardanish, tras horas de oración y meditación, al fin sintió una sensación de tranquilidad que inundó por completo su alma, contemplando en su imaginación la manera de vencer al enemigo. 

Y en ese instante, la tierra empezó a temblar bajo los pies del Rey Lobo, cuando el atronador ruido de los tambores almohades – machacón, constante, mortal- rompió el tenso silencio en el castillo. La hora de la batalla había llegado.

[1] Muhammad ibn Mardanish, en árabe , إنن مردنيش, (Peñíscola 1124Murcia 1172) conocido por los cristianos como el Rey Lobo, rey de la zona oriental del al-Ándalus.

[2] Monteagudo, en árabe مونتيهوودو

[3] La ciudad de Murcia, لمددينة مورسيا

[4] En árabe, الانذلس

[5] Los almohades, en árabe الموحدية

[6] En árabe, عمامة

[7] Sevilla, en árabe اسبلليا

[8] Reino de Murcia

[9] Túnica

[10] En árabe جوسف

[11] Granada, en árabe هسن غرناطة.

[12] En árabe الموحدية

[13] Valle de Ricote, en árabe رقووظ

[14] Lorca, en árabe لورغا

[15] En árabe بيضة

[16] En árabe عمامة

[17] Sayyid (árabe: سيد, plural: sāda) es un título honorífico árabe que se da a los hombres que descienden del Profeta del Islam, Mahoma, a través de sus nietos Hasan ibn Ali y Husayn ibn Ali, hijos de su hija Fátima Zahra y de su primo y yerno Ali ibn Abi Talib

[18]En árabe, سعيد ابو حفس

[19] En árabe, الفوندن

[20] En árabe, حامل بي القواد

[21] los Agzaz (اغظاظ) eran temibles arqueros a caballo.

[22] La Guardia Negra o imesebelen (إميسيليبين) eran los afamados soldados que, atados con grandes cadenas y estacas que los mantenían anclados entre sí y al suelo, luchaban a muerte por su señor.

 

[23] Actual Alhama, en árabe الهاما


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