VIII Certamen de Narrativa Breve 2011

80- Deja vu. Por Versátil

Sonó el teléfono. Aturdido por la terrible migraña que rugía en mi cabeza con la furia de un vendaval en mitad del océano, descolgué el auricular.

          – No hay tiempo para contarte demasiado- dijo una voz femenina al otro lado de la línea-. Te necesito. Necesito verte esta misma noche. En media hora te espero junto a la librería El rincón de los sueños. No me faltes.

         Después, colgó.

         Perplejo aguardé unos instantes sosteniendo aún el teléfono con la mirada perdida en la nada. ¿Quién me había llamado? ¿Qué quería de mí? Algo en el timbre de su voz me hablaba de un corazón marchito y pisoteado que había buscado en mí una válvula de escape al tedio de su existencia. Algo así como un druida celta capaz de poner remedio a cualquier misterio. Pero porqué yo, un ser anodino y mediocre. Una sempiterna promesa laboral que siempre quedaba relegado a lo que ya constituía un tópico en mi vida: “Ha sido en placer caballero, ya le llamaremos”.

         Aún no había llegado al sofá, dispuesto a proseguir con mi terapia de analgésicos, lectura y café, cuando alguien llamó a la puerta. Eran las diez y media de la noche de un frío lunes de invierno, uno de esos días en que un ser solitario como yo disfruta de la vuelta a la rutina de una semana más, pero que en lo más hondo de su alma siente que el fin de semana que ha pasado jamás volverá, y los encantos de las luces de neón se le están escapando entre los dedos con el insaciable avance del calendario.

         Malhumorado por esta nueva interrupción me acerqué a la entrada. No esperaba visitas. Nunca me han gustado los amigos gorrones que se acuerdan de ti cuando no tienen nada mejor que hacer, o cuando andan escasos de dinero y para tomarse una copa optan por hacerte una visita express. Algo así como un hola-ponme algo de beber-adiós.

         – ¿Quién?- pregunté mirando por la mirilla de la puerta.

         Al otro lado la densa e insondable negrura del descansillo se llevó mis palabras escaleras abajo.

         De pronto una silueta fugaz cruzó mi campo de visión, y sin dudarlo un instante abrí la puerta de par en par. Debía de ser uno de los niños malcriados de la vecina del tercero, que cansado de crear problemas en el vecindario había optado por hacerme la vida imposible a mí en particular. Prepárate muchacho, te voy a decir un par de cositas que quizá tus padres nunca antes te han dicho, pensé al tiempo que daba la luz, para descubrir que allí no había nadie. Me acerqué a las escaleras aguzando el oído ante cualquier indicio o sonido que delatara al bromista de turno, pero fue en vano. Estaba solo. Maldiciéndome por no haber sido capaz de atrapar al responsable volví a casa.

         Cuando estaba a punto de entrar algo llama mi atención. En el felpudo, pulcramente doblado en cuatro pliegues, un papel de color crema descansaba como un soldado agazapado en su trinchera aprovechando un respiro en mitad del combate.

         – Te espero en media hora. Aún no entiendes nada, pero cuando del cielo llueva tinta serás capaz de comprender todo- leí sentándome con pesadez en el sofá.

         ¿Qué estaba pasando?, ¿qué se suponía que tenía que hacer? Al principio, cuando sonó el teléfono, pensé que podía ser una broma pesada, o incluso una llamada equivocada. Pero la misteriosa nota que sostenía entre mis manos con pulso tembloroso, me decía pese a su silencio que quien me había llamado sabía quién era yo, y lo que era más alarmante: dónde vivía. De ahí mi nerviosismo. Podía llamar a la policía, y explicarles lo que estaba ocurriendo. Alguien se estaba dedicando a acosarme. Seguro que el código penal tenía un apartado que tratase casos similares al mío, pero, claro la justicia es lenta, y en media hora escasa como la que tenía por delante no ceo que ningún juez tuviera tiempo para tomar medidas al respecto. Así que tras pensarlo unos instantes, hice lo único que podía hacer: meterme en la ducha, afeitarme a toda prisa y presentarme a la hora acordada en el lugar que se me había dicho. 

 Cuando llegué junto a la librería El rincón de los sueños no había nadie. La calle estaba desierta. Las farolas derramaban su llanto de luz sobre el negro asfalto, un gato callejero atravesó la calzada a toda prisa y el viento aullaba sobre los tejados de la ciudad. El cielo poco a poco comenzó a nublarse, ocultando bajo densos nubarrones de color plomizo las estrellas, y allí estaba yo. Solo. Apoyado en la pared viendo pasar el tiempo, y esperando a ver quién demonios me había citado allí.

         Por lo menos la migraña ha desaparecido, pensé mirando a mi alrededor.

         Los minutos se fueron desgranando en el segundero de mi reloj de pulsera, y entonces ocurrió algo. A los treinta minutos exactos desde que recibí aquella misteriosa llamada, el cielo se abrió por la mitad y una fría cortina de agua comenzó a acariciar con sus húmedas manos todo cuanto me rodeaba.

         La situación era, por lo menos, ridícula. Estaba empapado, pero permanecí en mi sitio, con la mirada fija al frente y ajeno a todo cuanto me rodeaba, como la estatua ecuestre de un militar ante los excrementos de las palomas que la sobrevuelan. ¿Qué iba a hacer? No podía irme, así que hice lo único que podía hacer. Permanecer a la espera, al tiempo que mi mente fantaseaba con el desenlace a tan misteriosa cita.

         Nunca supe exactamente el tiempo que permanecí en mi puesto, pero cuando la tormenta arreciaba con toda su fuerza descubrí algo extraño. Del cielo llovía tinta que difuminaba todo a su alrededor como un paisaje pintado con acuarela azul.

         – Te espero en media hora. Aún no entiendes nada, pero cuando del cielo llueva tinta serás capaz de comprender todo- murmuré en voz baja.

         ¿Qué estaba pasando? Era cuestión de tiempo que de un momento a otro apareciese una azafata esbozando una sonrisa para entregarme un ramo de flores y las cámaras, que hasta ese momento habían permanecido ocultas, hiciesen acto de presencia para grabarme con cara de pánfilo mientras aceptaba que todo había sido una broma.

         Pero no. En lugar de eso descubrí en el firmamento unos ojos, tus ojos, y todo a mi alrededor comenzó a cambiar como si alguien pasase a toda velocidad las páginas de un libro. Presencié hermosas puestas de sol en una paradisíaca playa tropical. El estruendo de una batalla perdida en la lejanía del horizonte y la desazón de un corazón roto al descubrir el engaño que ha sido toda su vida. No sabía a ciencia cierta qué estaba pasando, pero sentía como si me viese inmerso en un ciclón de recuerdos. Un déjà vu de dimensiones desproporcionadas que me envolvía como un profundo sueño.

         A continuación todo a mi alrededor todo se tornó oscuro y una fuerte sacudida resonó en mis oídos. Era como si el mundo tal y como lo conocía se hubiese extinguido, hasta que de nuevo, tras un periodo de tiempo que para mí se hizo eterno, la luz volvió a resurgir en el cielo. Tus ojos seguían mirándome entre divertidos y ansiosos, hasta que comprendí todo. Yo soy el personaje creado por una mente aburrida y tú, sí tú, esos ojos que me leen en mitad de la noche haciendo derramar mares de tinta sobre las páginas que narran mi vida, compartiendo en silencio mis alegrías y disgustos, mis amores y desamores, mientras que yo por fin me siento libre del tedio que marcaba mis días sintiéndome importante ante tus gestos y sonrisas. Sé que cuando acabes de leer pronto me olvidarás y serán otros los que ocupen tus pensamientos, pero aún así te doy las gracias por hacerme un hueco en tus sueños mientras caminamos de la mano sobre esta cárcel de papel en que habito.

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