En medio del mar, a muchos metros de distancia de la tierra por cualquier lado, entre hilvanes de humo prolongados, el Español me advirtió que debía anotar todas las cosas que pensaba y decía, porque después se me iban a olvidar. Le contesté que era imposible, sentía que eso que decía y hacía parte mía como mi carne, no se iría, por lo menos no sin mí. Me confesó que definitivamente yo no estaba equivocado: esas partes no se irían sin mí, pasaría algo peor: se irían conmigo y en algún momento, que él pronosticaba no muy distante, me volvería otro que no recordaría al que se había ido.
Hay frases, me dijo, que uno suelta tan a la ligera que no se alcanza a pensar lo mucho que pueden significar realmente, por ejemplo esta frase, seguramente la olvidarás, pero ésta es una frase con carácter, o mejor, corrigió, de efecto retardado. ¿Quiere decir que llegará demasiado tarde? Pregunté con toda la seriedad de este mundo. Exacto, me dijo, mientras destapaba el segundo paquete de cigarrillos que nos fumábamos unos cuantos kilómetros más adelante. Me pareció muy serio lo que dijo, pero sus palabras no me pesaron tanto; no pensaba en aquel tiempo que me entrarían unas profundas ganas de dejar de escribir cualquier cosa algunos aviones más adelante.
Él iba rumbo a Calí pero quería primero conocer Bogotá. Hablaba de Colombia como sólo alguien que no la conoce podría hacerlo y con tanto cariño como sólo alguien que ama puede lograrlo. No sé si quería encontrar la muerte en un lugar que la mantiene viva todo el año, o si quería tener experiencias reales, no como las que le pasaban en su fantasmagórica España. Mira que digo fantasmagórica, no por lo lúgubre que pueda resultar Zaragoza, jamás lo es, sino por la cantidad de fantasmas que me estaban matando; fantasmas vivos por supuesto, esos son los peligrosos.
En todo caso desde Portugal no sonaba nada halagador visitar (sobre todo visitar, se podría perdonar ir por algún compromiso social, económico o político) a Colombia, donde acababan de morir más en sólo tres días más de cien hombres por un conflicto armado que no entienden los que mueren, ni los que matan, ni los que ni se mueren, ni hacen nada. Vidas humanas que sin importar cualquiera de los movimientos por los que estén llevando el fusil, se habían perdido absurdamente sin nadie condoliéndose realmente porque se debía guardar algo de coraje para la próxima masacre.
Desde afuera Colombia es más terrible de lo que les parece a los que subsisten en ella. Colombia duele cuando uno no se está muriendo con ella. Él me miraba un poco raro, yo ya no parecía el mismo joven que hacía una hora estaba hablando de cine y libros, el mismo que sin ningún tipo de reparo aceptó la invitación a fumar y tomar vino que brindaba un antiguo conquistador. Y no parecía, porque aún no había leído la noticia en el diario de Madrid, ni veía como se paseaba por Le Monde, o por El Tiempo, fue tan duro el impacto que sin duda no pude comprender en ese momento, lo que ese momento significaba en realidad.
Se nota que amas a tu país, sólo se puede hablar con tanto odio de algo que se ama.
Yo no odio a mi país, por el contrario tengo un maldito amor metido adentro por esa tierra.
Lo sé, te exasperas muy rápido, dijo, en cuanto apagaba un cigarro y con calma destapaba la tercera botellita de vino del viaje. No te gusta lo que le pasa y no se te nota por ningún lado el deseo de querer abandonarlo, la pregunta está en que vas a hacer por tu país, aunque ese no es el problema realmente, el problema es cómo lo harás; bueno, pero deja que después la vida o tu país te respondan, yo definitivamente no puedo decirte nada de algo que no conozco, prefiero hablar de otras cosas.
¿Mujeres?, propuse al servir la copa.
Se nota que es un tema que no te desagrada.
Me gustan, todavía no las conozco mucho.
Déjame adivinar, te dedicas a quererlas.
Expliqué que no entendía muy bien eso del cariño y que en el fondo no me importaba.
¿A veces te desespera su ausencia y otras veces su presencia? ¿A veces quieres darles tu vida y otras sientes que ellas no saben que hacer con ella? ¿Te has levantao alguna vez al lado de una mujer con la que quieres seguir durmiendo? Si te ha pasao alguna de las tres cosas anteriores, entonces no te engañes tío, las quieres. Yo no le refuté, la primera frase me había convencido, de las otras dos le daría la razón más adelante, cuando en el primer trago de la segunda botella me dijo que la vida me lo explicaría.
Nunca tuve que convivir tanto tiempo con alguien, por lo menos en el mismo espacio y en un viaje que me había llevado a conocer el amor. Salía de un amor y entraba a otro en aquellas épocas con una facilidad que asombraba a todos y no me disgustaba en lo absoluto, era solamente fiel a mis principios: no tenía ninguno. Para mi amigo Antonio las mujeres no estaban preparadas para aceptar la verdad y por eso había que dejarlas creer en el amor y en otras cosas como el maquillaje, la estética y la felicidad porque eso les alivianaba la vida, y a nosotros… también. Le pregunté por qué tanto resentimiento, seguramente ya se había casado. Algo mejor, respondió, soy muy divorciao. Noté en seguida que Colombia era el lugar que él estaba buscando para olvidar, debía ser por Carlos Vives y su Tierra del Olvido, debía ser por García Márquez y las constantes amnesias de sus cien años de soledad y sus amores en los tiempos del cólera, debía ser por la resistencia a recordar un pasado que debe salvarnos, debía ser por la intervención gringa para que nos sintiéramos cada vez con más historia ajena, debía ser por cualquier motivo, pero le aseguré que Colombia era el mejor lugar para dejarlo todo… hasta la vida.
Pero mira que lo que yo ando buscando es la vida, sé que el riesgo es un factor común en toda tu tierra y voy buscando emoción.
Bogotá es un buen lugar, le dije convencido.
Ningún grado de Adrenalina existía tanto como en Bogotá, ciudad de desconocidos y fríos sin regreso. Una ciudad donde se permitían legalmente todos los excesos de amor, como para olvidar las otras tragedias de ser un país rico, con índices de miseria tan tristes como los rostros atrás de las estadísticas, tragedias que con el tiempo se convierten en charlas de bar sin destino y nada cambia, lo único decente es despertar. Si sabes llegar a mi cuidad ella se abrirá para ti, pero te advierto, le dije, si dejas que el miedo se te note por algún lado te devorará sin compasión. Parece que ya lo ha hecho contigo, me dijo. Lo ha hecho, respondí abriendo el tercer paquete de cigarrillos y sorteando a la mujer del puesto de enfrente, quien nos reclamó por el humo que la tenía asfixiada. Zona de fumadores, dijo mi amigo.
Deberían esfumarse, atacó la dama de ojos azules.
Lo haremos, sentenció Antonio.
En la pantalla del pasillo se veía como el avión avanzaba por el mar. Un pequeño punto blanco señalaba nuestra ubicación sobre algún lugar del Atlántico cuando comenzó la tormenta. Pidieron abrocharse los cinturones y apagar los cigarrillos. Recordé las recomendaciones de un viejo amigo: sacarse el chicle de la boca para que la identificación de placas dentales resultara más fácil. Antonio fue más práctico, se levantó en medio del pánico y se dirigió a la parte posterior volviendo con cuatro botellitas del peor vino que él había consumido en su vida de experto catador. Joder, dijo, si he de morir que sea embriagado. Desobedeció la orden de no fumar y cuando la azafata le hizo el reclamo preguntó sin alterarse: ¿Qué piensan hacer, bajarme del vuelo? Una mirada de indignación de la azafata cerró la conversación y nos convirtió en antisociales declarados para el resto del vuelo. La tormenta duró quince minutos en los que Antonio me contó por qué había dejado a su esposa.
La infidelidad es necesaria cuando uno decide compartir la vida con alguien, hay que probar de todos los vinos y asegurarse de que el de casa es el mejor. La infidelidad es fácil, es hermosa, pero sólo cuando tu la cometes. Te recomiendo que si te casas algún día no pretendas saber algo más allá de lo que puedas manejar. Antonio calló, decidí no preguntar nada. Te va a parecer que me lo estoy inventado, pero ¿sabes con quién me era infiel?, preguntó sonriendo. Tomé un sorbo y respondí lo más fácil: con tu mejor amigo. Exacto – me dijo sonriendo de manera extraña – ¿Y sabes que hice? Mataste a tu mujer quitándole la piel y arrojándola a una piscina con zumo de limón, respondí para alivianar la conversación. Antonio sonrió, confesándome que lastimeramente no se le había ocurrido antes la idea. En vez de hacer lo que me dices mandé matar a mi amigo.
La tormenta pasó en ese momento, apuré un trago de vino, destapé otra botellita, apagué el cigarro. Intuí por su tono de voz que no me estaba mintiendo. Me contó que eran amigos desde pequeños y que ambos habían frecuentado la ventana de Lucía en las noches de Zaragoza, el difunto había sido el padrino de matrimonio. Posteriormente, cuando a Lucía se le había pasado la magia del amor y se la había despertado la curiosidad el antiguo padrino se había convertido en un eficiente amante. Sabes, me dijo triste, lo que me dolió no fue saber que se la estaba follando, lo que me ha jodido realmente fue el descubrir que ella lo amaba, ahí me he vuelto loco y he pensado en matarla. He durado dos años comiéndome en silencio una infidelidad a gritos, yéndome de viaje para ignorar lo evidente, pero a donde quiera que estaba me llegaban los gritos de placer de la hija de puta follando con mi mejor amigo y decidí que la mejor forma de matarla era matándolo a él.
No entró en detalles, simplemente miró el reloj y me confesó que la muerte del amigo estaba planeada para cuando él saliera a almorzar, exactamente la misma hora en la que comenzó la tormenta. No quería morir con ese secreto, sabía que yo jamás lo contaría, no teníamos otro nexo que ese vuelo que acababa en dos horas, el vino consumido sin prisa y sin pausa, los cuatro paquetes de cigarrillos, las apreciaciones sobre la vida, el disgusto con la señora de ojos azules, una amistad nacida en el aire para terminarse en cuanto llegará a tierra.
CENIZAS
Hacían el amor a plena luz del día, sin malabarismos ni gritos innecesarios, sin pudores delante de un mundo que no se había preocupado mucho por ellos y que una vez más, en ese orgasmo irrepetible, los había vuelto a dejar solos. Él pensaba en otra vida, una que no fuera tan solitaria como la que le había tocado, ella parecía estar desde hace mucho tiempo en la vida que él pensaba, él se repetía una y otra vez sobre ella, que poco a poco se iba con él, mientras él llegaba y cualquier sufrimiento relacionado con la tierra se perdía en otra parte lejos de sus pieles.
Fue un amor rápido, sin palabras, compromisos, ni reclamos. Él cumplió cabalmente con las promesas que jamás le hizo y ella se fue con su pasión resuelta.
Unos meses después nació la camada. Seis perritos consecuencia de una tarde de pasión, en la calle de una ciudad que le tiene miedo al amor.