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VIII Certamen de Narrativa Breve 2011

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83- Cambio De Raíl. Por Román Paladino

Las cosas no podían haber salido peor. Tan sólo unas horas atrás, ni siquiera hubiera imaginado que acabaría escondido en la Cueva Del Gran Oso, temblando de rodillas, con la pierna derecha doliendo a rabiar y vomitando sangre. Todo sucedió tan deprisa que no pudo pensar, sólo su instinto le pedía correr, correr con todas sus fuerzas, correr hasta con el alma para salvar su vida. Ahora que su pulso se iba decelerando, intentaba reconstruir los hechos y no alcanzaba a comprender qué pasó, de qué huía, dónde estaban los demás. Recordaba gritos, tal vez rugidos, un sonido ensordecedor, el eco de una explosión; una presencia a su espalda, un aliento jadeante, ávido, un terror que le subió el corazón a la boca, y la única y obsesiva idea de escapar, escapar, alentado por el miedo.

En poco tiempo, la cueva se teñiría de absoluta penumbra, el último haz de luz de la tarde apenas alcanzaba la entrada. Polo tenía un encendedor en su bolsillo, pero nada que quemar, el suelo era una alfombra rocosa, húmeda, irregular. Acomodó su espalda en la pared para ocuparse de su maltrecha pierna. Alumbró unos instantes con el mechero y vio su tibia puntiaguda sobresaliendo bajo la piel. Su garganta acalló un aullido de dolor y sus ojos desahogaron la tensión en forma de lágrimas, que chocaban contra el suelo como las gotas que caían intermitentes de las ubres de la cueva, enclavadas aleatoriamente en el techo.

Al cabo de unas horas, tenía la ropa y los huesos calados. Su boca, sin embargo, estaba seca como la tierra árida de afuera. Sus ojos ya no veían más que un espeso telón negro, así que alargó las manos tratando de encontrarse en la trayectoria de alguna gota de agua filtrada que tuviera el capricho de caer en ese momento. Podía oírlas: glot, glot, glot; concentrándose mucho distinguía el estallido nítido de una bolita de líquido estrellándose en el suelo, repetido por el eco que se repetía a sí mismo. Se movió a su alrededor, se arrastró buscándolas, pero sus quejidos y hasta su propia respiración se superponían al glot, glot, glot que escuchaba cuando se mantenía inmóvil. La fatiga contribuyó a aumentar su sed y Polo abandonó. Se volteó para tumbarse boca arriba y dejó caer sus brazos a los lados, formando una cruz con su cuerpo. La punta de los dedos de su mano diestra tuvo la oportunidad de caer sobre un charquito, una pequeña oquedad que recogía, sin preaviso del glot ni de su eco, la suficiente agua para mojar al menos sus labios. En un acto reflejo, rodó sobre la roca y se abalanzó sobre el charco, sin acordarse de su tibia quebrada. Sorbió de un trago y acabó los restos con lametazos caninos.

Ya sin más agua que la del sudor febril que inundaba su frente, miró hacia donde intuía que estaba la entrada de la Cueva Del Gran Oso intentando discernir el cielo, el resplandor de la luna, tal vez alguna estrella, acaso algo que le sacara de su ceguera. Recordaba las noches en el desierto, el halo de las estrellas fugaces, el silbo del viento levantando la arena. Sobre una almohada de piedra, su cabeza cedió y sus ojos descansaron, aliviados por dejar de otear en la negrura obstinada de su refugio.

Nunca tuvo buenos despertares. Se levantaba con un regusto amargo, ojeras pronunciadas, cara de enfermo. Después se metía en la ducha, zambullía su cabeza en el chorro humeante y canturreaba con desgana, escupiendo agua. Una taza de café le hacía resucitar, y así despertó, con el olfato engañado, burlado por un sueño que ese día no se haría realidad. No estaba seguro de cuánto tiempo llevaba allí, de si sólo había pasado una noche; a lo sumo dos, si hubieran sido tres debería estar muerto. Por la boca de la cueva se filtraban los rayos amarillos del mediodía. Se arrastró unos metros y colocó su pierna en dirección a la luz. Estaba inflamada, tildada de tonos morados y violetas, transformada en un trozo de carne insalubre. Se rasgó el pantalón e improvisó un vendaje. Ignoraba si hacía lo correcto, sólo trataba de que el hueso, que mantenía la piel tirante como la de un tambor, no acabara por traspasarla. Allí quedó durante horas, mirando hacia el exterior, dubitativo, calibrando si debía quedarse a la espera de ayuda o salir al encuentro de sus compañeros. Tal vez estuvieran allí, junto al jeep, malheridos como él, o tal vez estarían buscándole. Quizá habrían muerto… Si algo había aprendido de sus expediciones al desierto es que allí la vida y la muerte andan por paralelas estrechas, separadas por una línea invisible que en cualquier momento las entrelaza, como se unen los raíles de una vía férrea para cambiar de dirección sin apenas percibirlo.

Al caer la noche, regresó la fiebre. Los temblores se apoderaron de su cuerpo y sus dientes castañeaban descontrolados. Tal vez no llegaría a mañana. Seguro que estar muerto no podía ser peor.

Polo odiaba los martes. No los lunes, los martes, porque fue un jodido martes el día en el que fallecieron sus padres, y cada martes de cada semana recordaba las palabras de su abuela: “están en el cielo, se los ha llevado Dios”. “¿Por qué? Quiero que vuelvan”. “A veces Dios se lleva a la gente buena para tenerlos junto a él”. Y para qué necesitaba Dios más gente, si el cielo ya estaba lleno. Por qué sus padres y no otros, cuando él, que tan sólo era un niño, les necesitaba más que Dios. Era martes, pero por primera vez Polo despertó sin saberlo, sin la certeza de que estaba en el día en el que no podía olvidar que la justicia divina regía tan quebradiza como la humana.

Casi no podía moverse, con sus fuerzas agotadas le costaba hasta respirar. Tenía hambre, mucha hambre, y no había vuelto a beber desde la primera noche. ¿Cuánto tiempo más sobreviviría así? Afuera amanecía, el sol se desperezaba sobre el horizonte, todavía no quemaba la arena y el aire se respiraba fresco. Era el momento, salir para salvarse antes que morir sin luchar. Si le buscaban, sería mejor ponerse a descubierto, dejarse ver. Si no, tal vez podría llegar hasta el jeep y regresar al campamento. La duda le paralizó unos instantes, sólo unos segundos para reunir el coraje, inspirar profundamente y salir de allí.

Tenía el cuerpo entumecido, se asemejaba a un reptil de sangre fría moviéndose torpemente entre las rocas, en las que se apoyaba como podía para avanzar, hasta que salió a la llanura y no encontraba dónde asirse. Entonces se arrastró y consiguió ganar unos metros, serpenteando sobre la arena, dejando tras de sí un surco rectilíneo, la marca de su carga inservible, su pierna inerte. El peso de su propio cuerpo le dejó exhausto. Volvió la cabeza para mirar atrás, comprobar sus progresos. Allí estaba, a una distancia mínima, desesperanzadora, un gran oso erguido, con las garras amenazantes y las fauces dentadas con colmillos de cuchillo. El sol ya superaba la cabeza del oso y seguía su camino indefectible hacia el oeste. Pronto se colocaría justo encima de Polo, soltando sus rayos perpendiculares, convirtiendo los granitos de arena en minúsculas bolas de brasas. Tenía que seguir, Polo sabía que debía encontrar el jeep antes de que el sol le alcanzara. Clavó sus codos en la tierra y exhalando gemidos animales de rabia y desolación, consiguió adelantar su cuerpo medio metro, un metro, un metro y medio, medio metro más. Tras cada impulso, miraba al horizonte, enfocaba sus ojos tratando de apreciar algún objeto sobre la planicie. Parecía que había algo, allí, a lo lejos. Sí, algo vislumbraba tras la cortina de calima, unas sombras, unos bultos, que se movían despacio, que se acercaban hacia él. Quiso gritar, hacerse notar, pero el grito se le quedó ahogado en la garganta. Estoy aquí… se repetía, con la barbilla clavada en la arena; estoy aquí… sin que el sonido alcanzara siquiera la distancia entre su boca y el suelo. 

Una mano le enganchó el hombro y, con un movimiento certero, le giró ciento ochenta grados y lo puso de cara al cielo. El sol le cegaba, no podía distinguir el rostro de aquel hombre. Había más gente junto a él. Uno de ellos se agachó para poner su brazo bajo el pescuezo de Polo y acercarle una cantimplora a la boca. El agua limpia refrescaba sus labios, su lengua, inundaba su faringe, le devolvía a la vida. Entonces pudo reconocerlos: a Tsongá, su guía y amigo, con su característica sonrisa blanca; a su mujer, Clara, a la que por fin había convencido para que le acompañara en ese viaje; a su padre, su padre, tal como era, tal como lo recordaba, impecablemente aseado, oliendo a perfume y a espuma de afeitar. A Polo le sobrevino una sensación placentera de alivio, ya no había cansancio, ni dolor, ni sed… ¡Le encontraron, le habían encontrado!

Vamos, le dijo su padre, nos están esperando. Y Polo sonrió.

14 Comentarios a “83- Cambio De Raíl. Por Román Paladino”

  1. Rafael dice:

    Como nos ocurre con frecuencia, un buen relato escrito con estilo de novela. Bien redactado, desde luego, pero estirado con detalles y explicaciones que no siempre son necesarias para resolver el conflicto inicial, en este caso los problemas de un hombre herido y solo en una cueva.
    Mucha suerte.

  2. MOREDA dice:

    TU RELATO ES EL DE UN HOMBRE ANGUSTIADO EN UN MOMENTO DIFÍCIL Y VAYA QUE LOGRAS DESCRIBIR ESE MOMENTO. FELICIDADES

  3. H.K. dice:

    Un relato con sabor a reconciliación con la vida, y hasta con Dios, a través de una experiencia extrema al estilo Sobreviví, de no me acuerdo que canal (¿Discovery?). Se podrían aligerar varias partes y un repasito de acentuación no le vendría mal.
    Suerte en el certamen, Román.

  4. Ojo de halcón dice:

    ¿Un repasito de acentuación? Yo creo que todas las tildes están en su sitio. A no ser que se refiera a otra cosa, en mi opinión el relato está impecablemente escrito.

  5. lupe dice:

    La descripción muy minuciosa de una situación extrema.

    Suerte

  6. Barba Negra dice:

    Suerte y un saludo.

  7. Ludelux dice:

    ¿Sobreviví? Si al final lo recogen su padre (que falleció siendo él niño), el guía y su propia mujer, me parece a mí que los tres han muerto en esa malhadada excursión cinegética.

  8. Ambrose Bierce (175. El Secreto de Mademoiselle) dice:

    Me ha recordado a esa película reciente sobre la experiencia de aquel montañero que tuvo que amputarse su propio brazo para liberarse de su prisión. Algunas frases me han parecido magníficas: «las ubres de la cueva», «Y para qué necesitaba Dios más gente, si el cielo ya estaba lleno […] Por qué sus padres y no otros, cuando él, que tan sólo era un niño, les necesitaba más que Dios». Buena escritura, muy prometedora

    Suerte para el Certámen

  9. Román Paladino dice:

    Gracias por todos los comentarios. Especialmente a Ambrose Bierce por su generosa apreciación.

  10. AVAL dice:

    Sólo una duda, porque vivo en la tierra del oso. ¿Un oso en el desierto? ¿Qué tipo de oso será?

  11. Scorpio dice:

    Comparto la duda de AVAL y la apreciación de Ludelux. Me gustó bastante la descripción de la situación, como de película, y el final (creo que sobra la última línea, pero el cuento es tuyo). Un abrazo y muchos éxitos en el certamen.

  12. NOSKI dice:

    Me ha gustado Román. Buena narrativa, creando tensión que es lo que el relato pedía. Y el final, pues a pesar de lo que diga Scorpio, si no me he perdido nada, me ha parecido correcto. Podrá gustar más o menos, pero es una manera inesperada de acabar sin casi darse cuenta de que lo hacía. Y tampoco he visto ese problema que comentan de las tildes. Si acaso, en alguna frase abundancia de comas que, aunque sean correctas gramaticalmente, suelen estorbar la lectura del cuento.

    Yo personalmente hubiera introducido en algunos momentos frases más cortas. A mi juicio, en las situaciones de angustia, apoyarse en frases muy cortas, da más realidad a la escena. Suelen ser bastante efectivas. Hay un relato de Jon Abril titulado “Creía que éramos hombres”, finalista de “Cosecha Eñe” del año 2010, que te recomendaría. Lo puedes leer en Internet.

    Suerte en el certamen Román

  13. Román Paladino dice:

    Respecto al misterio del oso: la cueva tiene forma de oso, un gran oso erguido, cuya boca sería la entrada. De ahí el nombre cueva del gran oso. Creía que quedaba claro que cuando el protagonista mira atrás ve la cueva, no un oso de verdad.
    A lo mejor no debería haberlo aclarado y que quedara libre a la imaginación de cada uno.
    Por cierto, gracias por la recomendación, Noski, procuraré leerlo.

  14. Catch-22 dice:

    Vaya comienzo de día… me leo los últimos momentos de un hombre agonizante… pero que se me haya quedado este mal rollo significa que el relato me ha llegado, así que te felicito por ello! has sabido transmitir muy bien esa angustia. Estoy de acuerdo con Scorpio, para mí terminaría con más impacto en «¡le encontraron, le habían encontrado!».
    Ma ha gustado, buena suerte en el certamen.
    (yo me había imaginado un oso disecado, el que estuviera allí tenía algo que ver con la historia de la cueva según yo jajaja, bueno, la explicación más lógica es la que has dado, claro, pero no se me ocurrió…)

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