El coleccionista de cerebros no andaba cargando con cualquier “pieza” para engrosar su valiosa colección; tampoco era un personaje siniestro, exterminador de la vida en aras de su hobby. Se conformaba con los cerebros usados, los que luego de resultar inservibles, eran dejados sobre las mesas de los quirófanos, listos para su incineración.
Siempre estaba atento y excelentemente informado, sabía cuándo se producirían los trasplantes más notorios y ese día, en el lugar preciso, se presentaba bien temprano, movía sus contactos e influencias para sortear cualquier obstáculo y esperaba pacientemente hasta alzarse con el éxito de su nuevo trofeo.
Su elección eran los genios cuya fama y notoriedad, unido a un egoísmo alimentado por el poder, los llevaría a utilizar el último escándalo de la ciencia, que había logrado transferir de un encéfalo usado a uno nuevo, todo cuanto el interesado quería conservar para continuar empleándolo con mayor vitalidad.
El coleccionista había organizado una eficaz y completa base de datos a través de la cual era capaz de seguir en tiempo real la actuación de sus futuros donantes, así podía saber o intuir el momento en que la creatividad de sus elegidos comenzaba a decrecer, dando verdaderos síntomas de un agotamiento que suponía una amenaza para sus exitosas carreras.
Sabía que de inmediato contratarían la costosa operación y pedirían invariablemente que a su nuevo contenido cerebral no pasaran las cosas que, a juicio de ellos, resultaban superfluas y molestas, capaces de interferir en sus grandiosos planes de dominio y éxito, dejando en sus anteriores neuronas una gran parte de los buenos sentimientos que habían perdido la batalla contra la insensibilidad.
El coleccionador alimentaba y cuidaba con esmero aquellos cerebros semivacíos que traía hasta su casa, dentro de estos, y sin los conflictos que los odios generan en cualquier mente humana, los sentimientos más nobles crecían en proporciones inimaginables y se perfeccionaban hasta límites insospechados.
Cada cierto tiempo y en el más absoluto silencio, el coleccionista colocaba una de sus piezas ya terminadas en un receptáculo especial, lo cerraba herméticamente y en la pared externa del recipiente situaba una inscripción indeleble: “Hombre listo para amar y crear sin ambiciones, Instrucción especial: Colocar en los genios del futuro”.