Elvira no paraba de revolver todos los papeles, las tarjetas identificativas, las credenciales…y no aparecía nada. En el Apple que manejaba con soltura tampoco encontraba referencias.
Cuando él se le dirigió, lo hizo con tal apostura y gallardía, que no se atrevió a mostrarle ninguna de las dudas que sentía o más bien, presentía sobre él.
Se le presentó como Víctor Ignacio Daza Alarcón. Filósofo y pensador. Catedrático emérito de la Universidad de Viena.
En el «VI Congreso de Filosofía, vida y muerte», Elvira era la Directora del evento de renombre en el mundo entero.
Además él añadió que según estaba previamente concertado, era la suya la primera ponencia de ese día, del día en que comenzaban las sesiones. Elvira tenía que apostar todo a una única carta, o le pedía que se retirara hasta que se resolvieran todas las comprobaciones pertinentes o se dirigía al público, que ya esperaba sentado en sus cómodos sillones, inauguraba el Congreso, y pedía disculpas por cambiar el orden que estaba previsto en el tríptico informativo que tenían entre sus manos.
Se decidió por la segunda opción. Presentía que ella misma necesitaba escuchar al orador que de alguna forma la había abducido.
Elvira proyectó en la pantalla el nombre y la calificación profesional del que sería el primer ponente de aquella mañana.
El conferenciante subió al estrado y puso en el atril los papeles que contenían el texto de su exposición.
Comenzó hablando de imágenes, de las imágenes representativas de esas tres palabras que daban título al Congreso.
De la Filosofía o el filósofo, identificados con el sesudo loco. La muerte identificada con la vieja decrépita. ¿Y la vida?, ¿con qué la identificamos? Lanzó la pregunta a los oyentes, pero sólo de forma retórica, no tenía la menor intención de dejar que nadie lo interrumpiera.
Dijo querer hablarles sobre la categorización de las personas con respecto a la bondad y maldad, conceptos en todos los ámbitos, pasados de moda, pacatos y trasnochados. No tengo intención de suavizarlos con mezclas entre ellos ni demás obviedades. Tengo totalmente realizada esta clasificación, casi estanca y aún a riesgo de sonar timorato, desfasado y absolutista, necesito difundirla:
Existen personas buenas, malas y comunes.
Me centraré en los conceptos respectivos a tales categorías:
La maldad entendida como la capacidad de hacer daño gratuito al otro; no daño, sino daño gratuito. Y ratifico este calificativo, porque es lo que al daño le imprime maldad. Es la capacidad para anular la dignidad del otro. Normalmente no suele ser una conducta generalizada con todos los demás ni a lo largo de toda una vida.
La bondad por propia definición será la antítesis, pero sumándole otra capacidad, la capacidad de dejarse sustraer a veces la dignidad, sin resistencia, o al menos, sin férrea resistencia.
Y añadiría la categoría del común. Aquel humano que es malo sólo lo justo y bueno sólo lo preciso. Con alarde pantagruélico de parecer bueno, descubre la bondad por si necesita valerse de ella, sin ensañamiento, sólo rozándola y advirtiéndola. Con la maldad no podrá ni querrá cebarse, no es su fin.
Algunos de sus iguales, con frecuencia le aplican la frase: «Es buena persona, pero…» No utilizará la maldad gratuita, pero es bien cierto que gracias a abundantes y prósperos episodios de bondad hacia destinatarios elegidos por él, obviará en su conciencia actuaciones menos buenas para con otros pacientes.
Dejamos en suspenso esta clasificación, para centrarme en otro tema cuya trama espero que al final forme con este, una urdimbre bastante clara y compacta.
Se trata ahora, de diferenciar la vida en la realidad y en la ficción.
Quiero desmontar la afirmación: «La realidad supera la ficción».
Un relato, una novela, un guion, narran unos hechos de vida. Hechos donde hay actuaciones de vida, de maldad, bondad y de personas comunes. En ellos entendemos al personaje, puede que no logremos una empatía con él, pero lo comprendemos porque conocemos los antecedentes y hasta las consecuencias de sus hechos. Y sobre todo sabemos lo que piensa y lo que siente. Entramos en él.
¿Cómo se puede saber eso en la vidad real? No hay ninguna fórmula, ni aún siendo el máximo confidente del protagonista del hecho.
Establezcamos ahora la urdimbre de ambas exposiciones.
Para ello, veamos ejemplos de la ficción:
En la película «Un tranvía llamado deseo», entre los tres protagonistas; un matrimonio y la hermana de ella, se refleja maldad por parte del marido hacia su cuñada. Lo entendemos, aunque nos golpee, no se trata de darle nuestro beneplácito. Hay en cambio bondad por parte de la mujer para con su hermana.. Y además entre la pareja hay bastante, de comportamiento de comunes. ¿Podríamos entender todas esas relaciones en la vida real?
En la cinta de «Los puentes de Madison», de nuevo tres protagonistas, un matrimonio y el amante de ella. Vemos la relación entre estos dos últimos, dos personas comunes a las cuales entendemos y justificamos. Además sin ser personajes tan relevantes, palpamos incluso, los sentimientos de casi todos los demás, con respecto a dicha unión. ¿Se entendería esta relación en la vida sin posibilidad de saber lo que piensa y siente cada uno? Una vez más es la ficción la que muestra todos los ángulos, la vida solo los parcelaría.
En el libro «La soledad de los números primos», a dos personas que después mantendrán relaciones cambiantes y convulsas, los conocemos como personajes que son y serán así, solo por lo que fueron. ¿Cómo podemos conocer en la vida real esos antecedentes? Posibles actuaciones calificadas de bondad o maldad en la realidad, vemos que en este caso, solo son actuaciones de comunes.
En la novela «El último encuentro», el protagonista pasa toda la obra preparando una conversación con otro amigo al que quiere pedirle explicaciones sobre unas actuaciones de traición e infidelidad en su juventud. Sin embargo cuando ya tiene ese último encuentro con él, no es capaz de hacerle determinadas preguntas. Conocemos todo lo que piensa, lo que le ha llevado a necesitar esa entrevista. Podemos entender cómo después de tanto énfasis en la preparación, su comportamiento último, es tan poco previsible, tanto que en la realidad rozaría lo absurdo.
Y ahora a la inversa veamos ejemplos de la vida real:
Una mujer va a estacionar su coche en batería, señalizando debidamente a la derecha. Cede antes el paso a un conductor que viene por la izquierda, cesión que este aprovecha para ocupar el hueco. Cuando la mujer que iba a realizar la maniobra se baja y le recrimina su acción, el hombre retándola, le dice que la ha visto perfectamente y que se ha aprovechado porque ha querido y podido. No hay atenuante ni explicación posible, se trata de un acto de maldad, de la vida real. ¿Qué pasaría en la ficción?, pues que podríamos saber motivos, antecedentes, pensamientos, relaciones, y llegar quizás a entenderlo o incluso, aunque parezca imposible, ser capaces de justificarlo.
Otro ejemplo de la realidad:
En una familia hay un miembro considerado bueno por todos, excelente. Se le dice continuamente que tiene que dejar de ser tan extremado, en especial otro de ellos, que lo aprecia bastante y que siempre le dice que tiene que aprender a decir, no. Un día este último le plantea una situación que a todas luces lo perjudica, quizás sin intención de hacerlo, pero él y su entorno más cercano, lo entienden así. El primero se atreve a manifestar su voluntad y le dice que no puede asumir el plan.A partir de ese momento, el solicitante nunca más le hablará, y el demandado siempre se arrepentirá de haber sido capaz de decir no.¿Cómo podremos saber cómo fue el planteamiento, las preguntas las respuestas, las relaciones…? ¡Cuánto hubiéramos podido saber en la irrealidad y qué bien hubiéramos podido conocer toda la trama!
Por todo ello la ficción es la realidad, y esta es solamente una visión parcelada de ella misma.
Los comentarios del público se iban escuchando en un murmullo inquietante.
Cuando decidió despedirse, el conferenciante dijo que sabía que habría controversia en moralistas, éticos, religiosos, innatistas, medioambientalistas, conductistas, etc.
Pero que nada de lo expuesto salía de su pensamiento, que solo se trataba de una experiencia constatada arduamente, no en vano tendrían la solución respecto a esta argumentación, uniendo las iniciales de su nombre, constituyendo así su auténtica identidad.
Concluyó diciendo :
«El animal, el perro por ejemplo, ataca cuando huele la maldad. El humano es el único animal que ataca con saña o sutileza, cuando lo que huele, es la bondad. No obstante, resultará harto difícil distinguir esas categorías en la visión difusa e incompleta que nos muestra la vida»
Bajó del estrado con paso decidido, pero lento, dirigiéndose hacia la puerta. No hubo un solo aplauso. Todos los ojos lo seguían. En el ambiente flotaba una impresión de sorpresa sobrecogedora.
Elvira lo siguió a unos pocos pasos. Cuando abrió la puerta que él acababa de cerrar, no pudo encontrar a nadie en el amplio horizonte a otear, que rodeaba al Palacio de Congresos.
Cuando retiraron los folios del atril, estaban totalmente en blanco.