En mitad diciembre un beso feroz borró la calle.
En un rincón se abrió una sima donde seguimos besándonos
ajenos a la vida que llevamos cada uno,
volvería a arder el árbol del invierno ,
a escaparse la niebla por su copa estriada
y en primavera a levantarse el silencio de los cuerpos retirados,
de tarde en tarde, para hablar de nuestras cosas,
cogidos de los ojos en paisajes rezagados,
apilamos en la conversación nuestras conquistas,
hojas hermosas e inútiles para la hoguera
de confidencias con vino.
No hablamos nunca de los dos sumidos en el beso,
ni de querer encontrarlos,
tatareamos sobre ellos, jóvenes, secretos, satisfechos,
ahora nos reímos en un tiempo donde el tiempo ya no importa
y en el umbral de las mañanas ondean pájaros inquietos.
nos despedimos próximos como puntos suspensivos
blandos, volátiles, vacíos por dentro
como lechos cerrados de casa grande
esperando a sus dueños el día de la fiesta