Un día cayó una estrella de lo más alto del infinito,
su mella fue tan grande, que se fue abriendo la tierra
y con cada grieta se colaba la luz del astro caído
llevando un halo intenso a cada rincón de las tinieblas.
El estrepito causó, que sobre la superficie todos se levantaran
e intentaran sanear la herida del planeta que se resquebrajaba.
En el interior, todas las criaturas danzaban, ante la llegada de la nueva luz
que les deslumbró, e iluminó sus sombras tenebrosas.
La luna, veía como el azul del mar resplandecía
y despedía un maravilloso fulgor cristalino
que le invitaba a zambullirse apasionada;
nunca se había sentido tan de la tierra enamorada.
No podía dejar de acercarse, ante tal encanto de colores.
El cielo envidió también la superficie esplendida,
y envió sus nubes, para que junto al agua se regocijaran
los hombres que así las vieron acercarse
las tomaron por monturas y volaron.