Te miro pequeña, te miro…
y en la profundidad de tus ojos
te veo… lo veo…
nos veo a los tres como entonces,
cuando las risas inundaban la casa
mientras el fuego del invierno
envolvía de calor nuestro hogar.
Ese hogar que construimos
a los pies del Volcán Calbuco
cuando soñábamos con llegar a viejos
en Ayacara, a la orilla del mar.
Te miro pequeña, y me miro…
no me alcanza la palabra como instrumento
para expresar este sentimiento
que me alborota el alma.
Una mezcla, de rabia, de dolor,
de felicidad, de incertidumbre,
de interrogación, de esperanza,
de ganas de volver a empezar,
de ganas de llegar al final.
Te miro pequeña, y lo miro…
y está, silente y dormido,
está, no se ha ido
está en ti, en cada célula de tu cuerpo
en tu mirada adormecida,
en tus labios esculpidos,
en tus gestos, en tu sonrisa,
en todos tus sentidos.
Está con nosotras,
desde algún lugar del universo.
Está en ti, cuando abrazo tu cuerpo,
en tu mirada, cuando se pierde
en el infinito de tus pensamientos.
Todo él está en ti, no ha muerto.
Se ha ido de viaje antes que nosotras
para esperarnos en el final de los tiempos.
