un rastro es un pretérito
desgarrado, una imagen
impulsada por una piedra o
el reflejo del sol en una de sus caras
sobre mi ojo derecho,
un amor perdido,
su cuerpo apenas esbozado,
la piedra ya pasado, ni siquiera
imagen
se siente
en la ebriedad de un acontecer,
sobre la fina arena del aire.
En una encrucijada,
músicas
no se puede robar esencia,
aquello que no pertenece al tiempo.
El ‘tibio elemento’ sería fuga de escala,
su patria el presente irrevocable
quedó en su entonces piedra.
Tras ella, tras esa parálisis del tiempo,
la cábala lúdica del que se aparta.
Un instante de dígitos divinos, de roces alígeros.
Ebriedad quizás de un conocimiento inútil.
Tras veinte siglos de escucha, ddaluz
se alza y sigue su senda