Un disforme eclipse nubla
la luna de mi añoranza,
oculta su brillo blanco
entre las sombras que avanzan.
En esas formas te encuentro,
cual memoria imaginada,
huyendo de la materia,
arrojándote a la nada.
Tu temor es la cadena
del Prometeo de mis ansias,
y tu vista la cruel águila
que devora sus entrañas.
Tan irritante condena,
Prisionero, solo aguarda
a la suerte bienhechora
que de olvido se disfraza.
Ya es mi luna astro cansado
de orbitar en noches largas,
recorriendo cielos vagos:
el firmamento de tu alma.
Desliza su mano en luz
sobre tu piel estrellada.
¡Levántate, no es verdad,
todavía no es de mañana!
Ha sido todo otro sueño,
final de una madrugada.
Estos espejos abiertos
observan la fugaz danza
de tu unión, al despertar,
a realidades mundanas.
¿Hallaré, entonces, consuelo
en esta vida pagana,
regida por las agujas
pequeña, grande y delgada?
Ellas tejen hilos fuertes
que son horas y distancias,
las mismas que sin piedad
nuestros dos cuerpos separan.
Solo la Reina Nocturna
la del rostro como plata,
en un prefacio de gloria,
a unirnos de nuevo alcanza.
Despiértame de un chasquido
de esta música encantada
en la que me hallo sumido,
y deja tu duda atada
en los árboles del bosque.
¡Asoma ya en esta casa!
¡Volvamos el sueño tacto!
Antes que a nuestras espaldas
La Muerte a mandarnos ose
su enorme y certera lanza,
y mi luna llore a mares
un porvenir en desgracia.
¿Por qué continúas lejana?
¿Ignoras acaso, sabia,
que en tu nombre se ha inmolado
el Cristo de mi esperanza?