De nuevo la afrenta,
proveer el día de viscosas mentiras,
vorágine de palabras ponzoñosas
-extravíos de tu boca-;
no merezco la emboscada en que me encuentro.
Qué ha de ser, sino vacío,
hallar mi nombre desgarrado a tiras,
fragua donde arde cada estigma,
hecho verso un día,
devastado por oleajes de miseria.
Recoge las exequias
de este viernes sumiso y mortecino,
los pedazos inconexos -moribundos-
de mi amor-cadáver,
abatido sin piedad por tu desprecio.
En este holocausto
no he sido yo quien ha muerto.
Rezuman tus poros el azufre del averno
-laurel en tus sienes-
que invicto, habrá de acogerte.
De nuevo la vida.
Asumir el error de haberte amado
y, anónima, reinventar mis huellas.
Qué sabe nadie
cuánto duele recuperar el alma.