Nos borramos uno al otro,
el destino escondió nuestra memoria.
De pronto olvidados
se alejaban nuestros cuerpos,
y así pasaron días, lunas, soles…
sin recuerdo.
Un día, de mi ventana, la mirada
crucé al otro lado de la calle;
una dama con la mirada perdida
sosteniendo el olvido entre sus manos
posaba su memoria sobre el poste.
Tal vez esperaba el tranvía
que robaba sus recuerdos
esparcidos en asfalto.
Y ahí seguía perdida,
mirando sobre el suelo,
y ahí seguía, inmutable…
El tranvía seguía robando sus recuerdos.
Yo, perdido en su semblante
decidí llegar a su lado,
bajé y crucé la calle.
Pedía al destino, devolviera
mi memoria, solo caminaba a ciegas,
alucinado.
Llegué a su lado, los dos poseídos
destilábamos olores…
se encontraban memoriales.
Los tranvías ahora nos traían
destellos de recuerdos,
se cruzaban
como luces de lámparas en la oscuridad.
Nos miramos frente a frente,
perdidos en nosotros mismos;
en sus ojos, cristales de recuerdos florecían
y un destello desde el iris
se dirigió hacia el faro,
este encendido iluminó
uno a uno los recuerdos,
nos perdimos de nuevo
y ahora su sonrisa
marcó el inicio del encuentro.