La luz de los neones dando un velo
que deja, por rincones del subsuelo,
su palidez sobre la tapia abúlica,
no invita al estrellato de la música
nacida entre los dedos de un poeta
que rima, con la voz de su trompeta,
en el Metro, sonidos de armonía
junto a cualquier estrecha galería.
Hay quien lo ignora: cosas de la prisa.
Hay quien deja monedas, quien, sonrisas,
mientras él hace un gesto agradecido
brindando su talento a los oídos
de todos los que pasan; pues unida
a la del instrumento va su vida.
Y seguirá tocando…
La mirada
acaso le descubra, en madrugada,
bajo tristes farolas, en desvelo,
con todo su equipaje sobre el suelo.
Y seguirá tocando, aunque la gente
le deje un ademán indiferente.