Oporto y algún pez para añorar
que no sólo en tranvía
he recorrido el fado hacia sus torres,
sin percibir ni un sable
del ancestro pirata y su oscura rapsodia
Subí como Pessoa esos colores
sin entender si aquellos barcos
huían hacia alguna primavera
o regresaban desde una latitud del odio
a desgarrarse contra los cementerios.
Moriría en estas plazas
respirando gaviotas que esgrimen libertades,
remos ultramarinos para resistir
a tantas migraciones
donde interrogo y rehúye mi cadena.
Uno sigue zarpando, aunque nos falten arcas,
y se subleven los recuerdos
y se esfume la mesa vagabunda
y en escorial se tornen navegantes
que una cruz izarían en nudosos confines.
Por el nervio que me impulsa a San Jorge,
se revela un remoto perfume
cuyas anclas laceran el castillo,
cuyo eslabón
ha pintado un gran cero para ahogarme.
Voy con este antifaz
bajo faroles tan adoquinados
que su luz me parcela,
prófuga en la erosión de su sintaxis,
infiel en la garganta donde doy testimonio.