Encrespa el río sobre las piedras,
canta el murmullo del agua,
creciente, arraigado;
arrogancia quieta
sobre la sensación
de sentirnos siempre
tan efímeros,
tan lejanos,
tan dueños de nosotros
sin ser nosotros.
Me miras ajena,
aplastada por lo inmenso.
Y yo callo
y te hablo mirándote,
como si mañana,
tal vez mañana,
se quedara esta piedra
que nos abraza,
candente,
hecha de jirones de años.
Y seguirá anclada
mientras tú y yo,
en un suspiro,
volvemos a ser polvo.
Sólo nos quedará este instante,
de lo demás
nada, nada, nada.