Pensé que todo había terminado cuando Dios decidió crear al mundo.
Pero no,
la acción imprecisa del destino,
la especulación del origen de esta humanidad predestinó
sucesos que acontecerían antes de la creación del hombre.
En aquellos momentos que dependían
de la inmortalidad de no haber nacido aun,
la necesidad innata instaló, por deber o gracia divina,
mi deuda oportuna:
el momento del inicio del pensamiento referido
o consagrado a un progreso lógico.
La piel avanzó como la creación de la tierra al cielo,
del agua a la respiración del universo.
Dios y su política de igualdad comprendió
que la razón de vivir es la justificación de la muerte.
Pero la ciencia del Supremo no resignó los principios
antes que El:
la soledad, la tristeza como número primario de su cuenta insensata.
Dios se presentó como una asignación a la ignorancia,
porque aun no ha sido evaluada la libertad de elegir
haber nacidos vivos o muertos.
Alguien contiene sangre,
es duro pensar si las venas transitan nuestra mirada.
El cuerpo es la raíz de la acción única de la verdad.
Nada ha sido engendrado.
Es arrogante el crimen de desear todo lo que ha sido dolor.
En la mínima cavidad de existencia,
las heridas son naciones mortales completadas por hambre y
la desesperación de respirar. Antes y ahora de beber
lo que yace suspendido. Tu sed nos sepulta.
La lectura es la defunción de tantos bosques.
Las épocas eran la etapa interrogada por la historia.
Después vinieron remando las ideas contra el agua y
quemaron nuestros versos,
se crearon los poemas como heridas
no sangrantes, entintadas.
Desterraron versos de poetas,
mataron nuestros hijos sin familias,
excomulgaron sepultureros,
esperaron la respuesta de una tierra acantilada.