Vengo de la sangre derramada
y de un peñón de hombres que alcanzó a la historia
con centauros. Vengo sin vengar, con mi lengua limpia
y un corazón de trige desgarrado
Mi piel es de cobres desvanecidos a los pies de un cerro
cuando la muerte cala hondo en la tierra que aún
no es patria
ni es campo de banderas
es sólo tierra de hombres que la abrazan
Mi hueso es de estacas en forma de cruz
que sostienen la noche con tu toldo de luciérnagas
cuando la hoguera desparrama sombras
y canto
y danzas hechiceras.
Mi pecho lleva escrito su continente con rasguños de cóndores
en el vuelo de un grito que no clama, que no ruega,
que no calla,
que es huracán de dioses sepultados
que no han muerto, que no duermen
y velan en las selvas
sus dolores en las ramas
Mis danzas disuelven en el agua una luna y un sol
cuando desbordan las estrella y florecen
de sudor los colores en el aire.. Danzas del ave
hecho de lágrima y pasión sobre las heridas espaldas
del cielo de la tarde. Danzas, sin más sonidos
ni justificación que el alma.
Mi canto y mi hambre y mi dolor
caben en un guijarro milenario amasado con tierra y savia
de blancos esbirros , de los que suelen herir de muerte
el corazón del puma sedoso y sediento
que ahoga sus pasos con uñas de oxidiana
Mi rostro sin rostro es un cristo ni judío ni blanco ni de cobre
que se quiebra en el monte de los muertos
y arroja su corona a los dioses marinos
para ser sólo sudor y sangre
sólo muerte oprobiosa y tumba vaciada
sólo hombre sin más rostro que el del hombre que ya no lo recuerda
cuando pasa frente al agua,
un rostro disuelto en los sudario,
el que ve sin mirar y se hace polvo de sandalias.
El rostro olvidado en un pesebre de basura
donde nacen sin pausa, fantasmales,
los dioses de mañana.