Se puede o debe tener todo y, en absoluto,
se puede o debe tener demasiado.
Una mujer que llora en lo oscuro es una vocación.
Un hombre que llora en lo oscuro es
algo constatado o un pez que boquea.
La memoria es una voz que nadea en la telaraña del juicio.
Maruja marujea y el perro perrea.
Entre pitos y flautas Simbad navega.
Entre ramas doradas campa el cadáver de Eneas.
Si un agujero que palpita contradice al silencio
o el héroe tiene mordaza para que no le besen
mi corazón vuela y a veces gasta branquias
en las comisuras de la lágrima.
Tras la puertas la muralla y más allá una raya hecha con tripas de paloma blanca.
Snif.
Y a por otra raya.
Siempre he sido un místico borracho agazapado tras los matorrales viendo follar a los
demás. Estoy ciego, soy el rapsoda de Queen. El bohemio.
Ahora te cuento. Ahora te veo.
Me quieren desde siempre en mi ciudad
porque no me alejo de su puerta
para estar cuando el primero de la clase
la incendie con la versátil ayuda
del monstruo de una ira que entiendo.
La ciudad se extiende como un calendario laboral a estrenar,
el aire está limpio, como el aliento de un recién nacido,
claro que no han pasado los pies ligeros
no ha madrugado la venganza
que deja su huella:
gracias al desmoronamiento no faltan las piedras
para las nuevas murallas.
Un hombre en la cama que escucha a una mujer que no le habla
es una vocación para el caro misterio. Un niño asustado gime cerca.
Me ajusto el casco.
Déjame escuchar de nuevo la risa y el llanto
ávaro como la vida
me iré y volveré.
Tintinean las luces y las músicas del acero que escucho por última vez
es difícil hablar cuando las palabras saben a carroña
me llevo vuestro beso y que ninguna psicología me ose.