No tenía nombre aquel que transitó
las calles de una ciudad desconocida
poblada por gente sin rostro en el tiempo
insomne de la mentira interminable
Venía de muy lejos deseando encontrar
en la extraña muchedumbre—algún signo
que pudiera encaminarle a la esencia
de lo oculto en la memoria imperceptible
Buscó en el sinsentido—y más allá
en lo ignoto de si mismo—presintió
el origen de aquella verdad inexplicable
Supo entonces que la nada poseía
la revelación de aquel misterio—y
solo— se marchó a lo inconcebible.