Caminantes en la arena, retadores de las olas,
avanzando lentamente y de puntillas
por no romper el frágil hechizo
de poemas, lunas, anacardos y volcanes,
bailando a brincos y sin peinarse
un vals en cámara lenta con nota final.

Volando hasta la luna en la escoba de la bruja,
con ayuda de las manos y la boca floreció el árbol morado.
Instantes húmedos envueltos en marchas de guerra,
canciones en caminos de ida y vuelta que sudaron letras,
que se volvieron piel, que se tornaron cuerpos,
instrumentos de navegación, postres que no se acaban.

Caminantes del presente, retadores del pasado,
conversaron como dos desconocidos
parados e impotentes en el aquí y el ahora.
En la lejanía a dos volcanes de distancia.

Y así, sin dramas lo supieron de una vez,
cambiaron el un beso, un abrazo,
por el que descanses, buen domingo.
Y colgaron para siempre el reto de las horas.

Tajantemente y sin mirarse a los ojos,
le arrancaron el corazón a la fruta,
agonizaron en la soledad de sus manos,
y al final, no murieron en sus labios.

Silencio.

Se secó la jacaranda.