NOTAS PARA UN ACERCAMIENTO A LA PERSONALIDAD Y LA OBRA DE NIKOLÁI A. BERDIÁEV

Luis Alberto Henríquez Lorenzo.

 

1. Preliminares

La Gran Enciclopedia Larousse1 nos dice lo siguiente de Nikolái A. Berdiáev:

“ BERDIÁIEV (Nikolái), filósofo ruso (Kiev 1874 –Clamart 1948). En 1898, fue deportado por sus ideas revolucionarias al norte de Rusia; después de su liberación, estudió en Heidelberg y posteriormente se instaló en Moscú, donde volvió de nuevo a la fe cristiana. Profesor en la facultad de filología de aquella ciudad (1920), fue desterrado por el gobierno soviético en 1922 y se instaló definitivamente en París en 1925. Autor de La filosofía de la libertad (1911), crítica del racionalismo, El sentido creador (1916), ensayo de justificación del hombre, Una nueva Edad Media (1924), El hombre y la máquina (1933), Cristianismo y realidad social (1934), De la esclavitud y de la libertad del hombre (1947). Ha estudiado la situación espiritual del hombre moderno oponiendo la civilización medieval al espíritu del Renacimiento. Su influencia sobre algunos pensadores cristianos ha sido importante.”

Sobre la información ofrecida por Larousse, no muy extensa,2 reparemos en un dato biográfico, notablemente esclarecedor, a saber, los dos grandes enfrentamientos que mantuvo en su vida Nikolái Berdiáev con el poder establecido: primero con el feudalismo del gobierno zarista, después con el totalitarismo del régimen bolchevique. En efecto, la reflexión sobre la libertad del hombre –protagonizada en sus carnes por el propio Berdiáev, importa este dato-, en el seno de las sociedades contemporáneas, es uno de los hitos de su pensamiento filosófico. Consecuentemente, la alta consideración que siempre expresó sobre la libertad humana, constitutiva de su ser libre y responsable, hubo de enfrentarlo a los totalitarismos, de diverso signo, con que convivió en su vida. Discípulo de Dostoievski, Nikolái Berdiáev consideró –al igual que el gran maestro de la novelística rusa y sin duda una de las grandes figuras de la literatura universal- que sólo en el ejercicio de una libertad responsable el hombre va construyendo su proyecto –personal, así pues, y comunitario-, va el hombre construyéndose a sí mismo. O dicho de otra manera: el camino para comprender lo que el hombre es y aspira a ser pasa por privilegiar su digneidad –Zubiri- de criatura sedienta de libertad y de espiritualidad, frente a las limitaciones que imponen los reduccionismos racionalistas (vía marxista o vía positivista). Para que el hombre pueda llegar a ser lo que es las distintas culturas y sociedades han de tener conciencia muy clara sobre la inviolable dignidad humana.


2. Francia. Exilio. Berdiáev: maestro para los jóvenes personalistas. Génesis de un pensamiento.


Varios años de exilio lleva vividos ya en Francia (según los estudiosos, habrán de convertirse en los años más fructíferos en la vida y en la obra de nuestro autor), y Nikolái Berdiáev está presente en la reunión fundacional de la revista Esprit (24 de junio de 1931). Allí están Jacques Maritain –con cuya filosofía tomista no querrá finalmente comulgar el filósofo ruso-, Gabriel Marcel –con quien acabará rompiendo las relaciones, acaso a causa del temperamento hosco, individualista e impulsivo de Berdiáev-, Jean Hugo, Georges Izard, Déléage, P. Van der Meer, O. Lacombe y Emmanuel Mounier, de quien se cumplirá el próximo año 2005 el primer centenario de su nacimiento y el cincuenta y cinco de su temprana muerte, acontecimiento que ya prepara en España la Fundación Emmanuel Mounier -a propósito de “acontecimiento”, nunca mejor empleado el término que aquí, pues es célebre la frase del propio Mounier, a saber, “el acontecimiento será nuestro maestro interior”-. En fin, se trata de autores que se mueven en un ambiente que califican como personalista y que ya conocen el pensamiento de N. Berdiáev, a quien adoptan como maestro.


Pero ¿de dónde viene este filósofo ruso, bastante mayor que el resto de integrantes de aquella nueva fuerza espiritual y de compromiso político?, ¿cuál ha sido hasta la fecha su itinerario vital?, ¿por qué vive exiliado en Francia? Muy a grandes rasgos, a base de gruesas pinceladas, vamos a verlo a continuación.


Ya hemos dado su fecha de nacimiento: 1874. Su primera juventud puede considerarse filomarxista, lo cual no quiere decir que fuera ortodoxamente marxista. Nunca lo fue, ya se ha apuntado este particular. Pero sí supo reconocer, desde un primer momento, la fuerza revolucionaria de transformación social gestada y contenida en el pensamiento marxista, sobre todo como praxis. Berdiáev vio en la ideología marxista la posibilidad de una transformación radical de las condiciones sociales injustas de su Rusia natal; pero nuestro filósofo denunció muy pronto el nihilismo materialista propio de la teoría y la praxis de los seguidores de la doctrina de K. Marx. Frente a la nueva religión materialista y atea de los adscritos al marxismo –especialmente por lo que se refiere a los bolcheviques, encabezados por el sagaz Lenin-, empeñados en otorgar la primacía a lo material y a lo económico, Nikolái Berdiáev manifestó en sus escritos, clases y conferencias, su convencimiento sobre la primacía de los valores espirituales, tan característicos del espíritu del pueblo ruso. Y ello lo fue expresando nuestro autor al mismo tiempo que confesaba sus ideales reformistas y democráticos, completamente distantes del totalitarismo deshumanizado esgrimido por el bolchevismo. De ahí que comenzaran sus tiranteces con el emergente partido de Lenin, sobre todo a raíz de la vuelta de Berdiáev al cristianismo, a finales de la primera década del s. XX, hasta el extremo de costarle el exilio esa conversión suya. Al respecto de esa vuelta al cristianismo, téngase en cuenta que tal retorno siguió las características y derroteros de una pertenencia reñida con la jerarquía ortodoxa. Lo mismo que acaeció en su momento con Tolstoi, cristiano por libre, no poco antidogmático, teórico del anarquismo y magistral novelista –también maestro de Berdiáev, al igual que ese otro genio que se llamó Dostoievski- y con el danés S. Kierkegaard, este último enfrentado a la Iglesia luterana danesa.


Así pues, para Berdiáev el marxismo acierta en su crítica a la opresión, pero fracasa con estrépito en su propósito de convertirse en esa especie de religión que nunca fue. Reconoció en la doctrina de Marx una buena praxis de transformación social, pero también vio en ella la forma de una muy insuficiente antropología, una muy insuficiente filosofía del espíritu, e incluso una ideología opresiva de la dignidad y la libertad humanas. En consecuencia, nunca vio con buenos ojos la dinámica de la dictadura del proletariado, con la que chocaban frontalmente sus ideales socialistas utópicos más bien proudhonianos. Asimismo, jamás aceptó la propuesta interpretativa de la lucha de clases ni el materialismo histórico o dialéctico, propuestas en las que siempre creyó advertir los signos de un reduccionismo antropológico, algo así como si se pretendiera reducir con tales ideologías al hombre a una suerte de noúmeno sociológico: un número en la masa, pero sin identidad, un número en una masa indiferenciada y no respetuosa con la vocación del hombre a la libertad: una de las supremas vocaciones del hombre, como magistralmente se enseña en el Quijote.


Por tanto, el primer paso para conocer todas las realidades es conocer la libertad del ser humano, y ésta sólo puede comprenderse desde el espíritu. Sólo desde lo espiritual se puede comprender lo social en toda su plenitud y pueden transformarse las instituciones sociales hacia la paz y la libertad. Y lo espiritual es la metanoesis griega (transformación del corazón) pues –repitámoslo con Charles Péguy, uno de los maestros de E. Mounier, “la revolución será personalista o no será.” El núcleo central de la mirada al interior de este gran filósofo ruso lo constituye su reflexión y vivencia “de y desde” la fe cristiana. Por ello, para Berdiáev la persona no puede formar parte solamente del proceso biológico natural sino que proviene directamente de Dios –y hacia Dios camina, como magistralmente supo ver san Agustín: “nuestro corazón anda ansioso hasta que descansa en Dios”-, pertenece al mundo espiritual y demuestra que el hombre es, en su unidad, punto de intersección entre dos mundos: espíritu y naturaleza. Pero espíritu y naturaleza no ensamblados dualísticamente –a la manera del pensamiento dualista griego- sino en la conformación de un todo unitario, de una naturaleza abierta a lo Trascendente. Naturaleza humana, es verdad –y esto lo supo detectar muy bien Dostoievski, ya hemos adelantado que el gran maestro de Berdiáev-, capaz de lo mejor y de lo peor, de lo divinizante y lo diabólico, sólo que en esa tensión se juega el hombre su libertad y su responsabilidad, y sólo desde estas últimas es posible que la persona construya su destino. Por todo ello, la conquista de la libertad sólo puede entenderse como asunto interior, de vida íntima, de cultivo del espíritu, con lo cual volvemos a encontrarnos con que alguien como Berdiáev se empeña en afirmar que la transformación social no debe tener primacía sobre el ser humano, a fin de que así este no quede rebajado a la condición de animal y quede esclavizado a la presión social. Y digámoslo ya: también para el filósofo ruso sólo si Dios existe y es Padre bueno puede lograrse la vida en el seno del bien; sin Dios, la vida se malogra, y especialmente las víctimas inocentes quedarían sin abogado defensor. O repetido con Dostoievski en su célebre “Si Dios no existe, todo está permitido.” Asimismo, sólo desde y por y para la fe en Dios nace y se desarrolla en la persona creyente el deseo, libre y voluntario, de hacer el bien, de amar el bien, de amar sobre todo al Bien Supremo –a quien no buscaríamos si no nos hubiera ya Él encontrado primero, dicho esto a la manera de Pascal-. Y ese amar el bien –hacia el Bien Supremo- es lo que nos lleva hacia la Verdad, no por temor al castigo eterno, pues, sino por el atractivo del bien mismo: el bien atrae la atención del bien, pues si donde hay pecado puede sobreabundar la gracia, acaso con más razón donde abunda el bien ha de sobreabundar la gracia.


3. Relevancia actual del pensamiento de N. Berdiáev.


Finalmente, tomemos en cuenta que para un autor como Nikolái Berdiáev el término burgués no comporta o entraña el mismo sentido que para los marxistas. Para el autor de Una nueva Edad Media, burgués es el hombre que ha perdido su fondo espiritual y se encuentra entregado a su propia exteriorización.


Por lo tanto, cristianismo, personalismo comunitario, primacía de lo espiritual sobre lo material, valor inconculcable de la libertad humana, ideales democráticos y apuesta por el bien social y la justicia ¿no son suficientes contenidos, vividos y reflexionados tan de cerca, tan en carne propia, por nuestro autor, como para considerar plenamente actual el pensamiento de este Nikolái Berdiáev de quien nos hemos ocupado y de quien en este año 2004 que ya acaba se han cumplido ciento treinta años de su nacimiento? Considero, ciertamente, que el perturbador supermercado de las post-religiones post-modernas (tomo la frase de un muy interesante artículo, lúcido y esclarecedor, del filósofo Carlos Díaz, aparecido en el semanario Alfa y Omega3, no obstante publicación católica no poco conservadora ), que anuncian que las preocupaciones religiosas no han desaparecido del seno de las sociedades modernas, sino que han cambiado de dueño, esto es, han emigrado, al menos en cuanto al comportamiento de las mayorías secularizadas se refiere, de las Iglesias y de lo institucional a la libertad de lo sincrético, panteísta, orientalizante, esotérico-no oficialista, etc., más el derrumbe de los macrorrelatos de filiación prometeico-marxista (responsables, como se sabe, de la muerte de millones de cristianos y demás miembros de la familia humana, especialmente en los países que orbitaban alrededor de la extinta Unión Soviética), hacen necesarios para nuestro tiempo líneas de pensamiento como la de Berdiáev. Si este artículo en algo puede contribuir a ello, al menos como quien pone su granito de arena, bien habrá valido la pena.

Notas

*** Cfr. LÓPEZ CAMBRONERO, M. : Nikolái Berdiáev, “Colección sinergia”, Madrid, 2001, 104 págs.

1 Cfr. Gran Enciclopedia Larousse, Editorial Planeta, Barcelona, 1970, 3ª edición, tomo II.

2 Ante esta supuesta o presunta situación, me cabe lanzar una suerte de sospecha sobre la sospecha, me explico, ¿no es cierto que en general, salvo muy aisladas excepciones, los autores personalistas no gozan de la aceptación de que sí gozan en los medios académicos, entre los lectores interesados por la filosofía y en la crítica especializada, otros autores y otras corrientes de pensamiento filosófico moderno: existencialismos ateos, positivismos lógicos, filosofías del underground, irracionalismos deconstructivistas tras las huellas y el magisterio de Heidegger, el pensamiento débil...? Debe ser cosa de los “signos de los tiempos” que decía Juan XXIII, el Papa bueno incluso para los no creyentes, y hoy estos no soplan, digo los tiempos y siempre con las excepciones de rigor, muy a favor de la persona precisamente.

3 Cfr. Alfa y Omega nº 294, 14-II-2002 (semanario de información religiosa). Fundación San Agustín, Arzobispado de Madrid, p. 5.




 

 

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