HISTORIAS Y DESEOS

PALABRAS PARA EURÍDICES

Ana María Tomás

 

 Ignora quién, de los incontables desconocidos que pasaron por su cuerpo, por un cuarto de dólar, desde antes de cumplir los ocho años, le contagió el sida. Ni siquiera sabe qué es eso, aunque es posible que sea debido a ello su cansancio y su constante malestar. Por fortuna aprendió rápidamente que en el vertedero de Korogocho (Nairobi) no hay lugar para enfermos, allí sólo mueres: un poco cada día o de golpe, pero tanto la vida como la enfermedad están negadas en aquel lugar. Y aprender pronto esa lección posibilita, de algún modo, sobrevivir o, mejor dicho, sobremorir allí.


Todos los días, desde que ella puede recordar, los hombres llegan del vertedero de rebuscar en las inmensas montañas de basura algún residuo con un mínimo de utilidad, beben, ríen y comienzan a ir en busca de las chicas. Ella comparte habitación con dos compañeras más y los hijos de éstas. Allí viven y trabajan las tres, incluso en presencia de los niños. Lo ideal sería hacer una media de entre tres y cinco servicios diarios, hay que pensar que no sólo cuentan sus necesidades: ella y las otras como ella se encargan de ayudar a los hijos pequeños de compañeras ya desaparecidas (la esperanza de vida es de treinta años). Es un acuerdo tácito pero tiene tanto valor como el más prestigioso y reconocido de los documentos.


No conoce otro mundo. No es capaz de imaginarse la vida sin pensar en un inmenso burdel; por fortuna no tiene que añadir a su vida el conocimiento del no-dolor, con lo cual el dolor se convierte en su habitad natural, y lo insufrible resulta cotidiano y conocido. No tiene idea de que en otros puntos del globo se celebran conferencias, mesas redondas y debates sobre el sufrimiento de muchos otros niños como ella: esclavos del sexo, del trabajo, de guerras, de continuos abusos, saqueos y expolios a la niñez. No lo sabe, ni le importa. En realidad hasta hoy ninguna conferencia o reunión ha conseguid variar un ápice la trayectoria de su vida.
En su infinita desgracia tiene la suerte de no saber (así nos evita la vergüenza doble a quienes lo sabemos) que hay mujeres que emplean cientos de millones de pesetas en hacerse por encargo unas sandalias de brillantes, o en colgarse en el cuello joyas por un valor suficiente como para sacar del infierno del vertedero y de la prostitución a casi todas las niñas que conoce.


Ajena a todo, lo único que sabe es que en Korogocho se dice que al salir el sol tienes que correr: tanto si eres gacela como león. Pero ella cada día puede correr menos, y cada día tiene más leones persiguiéndola. Sabe que cuando el cansancio la rinda se dejará caer y nadie llorará por ella, pero otra niña ocupará su puesto en la cama. Las llamas del infierno son difíciles de apagar y aunque hay muchas eurídices consumiéndose no hay orfeos que vengan a rescatarlas.


Entretanto las televisiones del resto del mundo seguirán denunciando casos de corrupción, regurgitando a través de cámaras ocultas la mierda que obstruye los alcantarillados del alma del primer mundo. Cambiarán las imágenes de destrucción y de angustia de los distintos lugares de nuestro planeta, habrá quienes se solidaricen por unas horas, por unos días -con un poco de suerte-, se evitará, incluso, alguna muerte inútil, pero se abandonará siempre a su suerte a los desheredados. Parafraseando al poeta: Sufran otros el infierno/ inmundo y sus agonías,/ mientras ocupan mis días/ debates y refrigerios.



 

 

 

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