A estas horas, cuando escribo hoy,
Roger Chartier estará hablando en el foro organizado por
los editores catalanes, el
Foro Atlántida. El título al que obedecen todas las
entrevistas es el de "La contribución de la edición en la
configuración de la cultura occidental", una reivindicación
muy apropiada en tiempos de desintermediación digital y de
redefinición de la condición y esencia del editor. Un poco
más tarde intervendrá
Antoine Compagnon, el autor de
¿Para qué sirve la literatura?, esa pregunta se
hace más acuciante ahora que las tecnologías digitales
inventan nuevos lenguajes de expresión. Editores y
literatura cuestionados; editores y literatura quizás
rescatados.
No es sencillo resumir el pensamiento de ninguno de los dos
gigantes que hablan esta tarde en Barcelona, así que me
limitaré a intentar abrir el apetito lector para mejor
degustar sus obras. Y quizás habría que empezar a leerlos
por otra parte, con un apertivo contundente que sacia: me
refiero al
On
the origin of stories. Evolution, cognition and fiction,
un libro de Brian Boyd ya citado en alguna ocasión, que
defiende la tesis de que el ser humano cuenta y necesita que
le cuenten historias como un rasgo adaptativo que se ha
convertido en ventaja evolutiva: igual que el resto de las
especies animales juega para simular sin peligros las
situaciones a las que tendrán que enfrentarse, una y otra
vez, hasta que el placer vinculado a la diversión y a la
repetición automatizan respuestas que utilizaran en su vida
corriente, el ser humano escucha y cuenta compulsivamente
historias que le atañen porque recrea de esa manera, sin
riesgo alguno y mediante el placer asociado de la fantasía y
la invencion, las múltiples situaciones de interacción
social que vivirá a lo largo de su existencia. Como una
especie de ensayo controlado donde pueden entenderse las
razones de los demás, sus diversos estados de ánimo, sus
distintos y quizás divergentes puntos de vista: "la
literatura debe, por lo tanto, ser leída y estudiada porque
ofrece un medio -algunos dirán que incluso es el único- de
preservar y de transmitir la experiencia de los otros, de
aquellos que están alejados de nosotros en el espacio y en
el tiempo, o que son distintos a causa de sus condiciones de
vida", dice Compagnon, como si se hiciera eco del
planteamiento de Boyd.
Pero lo que de más propio e intransitivo tiene la
literatura, parece casi de perogrullo decirlo, es el
lenguaje. El ser humano representó pictóricamente sus mitos
antes de transcribirlos; quizás existiera también la música
y su encarnación en los cuerpos que seguían el ritmo del
relato; pero el lenguaje fue y sigue siendo el vehículo más
preciso de retrato y representación de la naturaleza y los
sueños humanos.
Los libros han sido el depósito de esa textualidad
imaginaria a lo largo de muchos siglos, el soporte sobre el
que se han encarando infinidad de historias que nos recrean
y nos retratan. "Para comprender las significaciones que los
lectores han dado a los textos", dice Chartier en el tantas
veces citado
Escuchar a los muertos con los ojos, "de los que
se apoderaron, es necesario proteger, conservar y comprender
los objetos escritos que los han transmitido. La felicidad
extravagante suscitada por la biblioteca universal podría
volverse una impotente amargura si se traduce en la
relegación o, pero aún, en la destrucción de los objetos
impresos que han alimentado a lo largo del tiempo los
pensamientos y los sueños de aquellos y aquellas que los han
leído".
Surgirán nuevos lenguajes, nuevas textualidades para nuevos
soportes, capaces, quizás, de plasmas otras experiencias,
pero aunque así fuera, siempre quedará el lenguaje, y los
libros: "no deberíamos, entonces", dice
Ivonne Bordelois, "deslizarnos al cliché apocalíptico,
porque, felizmente, las culturas transcurren y se suceden
unas a otras, mientras el lenguaje, a pesar de llevar en sí
las cicatrices de las diferentes hecatombes culturales,
económicas e históricas de las cuales es testigo y víctima,
sigue allí como depósito de la memoria colectiva y fuente
viva de la vida y la poética futura [...] Y en realidad,
tratar de defender a la poesía es una empresa un tanto
ridícula, porque es la poesía quien en realidad nos defiende
a nosotros...". Que así sea.