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La versión narrada pero totalmente verídica, del momento en el que me enteré que había sido la afortunada.
Navidad, me despierto. Mi sueño se disipa como el de un opositor ante el gesto reprobador del tribunal, de repente. Dejo la cama. A tientas trato de encontrar la ropa guiando mis manos con la ayuda de los voraces rayos que se cuelan por la puerta entreabierta. Nada más coger el portátil, aun descalza, busco la salida. Bajo la escalera como una sombra y acabo de vestirme en el portal. En la calle, como en casa, todos duermen, es Navidad.
Navidad, comenzando septiembre y por segunda vez en el año. No hay luces, ni árbol, ni villancicos. Cierro los ojos e hincho los pulmones aspirando despacio por la nariz; en cuanto el aire aflaca mi estomago estoy segura, es Navidad.
Recorro la avenida como el largo pasillo que, de niña, separaba mi cuarto del salón. A la señal de WIFI me paro ante el Café Buenos Aires y acerco la nariz al cristal. El tacto de la luna en mi mejilla me quita más de treinta años a cambio de un recuerdo, apenas un escalofrío: el momento de abrir la puerta del salón para descubrirlo lleno de paquetes dispuestos bajo el árbol como setas. Me acomodo cerca de la ventana, pido un zumo de naranja mientras arranca el PC y bebo el primer sorbo tecleando ya la contraseña. La primera opción de favoritos me lleva directa al Canal y el envoltorio cae al primer clic, dejando al descubierto el regalo perfecto. Sin duda es una gran Navidad, solo enturbiada por las sillas vacías rodeando la mesa. Ya torpe, enredada en nervios y alegría, rebusco en el bolso tratando de encontrar un móvil cada vez más pequeño. Al quinto tono desisto, todos duermen, esta Navidad lo es solo para mi y me conduce a otra, la primera.
Bajo el árbol calcetines, un pijama y un sobre con membrete del Museo de Arte Contemporáneo, sin mas pistas que mi nombre con letra de amor. En su interior una cuartilla plegada en dos, punta con punta, con el cuidado de colegial que va a por nota. Lo único que leí al abrirla, justo antes de que mis brazos se liasen en su cuello o quizás después de sentir como los suyos rodeaban mi cintura, fue “Mundos de Papel”. Otra vez pleno.
Era un sobre lleno de tardes de martes en mi jardín secreto, en el pequeño taller en el que empezar a hacer oficio y amigos, colegas. Mientras mi marido acostaba a los niños yo abría los oídos para que entraran las letras, que salían nada más pedirlo, allí mismo en pleno ejercicio, en los trabajos en grupo, o al acabar, en el bar de la esquina, con la primera caña y un boli que apenas me recordaba. Allí nació “Bajo al súper”, el primogénito de los relatos con lector asignado, Joaquín, del que conservo correcciones y aliento. Luego llegaron sus hermanos, a los que no conocéis, pues no vieron más luz que la de los ojos de una Ánxela, Gracián, y que ahora navegan como desconocidas sombras, como almas sin cuerpo, esperando en el limbo.
Vuelvo a esta Navidad, la segunda, en la que no hubo comilonas, ni brindis, pero si una sonrisa permanente que me acompaña y me acompañará siempre.
Perdonad, pero os tengo que dejar, bajo al súper.
Lucía Rodríguez Mourazos - La Coruña (España)
Primer Premio 2010
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Todos escribimos porque lo necesitamos. La escritura es el proceso que aúne la idea, la emoción o la historia con el deseo de transmitirlo, de darlo a conocer. Cuando subí al estrado con el resto de finalistas, sentía que estaba recibiendo el privilegio de ser valorado por los lectores, por aquellos a los que está dirigido cualquier texto que un escritor publica. No me paré a contarlos, pero los diez finalistas sumábamos una gran cantidad de lecturas, de comentarios detallados y de valoraciones de los lectores, del grupo de lectura y, finalmente, del jurado. Al recibir el diploma de finalista, aprecié en nombres de todos los participantes el valor de este concurso y de la asociación que lo empuja.
Ser reconocido, además, con el segundo premio fue una agradable sorpresa y una satisfacción aún mayor. Cualquier finalista podría haberlo recibido, de la misma manera que cualquier otro texto hubiese podido ser incluido entre los finalistas. Pero es a mí a quien corresponde la responsabilidad de agradecer la iniciativa del concurso y animar, todavía más, a la participación. En mi caso era la primera vez que participaba en el certamen y me quedé sin palabras. No llevaba nada preparado porque no esperaba más reconocimiento que el haber llegado a la final. Tampoco sabía que debía dirigirme a los asistentes (presenciales y virtuales). No sé muy bien lo que dije; tan sólo confío que mis palabras transmitieran la alegría por el reconocimiento, la ilusión por poder estar en Murcia en la velada y el convencimiento que tengo en el valor de la creación literaria. Además del orgullo del premio, me llevo de la esa noche el deseo renovado de seguir escribiendo, de compartirlo en comunidades literarias y de participar en veladas y grupos que tengan el objetivo de promocionar la lectura y la escritura.
Y no os comento nada de las vicisitudes para intentar embarcar en el avión el trofeo del segundo premio. Es posible que sea material para un futuro relato.
Juan Oñate Lamas - Sant Feliu de Llobregat –Barcelona (España)
Segundo Premio 2010
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Sábado, septiembre, colegios acechando, las vacaciones ya lejanas, el presupuesto arruinado, los niños (…¡Dios mío ¡ ¿qué hacemos con los niños?...) y la cita a 600 Kms.
De alguna manera los sabios arcanos señalaban, inmutables, el destino: ¡Había que ir!
Porque ¿cómo se puede rechazar, si se ha probado, el lento cosquilleo del aplauso?, ¿de qué manera renunciar al gesto amable, a la sonrisa cómplice, al veredicto incierto que alimenta nuestras vanidades? No, yo ya estaba envenenado de su aroma y sólo tuve que seguir un rastro apenas viejo, una señal alimonada; pues que en Murcia había sido aquél secuestro, y dicen que siempre se añora la llama del hechizo.
Ahora eran tres los argumentos, tres las caracolas que llamaban: El primero tenía dueño, pues así lo proclamó el público indulgente. Y aprendido como venía, que ya no era doncel, me entregué sin pudor al sacrificio: Al notar la brisa de mi nombre, me dejé arropar por el cariño, acaricié con besos cuantas mejillas salieron al encuentro (y alguno más que decidió volar al aire de las musas). Ya en el estrado y con el cristal del trofeo mojándome las manos, me enfrenté con los afectos, las miradas, el arrullo expectante de aquellos que ya saben. Lo agradecí como sólo sabemos los poetas, con versos dedicados a mi madre. Luego, al retirarme, andaba más ligero, que debe ser la forma en que se instalan por los huesos, el eco de un aplauso… y la felicidad.
Después hubo más llamadas, más estrados, nuevos nombres y muchos, muchos besos. La poesía se hizo esencia en la Cavidad de un cuenco, las palabras se afilaron en las manos de Lucía y, sin pensarlo, me citasteis de nuevo hacia el atril. Tanta fue la sorpresa que olvidé lo imaginado y me refugié en el texto. Pero daba igual, ya todo daba igual.
Terminamos con abrazos, los versos se trocaron en siluetas y danzaron. Por fin, exhaustos y dormidos, abrimos nuestras venas a la vida.
¡Gracias María Luisa, gracias Canal Literatura, gracias Murcia!
Si no nos lo impedís, ¡volveremos! |
