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Un cajón por encargo |
por japonuda mente
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Asesinaron los pies de José Castillo, un bailarín que se hizo famoso al grito de “yo no bailo contra el pueblo”, y la conmoción fue mayúscula. En Canal_Literatura se detuvo la vida apenas se conoció la noticia. El amigo de Herminio, como buen español, se llevó entonces un susto de muerte. Se quedó seco mientras echaba un trago y rompió de golpe la jarra de cerveza y las pocas palabras que le quedaban por decir. Venía de trabajar. Herminio encontró a su amigo sentado en la pista de baile con la expresión de un muñeco que simula tener vida. Bajo luces multicolores, un monigote de cabeza nula. A Herminio le hirvió la sangre bajo la piel. Apretó los puños y desatado como un volcán la tomó con todos los nombres que encontró al alcance de su mano, aunque puso especial atención en romper los sobrenombres de valor. Amaba a su amigo por encima de todas las cosas y el quebranto mantuvo a sus compañeros de pista en vilo lo imprescindible en estos casos: aflicción, palmaditas y ni una palabra. Por aquellos tiempos, los bailarines lamentaban en silencio la muerte y los caprichos. Eran de buena cepa aquellos hombres secos, especialmente en la pista de baile de Canal_Literatura. Un canal para solazarse en el que estaban resignados a vivir con entereza o a comerse sin pan las penas, un lugar donde se tenía el convencimiento de que algunas personas no maduran si el dolor de vivir no les cabe bajo la piel, impidiéndoles crecer cual frutos a medio hacer, y en el que de paso se ahorraban el disgusto de tener que hablar a Herminio que desde jóvenes les había robado la paciencia. Porque Herminio era imperdonable y no sabía bailar. Era de buen ropero. Además respiraba cinco veces por segundo, los arrebatos le ponían rojas las orejas, su voz como tormenta atronaba a la mínima ocasión, sin mediar motivo, sin apenas terciar una provocación y eso a la larga resultaba un problema. Con razón a la gente no le gustaba bailar con él. Por desgracia, las mujeres del canal acostumbradas al afecto por control remoto no tuvieron escapatoria. Mientras unas se interesaron por orgullo, el resto lo hizo por obligación, porque Herminio a sus cincuenta y tres años no era buen mozo pero algo tenía el heredar las tierras más ricas del canal y porque en Literatura era una humillación quedarse para vestir santos. Excepto para la eterna soltera, la señorita operadora, que tejía toquillas para la Virgen, cocinaba ricas tartas de chocolate para todo aquel que pasara por su ventana, pelaba montañas de judías sobre sus rodillas, jugaba al escondite con los niños y no sabía contar mentiras. A la señorita operadora nunca le avergonzó su soltería, su pasión por los demás. Ni siquiera cuando se acercó a la ventana del difunto para hablar a Herminio del cielo, de los secretos de la vida, de la necesidad de dar amor, de lo bueno que es bailar. Durante un rato Herminio se hizo el sueco, pero cuando vio que con eso ella no se callaba, se puso a vociferarla cinco palabrotas llenas de desprecio; pero cuando comprobó que eso no la alejaba, le lanzó una patada a la altura de la rodilla como hacen los niños chicos; pero cuando vio que con eso ella no se movía de su sitio, levantó la mirada y la señorita operadora aprovechó el descuido: “No estés triste ni enojado, Herminio, mira que Chan lo graba todo”, para acto seguido alimentar su boca con un beso potente como aroma de pan. A él le crecieron los ojos como catedrales y en la cremallera le nació un fusil. A ella le reventó una sonrisa lunática en la boca y se marchó a terminar sus labores. Para entonces todo el canal le adivinó el pensamiento a Herminio que se debatió entre el odio y el enamoramiento con el pene a reventar. A pesar de lo aturdido que estaba, ese mismo día dejó su nick en manos de un abogado y se fue en busca de otro canal de batalla. Prometió escribir. Pero en el fragor de una pelea no tardó mucho en morir, gracias a un tal Hispano que le reventó las angustias y los recuerdos de un balazo.
En Canal_Literatura pueden llegar a suceder los bailes más asombrosos, pero Herminio ya no está aquí para gozarlos. De “lite” puedo decir que allí aprendí a contar mentiras, a reconocer los milagros, a rescatar una sensual manera de proceder. Dentro del canal se hace de noche, bailamos a oscuras, y al igual que estas negras sombras que se van adueñando de la habitación y van entrando lentamente dentro de mí, del mismo modo, lento y taciturno, voy dejando sin resolver el deseo de seguir escribiendo por estremecerme de gusto un poco más o por atisbar, por un delicado momento, los escalofríos que con suerte renacen en su pista de baile. No lo sé. Mi cuerpo es libre como todo en el canal. Pero por ahora oscurece despacio, con la sonrisa de la señorita operadora en mis labios. Mis manos se vuelven eléctricas, mis pies tiemblan.
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