SOREN PEÑALVER La primera vez que leímos poemas de Te miro (Anzur ilayk, en árabe, Je te regarde, en francés), fue en aquellas fiestas de Ardentísima, durante los primeros años del milenio, que el poeta José María Álvarez presidía con elegancia, gusto y criterio en honor a la poesía y los poetas de todo el mundo. En aquellos días, Murcia se convertía en una primavera universal, donde la belleza y la palabra, en sus muchos matices y lenguas, envolvían la vida cotidiana, en las calles, los locales diurnos y nocturnos, los institutos de enseñanza, el Casino, el Museo Ramón Gaya, el Balneario de San Javier, los hoteles, los paseos marítimos y de ciudad, y muchos pueblos de nuestra provincia.
De entre los numerosos poetas invitados a aquellos eventos inolvidables, quiso el destino que la persona de Maram al-Masri, poeta siria de singular belleza y talento, nos fuera muy cercana. Recordamos nuestro encuentro con ella… Primero, en las marismas salineras de San Pedro del Pinatar, que nos evocaban los aguazales y arenas en las inmediaciones del Adonis (Nahr Ibrahim, en árabe), río mítico que durante los estíos se tiñe de una tonalidad sangrina, como dando fe de la muerte violenta del bello cazador de la antigua Biblos (Fenicia), amado por Afrodita. Desde allí, en Latakia (Siria), pasando por París, vino deslumbrante, cálida y pletórica de vida, simpatía y humanidad una de las poetas más fascinantes que, en sueños, pudiéramos imaginar.
La vida me concedió la ocasión, el privilegio, de leer junto a Maram, en la Muralla del Rincón de Pepe, rodeados ambos y los presentes de restos arqueológicos, emergentes de nuestro pasado árabe. Ella expresaba en su hermosa lengua nativa (la usada en su obra por el gran Ibn Arabí, sepultado actualmente en Damasco) la belleza e intensidad de sus versos; a mí se me asignó la tarea de leerlos traducidos a nuestro idioma. Alternábamos la lectura en los dos idiomas. La ocasión era única, y quedaría en la memoria, deliciosamente estampada para siempre, con el gran poeta libanés, y amigo suyo, Salah Stétié, estudioso de Rimbaud, escuchando cerca.
Vuelta a Murcia
Maram al-Masri viene a Murcia, y justamente con el incendio de las rosas. Parecerá que el tiempo no ha pasado. Con ella aparece por doquier, sin necesidad de lluvia, con un poco de agua de la mañana, esa pequeña amapola o ranúnculo rojo purpúreo, al que los botánicos populares llamaron grácilmente adonis, evocando al efebo mártir cuya muerte indica los ciclos equinocciales de la primavera o el otoño, cuando la duración del día es igual a la de la noche. Maram es muy querida y admirada aquí, en Murcia, entre tantos amigos que la esperan siempre, que la guardaron en su corazón durante sus ausencias, y ahora salen a su encuentro con las manos abiertas. Maram aparecerá, como Friné de Tespis, modelo de Praxíteles, en todo su esplendor, el 11 de abril, a las 19.30 horas, en el Hemiciclo de la Merced de la Universidad de Murcia, presentada por un estudioso de Ibn al-Arabi y poeta, Pablo Beneito, también muy admirado y querido entre nosotros desde que, hace bastantes años, viniera por vez primera a participar en aquellos simposios dedicados al gran místico mursí.
De Maram al-Masri se cuenta una historia, ya legendaria, en relación a su segundo libro poético, de sugerente título, Karaza hamrâ´ álâ balât abyad (en español, Cereza roja sobre losas blancas). El poemario en cuestión fue rechazado por el ministerio de Cultura de Siria, que había editado el primero, Atahaddaduka bi-hamama baydâ (Te amenazo con una paloma blanca), y al parecer fue debido a su carga de erotismo. Al fin, Cereza roja sobre losas blancas fue galardonado con el Premio Adonis del Foro Cultural Libanés en Francia a la mejor creación árabe de 1998, e inmediatamente fueron los poemas traducidos a otros idiomas, incluso a dialectos como el corso y el gallego. El poeta y editor Javier Marín Ceballos inició la andadura al castellano del libro, traducido por Rafael Ortega, que apareció en edición bilingüe árabe-español, en la cuidada Colección Lancelot de la Editorial Comares, Murcia-Granada, 2002, que reeditó debido a su éxito entre sus múltiples lectores.
Engañosamente sencilla
Con solo cuatro libros (¿nos leerá poemas de otro nuevo?), Te amenazo con una paloma blanca, Te miro, Cereza roja sobre losas blancas y Señales del cuerpo, en edición y traducción de Pilar Garrido, Maram al-Masri ha construido un corpus de maravilla poético que no deja indiferente a nadie. Escribía el poeta Luis Alberto de Cuenca de su estilo y su aparente sencillez: «La poesía de Maram al-Masri es engañosamente sencilla… Puede parecer de fácil acceso a cualquier tipo de lector, pero muy pocos son capaces de penetrar en el tejido sutilísimo de la tradición que subyace en cada verso». Su amigo, el poeta José María Álvarez, al que nunca agradecemos bastante el conocimiento de Maram y su poesía, se ha referido al misterio poético que, con «pedazos de su espejo», Maram recompone la imagen de sí misma, en el decir de Octavio Paz, compuesto de una llama doble, la roja del erotismo y la azul y trémula del amor.
Hace muchos años, o acaso no tantos, pues Maram al-Masri es joven, un muchacho de nuestra tierra siguió las huellas deseadas de otro viajero de antaño, sublime ´intérprete de amores´, bebió y bañó en las aguas de las fuentes de un río que no logra agotarse. Maram era una niña, aprendiendo a leer y escribir en un lycée de Latakia o Damasco, en aquella encrucijada de civilizaciones árabe y europea. No se conocieron entonces los que serían luego tan amigos… Mi memoria auditiva recupera el eco de una canción acuática, el sonido de la cascada al caer, de aquel río perenne, acaso inmortal, que decía su nombre: «¡Maram, Maram, Maram!» Y de su profundo seno natural brotaba el sentido informe que serían luego versos como estos: «El ruido / del agua que mana / que llega desde lejos / la cima de un monte / el fondo de un valle / que sube / desciende / rueda / tropieza / se desnuda y se cubre / llega con su aliento último / y ante ti / se remansa».