Cuando lo mítico
se une a la imaginación desbordándose de sus cauces, surge la leyenda de
un sueño en el que para uno, ansioso de un dulce despertar, la búsqueda
de la realidad placentera se transforma en una meta deseosa de alcanzar,
sea ésta cual fuere, y de acuerdo con las ilusiones que en cada uno se
anidan tantas veces frustradas, cuando no lo han sido siempre.
El Dorado representó un sueño para los que en su imaginación veían los
deseos de riqueza, lo que les llevó incluso hasta la muerte. Pero valía
la pena intentarlo y convencidos estaban de ello, porque el pasar de la
hambruna más angustiosa al trono del oro triunfal, sólo era cuestión de
un firme propósito y de emprender una ruta llena de dificultades hasta
llegar a él. Sabedores de su existencia y una vez alcanzado el cuerno de
la abundancia, el estar más cerca de la gloria era un sueño inigualable,
un privilegio imposible de refutar.
Pero no fue aquella una actitud concreta de una época determinada,
porque en nuestros días, la búsqueda del Dorado sigue presente en
nosotros, al menos, para unos cuantos. Sea en vuelo regular o en vuelo
charter, o en autobús, o disfrazados de la forma más variopinta: como
desde el socorrido despacho de la Lotería Nacional al del prodigio del
más puro ingenio, la obtención de un buen premio sigue latente en
nuestras vidas, y en las de algunos, de forma decidida.
El dorado “encuentro de la amistad” para solteros viene a ser algo así
como un seguro eslabón para un futuro familiar, pero con el firme
propósito de que ésta, la familia, no crezca. Qué sea sólo cosa de dos:
dicen ellas y dicen ellos.
Doscientas mujeres llegaron en autobús a Zucaina (bello nombre más de
mujer aunque en esta ocasión sea de un pueblo castellonense) invitadas
desde esa localidad en una feliz iniciativa en la que pudieran
encontrar, más que el sueño dorado, la posibilidad de un rato feliz.
Porque dicen, que la felicidad siempre llega a pequeñas dosis, y que la
suma de muchos instantes parecidos, sí que nos pueden acercar al Dorado.
Y allí estaban ellas y ellos, con sus pañuelos rojos al cuello, como si
de un San Fermín se tratase, pero no con la intención de correr raudos
delante de un toro bravo, aunque sí con el convencimiento de que en su
bambolear sensual, la cuestión estriba en esta ocasión, en tumbar al
suelo a la ilusionada pareja asistente a la feliz ocurrencia de unos
vecinos, de cuya imaginación se desborda (no entre mitos y leyendas) la
búsqueda del Dorado, principal objetivo al que nunca debemos renunciar.
Abril 2008
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