El recuerdo de una guerra ganada... ¿O perdida?

Isabel Muñoz

 

Desde que comenzó la guerra civil, en España, me había ido a Francia, como muchos españoles, a vivir y trabajar. Así ganaría dinero mientras todo el rollo de la guerra terminaba, y mantendría a mi familia fuera del peligro y las hambrunas de la época. Tan solo estuvimos tres años, en un principio pensé que la guerra se alargaría, pero gracias a los rebeldes todo concluyo antes de lo que los españoles pensaron. Por noticia de un primo mío supe que ganamos y que Francisco Franco estaba a la cabeza de España.

Antes de salir de España hacia Francia, mandé hacer una foto de mi tierra, para así no olvidarla en mi viaje. Y por otra parte, recordar en cada momento que volvería a verla después de la guerra. Cada año que pasaba, la miraba, cada mes y algunas semanas la observaba cada día. Esperaba entusiasmado el día en el que regresaría a mi amada España. No es que me encontrara mal en Francia, es simplemente que “como en casa en ningún lado”.

Al fin llegó la tan esperada carta de mi primo Carlos, seguía  con vida y la guerra terminó. Arduo y sin perder tiempo, preparé a mi familia para la partida hacia España. Viajaríamos en tren, el haber trabajado en Francia nos permitía aquel tipo de caprichos. Serían dos largos días y medio de viaje, pero poder ver de nuevo mi patria merecía esos días de viaje y cansancio. Hicimos varios trasbordos, maletas por arriba, para un lado, para otro. Alguna que otra cabezadita, comidas rápidas y, al fin el final de nuestro trayecto.

Durante el viaje, me había colocado en la ventanilla, la cual daba a la parte de la estación. Así sería el primero en ver mi tierra, mi dulce hogar. Unos segundos antes de que nos informaran de nuestra llegada observaba la foto de mi preciosa Alcarria, tan verde, tan alegre, tan llena de vida y paz. Casi se podía percibir el tierno olor a primavera y a frescor campestre.

Ay! Que engañado estaba yo, cuando aparté la vista de mi magnifica foto. Allí estaba mi Alcarria querida, convertida en un vertedero de cuerpos inertes, llantos y un cielo teñido de negro y una neblina espesa que no dejaba ver más de tres paso por delante de nuestras narices. La estación de tren estaba hecha trizas, tan solo se mantenía en pie una vieja vagoneta de transporte turístico.

Las lágrimas, por supuesto, fueron irremediables. Te vas con el corazón lleno de esperanza y vuelves con un muro apunto de derrumbarse en tus hombros. Comencé a pensar y maldecir la estúpida guerra que había empezado hacer tres años. ¿Y a esto le llaman una victoria del bando rebelde? ¿Es esta la alegría de mi pueblo? Fíjense, pensaba en mi conciencia, no es más que un paisaje inerte, carente de ganancias bélicas.

Según llegué, y antes de que el tren partiera de nuevo a Francia, subí al tren. Y me marché. Dejando a mi querida Alcarria, esta vez, convertida en escombros y destrozos. Aquella... ya no era mi tierra... aquellos no eran los campos que me vieron nacer y crecer...


 

 

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