Recuerdo
en una brillante interpretación a Jodie Foster
en la que casada con un magnate neoyorkino goza
de una lujosa vivienda en la que instala su
dueño una habitación vestida de bunker donde
protegerse de las amenazas de cualquier intruso
que ose entrar en la morada con fines
devastadores. Pero la que estaba llamada a ser
“caja de seguridad”, auspiciada desde el
convencimiento más interesado, se convirtió una
vez iniciada la presumida trama del film, en “La
habitación del pánico”. La película resultó
espectacular, y al menos, con la satisfacción
del aficionado al cine que salía entretenido de
la sala, gracias especialmente, a la buena
interpretación de su protagonista, lo que es
habitual en toda su amplia cinematografía.
Y lo que estaba llamado a ser estado de buena
salud, del glamor de la Champion League, de la
posición privilegiada, del ejemplo donde mirarse
y de la envidia internacional, sus ventanas se
han abierto de par en par y el pánico se ha
desparramado. Ha trascendido a la ciudad entera,
brotando a borbotones e incapaz el Gobierno de
recurrir al más eficaz torniquete que lo
detenga, al menos por un instante. Solbes nos
dice ahora, que nos vienen tiempos muy duros. Si
quieres evitar el pánico: ¡toma dos tazas amigo!
Mientras, sentados incómodamente en los últimos
lugares de la sala continental, asistimos a la
proyección del “Pánico nacional” instalado no a
golpe de calcetín, sino desde la aceleración más
acelerada, forma en la que Zapatero supo de
Economía en un curso de quince días, a él
ofrecido ante las orejas atentas de un micrófono
abierto.
En plena campaña electoral nos mintió a todos
con promesas de tiempos de bonanza. No afrontó
la crisis, al tiempo que la negaba; no tomó
ninguna medida, y sólo utilizó el recurso de
promesas electorales con la intención de ganar
el voto que le mantuviera en el poder. Y ahora,
cuando empieza a tomarlas e instalados todos con
el “pánico” a flor de calle, la inutilidad del
torniquete que lo contenga es bien patente, y de
su sangría: las líneas de su horizonte ya nadie
las conoce.
Pero no es la primera vez que ha recurrido al
beneficio de sus mentiras y de sus artimañas. En
su anterior legislatura fomentó, sin aportar ni
una sola prueba, la creencia de que el 11-M era
consecuencia de la guerra de Irak, utilizando
los Servicios Españoles de Radiodifusión en
jornada maratoniana de setenta y dos horas a “la
previa”, cuyo lacayo más servicial, al frente de
ella, se inventó la existencia de un falso
kamikaze. Dijo después Zapatero que no
negociaría con ETA mientras no abandonase las
armas. Y consiguió enfrentar a los españoles con
el único interés de lograr el rio revuelto.
-“Dentro de un año estaremos mejor”- nos dijo el
día antes, convencido de su “As en la manga”.
Son las cosas de Zapatero: el hombre, que de la
mentira, ha hecho su mejor forma de Gobierno.
Vendiendo humo, mostró su liderazgo al frente de
una Alianza de Civilizaciones que sólo ha
servido para el despilfarro económico de un
amplio presupuesto justo en la última campaña
lectoral, y sin conocimiento alguno de su
utilidad. Y cuya siguiente convocatoria, como
parte del guión y hoja de ruta establecidos,
será días antes de las próximas elecciones.
Y para su decidida y manifiesta vocación a
tensionar a la sociedad, interesado como está en
ello, Baltasar Garzón le hace el juego, como
otrora lo hiciera uno de sus lacayos, el llamado
Gabilondo. Un juez, que por lo visto, para su
juicio y veredicto busca culpables, por lo que
necesita tener conocimiento de la muerte de un
presunto culpable que todos sabemos que está
muerto, pero que, sin embargo, no se interesa
por otro presunto culpable que todos sabemos
está vivo: cínica marca de la casa y habitual
forma de actuar en quienes presumen de aquello
que más debieran callarse.
Zapatero se ha convertido pues en un auténtico
peligro nacional, que seguramente no será el
número uno, pero que sin embargo sonríe
indecorosamente ante las cámaras en cualquier
ocasión que se le presente, tal y como lo
hiciera en su día sentado al paso de una bandera
(no sonriendo pero sí indecoroso) con la única
supuesta disculpa de ignorar –o la no tan
supuesta de conseguir votos siendo capaz de
buscarlos a cualquier precio- la diferencia
existente entre la persona que la representa
(con dignidad a veces y otras sin ella) y el
propio símbolo siempre digno de una nación; y
por cuyo desplante se ha visto repetidas veces
ignorado. Concepto el de nación, por otra parte,
y por lo que le atañe como Jefe de Gobierno,
tampoco tiene nada claro en qué consiste.
Instalados pues en la incertidumbre, la
habitación del pánico tiene forma de piel de
toro. Cierto es que la crisis es internacional,
pero también es cierto que el acorazado tantas
veces prometido es puro humo electoral en el que
ya nadie confía. Ni siquiera los económicamente
débiles, en Zapatero esperanzados, interesados
por saber dónde están los cuatrocientos euros
prometidos, cuya cuantía no es que fuera una
especie de “caja de seguridad”, pero que como un
alivio se los ofreció y ha sido uno más de sus
engaños.
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Octubre 2008
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