Al pie de las constelaciones o la espiritualidad “new age”

LUIS ALBERTO HENRÍQUEZ LORENZO

1. Palabras preliminares

Un cóctel molotov con mezcla de altas dosis de vacío de Dios, relativismo ético y moral, individualismo, pensamiento débil y postmodernidad, espiritualidad a la carta con formato e inspiración new age, secularización, descristianización, neopaganismo y subjetivismo narcisista y decadente, es caldo de cultivo para la génesis de una sensibilidad ético-estética presente en la literatura actual, y muy difundida, por cierto, en nuestros días, muy laureada, muy estimada. La obra que reseñamos participa enteramente de esa sensibilidad individualista, postmoderna y neopagana.
Así pues, esta reflexión desea ser un acercamiento a esa sensibilidad a través de una obra como la citada en el título: Al pie de las constelaciones.. Confío en lograrlo, al menos en parte.


2. Cuerpo de la reseña


En La República, uno de sus dos tratados de filosofía política (el otro es, recordemos, Las leyes), Platón (427-347 a. C.) imagina un Estado ideal gobernado por reyes filósofos. San Agustín (354-430), en La ciudad de Dios (apología del cristianismo que es también, acaso, el primer tratado de filosofía de la historia) sostiene que la decadencia del Imperio romano nada tuvo que ver con el advenimiento del cristianismo, y sobre todo plantea que la historia, que es lineal y posee un principio y final establecidos por Dios (adviértase que ello frente a la concepción circular de la historia, la idea del eterno retorno de lo idéntico, cuyo origen está en las filosofías y culturas orientales, remozada e impulsada por Nietzsche más de mil años después y algo más tarde por Fernando Sánchez Dragó, por referirnos a un solo autor de nuestros días, éste con tanta cualidad literaria como actitud provocativa), es el ámbito en el que se desarrolla la libertad humana, el ámbito en que se ejecuta la lucha entre el bien y el mal.
Santo Tomás Moro (1478-1535), humanista y político inglés, mártir de la caridad política, en célebre expresión de Pío XII, defiende en Utopía un Estado ideal, inspirado en la república platónica, ajeno a las guerras, desmilitarizado, practicante de un socialismo económico sin propiedad privada, con reparto del trabajo y una concepción del ocio tal que permitía que este se destinara a la formación intelectual y moral de los habitantes de Utopía, en la que todos los cargos habían de ser electivos y debía quedar garantizada la libertad religiosa, si bien se rechazaban por indignos a los no creyentes en Dios y no creyentes en la inmortalidad del alma.
Por su parte Tommaso Campanella (1568-1639), fraile dominico, filósofo y astrólogo de origen italiano, plantea en La ciudad del Sol una suerte de utopía en la que queda constituida una monarquía universal tutelada por el papa...
Dos mil quinientos, mil seiscientos, quinientos, cuatrocientos años después, el tinerfeño Rafael-José Díaz, joven profesor y escritor tinerfeño afincado desde hace años en Gran Canaria, nos ofrece su particular “utopía” (utopía con minúsculas, poco narrativa, en el sentido que diera a la narratividad un filósofo como Walter Benjamín) en su opúsculo Al pie de las constelaciones (colección “La playa del ojo”, Santa Cruz de Tenerife, 2004, 32 pp.), escritos que no sólo siguen ese “pie de las constelaciones” sino que parecen querer seguir muy de cerca los pasos, las huellas y el magisterio de ese poeta maldito y genial que se llamó Constandinos P. Cavafis (1863-1933), uno de los padres del decadentismo contemporáneo en poesía; y este tal seguimiento puede que sea muy bueno, literariamente hablando, a pesar de que se diga con frecuencia que las influencias literarias de unos escritores sobre otros son en verdad malas, o que a la larga lo más seguro es que vengan a convertirse en nocivas, puesto que siempre o casi siempre las influencias delatarían falta de originalidad en el autor influido.
La condición opuscupular –admítase el neologismo- de Al pie de las constelaciones no sólo indica bastante bien a las claras, entiendo, las inherentes y adherentes dificultades que comporta la publicación en Canarias, manifiesta, también bien a las claras, que no vivimos tiempos precisamente utópicos, enamorados de los grandes discursos y macrorrelatos, a lo peor por culpa misma de una cierta ineficacia e incoherencia inherentes o adheridas a esos mismos grandes discursos y grandes relatos, no ha muchas décadas no obstante capaces de “encandilar y encender los ánimos” de las masas. Pero en fin, no queramos ponernos excesivamente nostálgicos en este breve apunte sobre el librito de Rafael-José Díaz; en realidad, tratemos de ver siquiera sucintamente de qué va el libro en cuestión, que aunque micronarrativo, como bien corresponde a una cierta estética actual predominante comúnmente adscrita a la llamada postmodernidad, ofrece algún interés.
Muy en primer lugar, adviértase y aun admítase que Al pie de las constelaciones interesa sobre todo por la prosa con que está o en que está escrito: sugerente, plástica, sensual, con clara “voluntad de estilo”, según expresión al uso, seductora, a veces clasicista, otras veces como “narcotizante”... A decir verdad, las cualidades prosísticas de Rafael-José Díaz –notoria exquisitez lingüística la suya- son un cauce adecuado para el contenido del librito que nos ocupa; dicho de otra manera, esas cualidades o virtudes de su prosa expresan el mismo deseo manifiesto en el contenido de Al pie de las constelaciones, a saber, la superior búsqueda de la felicidad en claves intimistas, subjetivistas, sensualistas, en definitiva, relativistas: la verdad “subjetiva” es lo que importa, es lo fundante, es una de las claves fundadoras de la “virtud” moderna.
Leyendo estas narraciones de Rafael-José Díaz me ha parecido volver a encontrarme con una instancia estética (ni que aclarar que la “instancia estética” a que me refiero es el opúsculo del joven escritor canario) expositora de uno los mandamientos fundamentales y fundantes de la postmodernidad, a saber, el hombre ha de empeñar su libertad en la búsqueda de la felicidad. Con un pie en Epicuro y otro en Nietzsche, la libertad y la felicidad quedan convertidas en valores absolutos y absolutizadores de la existencia del hombre de nuestro tiempo, no así la verdad, que es siempre tenida por relativa, incluso no raramente con recelo, y que es en todo caso consensuable, o a lo peor inalcanzable, gnoseológicamente imposible, ontológicamente inaprensible, o tramposa, porque en su nombre y su defensa se han cometido auténticas barbaridades, argumenta el hombre de nuestro tiempo. Si defiendes por encima de todas las cosas la libertad –aun en la forma de libertad para el liberalismo, esclavizante de extensas mayorías de personas- y defiendes también contra viento y marea la conquista de la felicidad –aun al precio de la infelicidad de muchos-, pasas a ser un progresista, al menos según la taxonomía oficial al uso. Pero si se te ocurre defender que la libertad, la felicidad y la verdad son hermanas, buenas hermanas, hijas las tres del mismo Padre, entonces esa misma taxonomía oficial al uso podrá fácilmente calificarte de regresista, también en el caso de que te partas el pecho en la lucha solidaria, y es que, como dice el dicho, “nobleza obliga”...
Pues bien, ¿hace falta recordar que Al pie de las constelaciones se mueve en los anchos límites de ese progresismo oficial a que aludo? Parafraseando la conocida y hermosa canción de Silvio Rodríguez sobre la historia de los tres hermanos (recordemos, “De tres hermanos el más grande se fue/, por la vereda a descubrir y a fundar...”), verdad, libertad y felicidad fundarían una antropología nueva... No así empero en el caso de Al pie de las constelaciones: la antropología propuesta en sus páginas no parece diferente al conjunto o grueso de las visiones antropológicas nacidas de ese cajón de sastre que comúnmente se denomina postmodernidad, como ya hemos adelantado.
Y claro, no se puede menos que pensar en el magisterio del Papa actual, tan contestado por la modernidad, la postmodernidad y el secularismo laicista: Juan Pablo II empeñando su magisterio en sostener que libertad, felicidad y verdad van de la mano, inseparablemente de la mano (véanse al respecto sobre todo las encíclicas papales Fides et ratio y Veritatis Splendor), frente a la moderna autonomía de la libertad, que se ha desgajado de la verdad, y hasta a menudo ha acabado enemistándose de esta última.
En definitiva, en la actualidad no solamente proliferan los gimnasios en los que dar culto al cuerpo, prolifera una auténtica idolatría de la libertad autónomamente considerada, sin apenas heteronomía, sin projimidad. Pues bien, en Al pie de las constelaciones no es que haya gimnasios, no, hay playas, abundantes playas (contra las que nada tengo, faltaría más, al revés, me encantan, como buen canario que también soy), y hay sobre todo una espiritualidad que por ser tan new age, y por estar tan a juego con el sistema neoliberal imperante, resulta exaltadora de la libertad más allá de cualquier referencia objetiva u objetivizante a valores absolutos y universalizables. Este es justamente el sustrato antropológico del librito de Rafael-José Díaz (esto es, su vinculación y sintonía con la antropología tipo del homo psicologicus moderno), recreador de una atmósfera vital y relacional, insisto, en la que nítidamente se pueden escuchar de fondo las voces y los ecos de las voces de un nuevo gay trinar –recordemos a Machado- propenso al sensualismo hedonístico y al decadentismo neopagano, tendencias tan frecuentes en el panorama literario español, hasta el extremo de que las excepciones actuales a ese predominio vienen a ser tan escasas como los unicornios o los mirlos blancos.
Insistamos: hay en este opúsculo un cierto regusto a espiritualidad nueva era: religiosidad a la carta, difusa espiritualidad sin Dios, intensos acentos subjetivistas en la experiencia espiritual, sutil crítica a las religiones institucionales, antidogmatismo sistemático, egocentrismo fuerte... En realidad, la misma historia que nos cuenta Rafael-José Díaz refleja niveles o dosis de espiritualidad nueva era “por un tubo”: ese como vagabundear suyo por distintos lugares de Tenerife y de Europa –homosexualismo latente, y, de tan latente, manifiesto-, siempre con la afectuosa compañía de amigos íntimos, la constante referencia a los baños en el mar, mejor acompañados, baños que sugieren una especie de nuevo bautismo, es decir, de viaje iniciático, su sensibilidad a flor de piel hacia determinadas manifestaciones culturales y artísticas...
Concluyo: lo peor de la oferta espiritual, cultural y literaria del opúsculo de Rafael José Díaz es que, por mediática y domesticada por el sistema –el neoliberalismo imperante-, acaba siendo silenciadora y marginadora de otras propuestas literarias, ética y estéticamente más comprometidas con los esfuerzos por transformar el mundo. Y lo mejor de este opusculito literario no solamente está en la virtud de la lengua empleada, como ya he puesto líneas atrás de manifiesto, está en la circunstancia de que constantemente nos avisa –más indirectamente o por omisión que por otro cauce más directo- que propiamente el amor humano no ha de ser tanto mirarse a los ojos, sin más, que también, cuanto sobre todo mirar juntos en la misma dirección, como se sugiere en El Principito. No obstante, ese “mirar juntos” acaso está exigiendo una antropología fuerte, fontanal, fontanal de fuente en el sentido místico: pensemos en san Juan de la Cruz, verbigracia. Y claro, a decir verdad, esta clase de antropología Al pie de las constelaciones no la presenta ni, lo que es peor o al menos sí claramente constatable, no la quiere plantear, pues su razón de ser está justamente en la negación de toda antropología de inspiración cristiana1.
Una vez más en la joven literatura escrita en español en nuestros días, el misterio del Verbo encarnado es el gran ausente; en su lugar, cosa que he tratado de poner de relieve aquí, reconozco que a grandes rasgos o con pinceladas más bien gruesas, se deja el turno a la múltiple modalidad de un subjetivismo muy epocal y muy postmoderno, en el caso de Rafael José Díaz, notablemente impetrado de espiritualidad de corte new age. A través de una tal espiritualidad quiere respirar –nunca mejor dicho- el espíritu del hombre postmoderno.


3. A modo de apéndice

Muy cojo quedaría este trabajo si no acudiéramos al texto cuestionado en la presente reflexión. Así, es llegado el turno a continuación de leer algunos fragmentos de Al pie de las constelaciones. Veámoslos:


Francesc en Weimar. Oscuras arboledas del Parque Goethe. Es bailarín, de Gerona. Pero desea llevar la danza más allá de sus límites. Ya en su habitación, me muestra un libro georgiano. Proyecta crear una coreografía inspirada en el extraño alfabeto de ese idioma. Letras formadas por brazos y piernas humanos, signos en rotación sobre el espacio blanco del escenario, escritura danzada. Le hablo del hebreo, cuyo alfabeto es tan rico en símbolos místicos. El Génesis danzado. Una verdadera –y sublime- transcreación.
También nuestros cuerpos danzaron, más tarde. En el agua, en el aire, en la tierra, en el fuego danzaron, sin límites. (p. 9)

(Tenerife.) El alba innúmera, tras la noche del amor. Se deslizaba el coche, en la vigilia de la luz, por la carretera sinuosa, hacia el ápice del día. Aún ardía tu rostro en el interior de mis ojos. (p. 10)

Memoria de las aguas de ayer. Arenas negras, finas. Pequeño puerto. Dos o tres barcas, quietas, balanceadas. Una gaviota llegada desde el roque, revoloteante sobre nuestras cabezas. Sol de salud. Agua conservada en la cóncava hendidura de una piedra.
Nos bañamos. Aguas transparentes. El roque como un gran dios naufragado. Se tocaron las piernas bajo el agua. Las manos. Era otro tacto, otra presencia del cuerpo. El cuerpo otro. Su cuerpo, entregado a la gracia de las aguas, ligero, a veces invisible, chorreante, el rostro contra el horizonte, la espalda como una nube carnal. Los pies pisaban piedras. Muy lisas, como arena petrificada. Vino un pez a enredarse entre las piernas de Ramón. Lamenté no saber bucear. Ni abrir los ojos bajo el agua. (p. 12)

(Fuerteventura.) Corralejo. El día entero en las dunas. Hallamos pronto un corral para protegernos del viento: círculo de piedra donde dos cuerpos encuentran una morada para esas horas solares. Extendimos las toallas como alfombras de adoración. Nos untamos mutuamente crema bronceadora como el bálsamo de los neófitos. Dispusimos al fin los cuerpos para el culto solar: boca arriba, el rostro libre de cualquier aderezo, el pecho pleno, puro, entregado.
Frente a nosotros, como un cuerpo extendido sobre el mar, la Isla de Lobos. Más allá, las montañas del Sur de Lanzarote. Conjunción y deriva de las islas.
El viento mueve las dunas y las aguas. Crestas de los jables. Crestas de las olas. Allí jugamos. Óscar y yo. Salpicaduras, bolas de arena mojada, efímeros castillos, piruetas acuáticas, persecuciones, buceos, roces bajo el agua. Más tarde, en el corral, fue necesaria una pausa. Un reposo en la casa de la arena. Pero sólo para seguir jugando sin fin. (pp. 12-13)

Enrique. La gracia de su cuerpo puro. Lo toco sabiendo que es un ángel en la primera mañana celeste, como si ni él ni yo supiéramos aún qué son el vuelo o la carne, la ingravidez o la luz. ¿Pero no sabe, sin embargo, todo cuerpo naciente a los secretos del deslizamiento sobre otro cuerpo? (p.15)

Todo el día los fragmentos de tu cuerpo circulando por mi memoria. Como un caleidoscopio del deseo. Las imágenes alimentan la herida de la separación acaso sólo para curarla. Mi cuerpo se mueve, desciende a la ciudad, habla durante el almuerzo con rostros difusos. Pero en realidad mi cuerpo reposa en la inmovilidad que nos une. El aire que respira contiene las huellas de tu respiración. (p. 16)

Fotinós. Un joven asceta. Estudiante de primer año de medicina, lector de poesía y filosofía. Es griego, pero desde los seis años vive en Alemania. Me habla de su infancia, de los veranos en Grecia. Su familia vive en Stuttgart, y es la primera vez que está lejos de casa y solo por un tiempo largo. Hay en él una soledad que al mismo tiempo es voluntad de conocimiento. Su sonrisa es pura y su mirada se extiende sin límites. (p. 16)

Pienso en Fotinós, el joven asceta. Acaso la curva de su boca cuando sonríe se ajuste perfectamente al número áureo, dador de toda beatitud, o a alguna otra magnitud mágica. Acaso la luz que desprenden sus ojos es la misma de un lugar entrevisto en otra vida y que ahora regresa a través de ellos. (p. 17)
(El Médano.) El cuerpo de Enrique cubierto a medias por las aguas. Las grandes rocas engastadas en la arena. El nudo de las nubes atenazando el sol. ¿Se proyectan estas apariciones en una cadena infinita de lo real, o son más bien fenómenos desligados, que no conforman una red de sentido o un hilo temporal? No lo sé, y esta ignorancia me produce dolor.
Los bañistas. Juego con enrique en la gran arca del mar: alianza de los cuerpos, de las extremidades y los cabellos en las aguas maternas, bautismales. Pierna apresada por las piernas y pulpo de la mano sobre el abdomen. Pezones tiritantes y cuello esbelto como rayo solar. Las arenas de la cala, más tarde, son el escenario (sin espectadores) de carreras y fintas, como si el deseo buscara la libertad extrema del movimiento. Como si los cuerpos opusieran resistencia al espacio que los separa. (p. 24)

Anoche (La Laguna, Hotel Agüere, habitación 232), herido en la plenitud del amor, mi cuerpo: habitado por el cuerpo que es morada de mi cuerpo. Moradas, posturas sucesivas, postraciones y vuelos, flor esbelta de la llama en la escala de las vértebras. Nuca llagada por la nuca, araña de los dedos por la tela del cuerpo. Cuerpo, cuerpos devorados por el hambre de unión. Herida de un rostro sobre el otro. (p. 24)


Arucas, enero, 2005



 

 

©literatura 2004
Web del Canal #literatura de IRC-Hispano.Todos los derechos Reservados.2004.
Política de Privacidad