1. Palabras
preliminares
Un cóctel molotov con mezcla de altas dosis de vacío de Dios,
relativismo ético y moral, individualismo, pensamiento débil y
postmodernidad, espiritualidad a la carta con formato e inspiración new
age, secularización, descristianización, neopaganismo y subjetivismo
narcisista y decadente, es caldo de cultivo para la génesis de una
sensibilidad ético-estética presente en la literatura actual, y muy
difundida, por cierto, en nuestros días, muy laureada, muy estimada. La
obra que reseñamos participa enteramente de esa sensibilidad
individualista, postmoderna y neopagana.
Así pues, esta reflexión desea ser un acercamiento a esa sensibilidad a
través de una obra como la citada en el título: Al pie de las
constelaciones.. Confío en lograrlo, al menos en parte.
2. Cuerpo de la reseña
En La República, uno de sus dos tratados de filosofía política (el otro
es, recordemos, Las leyes), Platón (427-347 a. C.) imagina un Estado
ideal gobernado por reyes filósofos. San Agustín (354-430), en La ciudad
de Dios (apología del cristianismo que es también, acaso, el primer
tratado de filosofía de la historia) sostiene que la decadencia del
Imperio romano nada tuvo que ver con el advenimiento del cristianismo, y
sobre todo plantea que la historia, que es lineal y posee un principio y
final establecidos por Dios (adviértase que ello frente a la concepción
circular de la historia, la idea del eterno retorno de lo idéntico, cuyo
origen está en las filosofías y culturas orientales, remozada e
impulsada por Nietzsche más de mil años después y algo más tarde por
Fernando Sánchez Dragó, por referirnos a un solo autor de nuestros días,
éste con tanta cualidad literaria como actitud provocativa), es el
ámbito en el que se desarrolla la libertad humana, el ámbito en que se
ejecuta la lucha entre el bien y el mal.
Santo Tomás Moro (1478-1535), humanista y político inglés, mártir de la
caridad política, en célebre expresión de Pío XII, defiende en Utopía un
Estado ideal, inspirado en la república platónica, ajeno a las guerras,
desmilitarizado, practicante de un socialismo económico sin propiedad
privada, con reparto del trabajo y una concepción del ocio tal que
permitía que este se destinara a la formación intelectual y moral de los
habitantes de Utopía, en la que todos los cargos habían de ser electivos
y debía quedar garantizada la libertad religiosa, si bien se rechazaban
por indignos a los no creyentes en Dios y no creyentes en la
inmortalidad del alma.
Por su parte Tommaso Campanella (1568-1639), fraile dominico, filósofo y
astrólogo de origen italiano, plantea en La ciudad del Sol una suerte de
utopía en la que queda constituida una monarquía universal tutelada por
el papa...
Dos mil quinientos, mil seiscientos, quinientos, cuatrocientos años
después, el tinerfeño Rafael-José Díaz, joven profesor y escritor
tinerfeño afincado desde hace años en Gran Canaria, nos ofrece su
particular “utopía” (utopía con minúsculas, poco narrativa, en el
sentido que diera a la narratividad un filósofo como Walter Benjamín) en
su opúsculo Al pie de las constelaciones (colección “La playa del ojo”,
Santa Cruz de Tenerife, 2004, 32 pp.), escritos que no sólo siguen ese
“pie de las constelaciones” sino que parecen querer seguir muy de cerca
los pasos, las huellas y el magisterio de ese poeta maldito y genial que
se llamó Constandinos P. Cavafis (1863-1933), uno de los padres del
decadentismo contemporáneo en poesía; y este tal seguimiento puede que
sea muy bueno, literariamente hablando, a pesar de que se diga con
frecuencia que las influencias literarias de unos escritores sobre otros
son en verdad malas, o que a la larga lo más seguro es que vengan a
convertirse en nocivas, puesto que siempre o casi siempre las
influencias delatarían falta de originalidad en el autor influido.
La condición opuscupular –admítase el neologismo- de Al pie de las
constelaciones no sólo indica bastante bien a las claras, entiendo, las
inherentes y adherentes dificultades que comporta la publicación en
Canarias, manifiesta, también bien a las claras, que no vivimos tiempos
precisamente utópicos, enamorados de los grandes discursos y
macrorrelatos, a lo peor por culpa misma de una cierta ineficacia e
incoherencia inherentes o adheridas a esos mismos grandes discursos y
grandes relatos, no ha muchas décadas no obstante capaces de “encandilar
y encender los ánimos” de las masas. Pero en fin, no queramos ponernos
excesivamente nostálgicos en este breve apunte sobre el librito de
Rafael-José Díaz; en realidad, tratemos de ver siquiera sucintamente de
qué va el libro en cuestión, que aunque micronarrativo, como bien
corresponde a una cierta estética actual predominante comúnmente
adscrita a la llamada postmodernidad, ofrece algún interés.
Muy en primer lugar, adviértase y aun admítase que Al pie de las
constelaciones interesa sobre todo por la prosa con que está o en que
está escrito: sugerente, plástica, sensual, con clara “voluntad de
estilo”, según expresión al uso, seductora, a veces clasicista, otras
veces como “narcotizante”... A decir verdad, las cualidades prosísticas
de Rafael-José Díaz –notoria exquisitez lingüística la suya- son un
cauce adecuado para el contenido del librito que nos ocupa; dicho de
otra manera, esas cualidades o virtudes de su prosa expresan el mismo
deseo manifiesto en el contenido de Al pie de las constelaciones, a
saber, la superior búsqueda de la felicidad en claves intimistas,
subjetivistas, sensualistas, en definitiva, relativistas: la verdad
“subjetiva” es lo que importa, es lo fundante, es una de las claves
fundadoras de la “virtud” moderna.
Leyendo estas narraciones de Rafael-José Díaz me ha parecido volver a
encontrarme con una instancia estética (ni que aclarar que la “instancia
estética” a que me refiero es el opúsculo del joven escritor canario)
expositora de uno los mandamientos fundamentales y fundantes de la
postmodernidad, a saber, el hombre ha de empeñar su libertad en la
búsqueda de la felicidad. Con un pie en Epicuro y otro en Nietzsche, la
libertad y la felicidad quedan convertidas en valores absolutos y
absolutizadores de la existencia del hombre de nuestro tiempo, no así la
verdad, que es siempre tenida por relativa, incluso no raramente con
recelo, y que es en todo caso consensuable, o a lo peor inalcanzable,
gnoseológicamente imposible, ontológicamente inaprensible, o tramposa,
porque en su nombre y su defensa se han cometido auténticas
barbaridades, argumenta el hombre de nuestro tiempo. Si defiendes por
encima de todas las cosas la libertad –aun en la forma de libertad para
el liberalismo, esclavizante de extensas mayorías de personas- y
defiendes también contra viento y marea la conquista de la felicidad
–aun al precio de la infelicidad de muchos-, pasas a ser un progresista,
al menos según la taxonomía oficial al uso. Pero si se te ocurre
defender que la libertad, la felicidad y la verdad son hermanas, buenas
hermanas, hijas las tres del mismo Padre, entonces esa misma taxonomía
oficial al uso podrá fácilmente calificarte de regresista, también en el
caso de que te partas el pecho en la lucha solidaria, y es que, como
dice el dicho, “nobleza obliga”...
Pues bien, ¿hace falta recordar que Al pie de las constelaciones se
mueve en los anchos límites de ese progresismo oficial a que aludo?
Parafraseando la conocida y hermosa canción de Silvio Rodríguez sobre la
historia de los tres hermanos (recordemos, “De tres hermanos el más
grande se fue/, por la vereda a descubrir y a fundar...”), verdad,
libertad y felicidad fundarían una antropología nueva... No así empero
en el caso de Al pie de las constelaciones: la antropología propuesta en
sus páginas no parece diferente al conjunto o grueso de las visiones
antropológicas nacidas de ese cajón de sastre que comúnmente se denomina
postmodernidad, como ya hemos adelantado.
Y claro, no se puede menos que pensar en el magisterio del Papa actual,
tan contestado por la modernidad, la postmodernidad y el secularismo
laicista: Juan Pablo II empeñando su magisterio en sostener que
libertad, felicidad y verdad van de la mano, inseparablemente de la mano
(véanse al respecto sobre todo las encíclicas papales Fides et ratio y
Veritatis Splendor), frente a la moderna autonomía de la libertad, que
se ha desgajado de la verdad, y hasta a menudo ha acabado enemistándose
de esta última.
En definitiva, en la actualidad no solamente proliferan los gimnasios en
los que dar culto al cuerpo, prolifera una auténtica idolatría de la
libertad autónomamente considerada, sin apenas heteronomía, sin
projimidad. Pues bien, en Al pie de las constelaciones no es que haya
gimnasios, no, hay playas, abundantes playas (contra las que nada tengo,
faltaría más, al revés, me encantan, como buen canario que también soy),
y hay sobre todo una espiritualidad que por ser tan new age, y por estar
tan a juego con el sistema neoliberal imperante, resulta exaltadora de
la libertad más allá de cualquier referencia objetiva u objetivizante a
valores absolutos y universalizables. Este es justamente el sustrato
antropológico del librito de Rafael-José Díaz (esto es, su vinculación y
sintonía con la antropología tipo del homo psicologicus moderno),
recreador de una atmósfera vital y relacional, insisto, en la que
nítidamente se pueden escuchar de fondo las voces y los ecos de las
voces de un nuevo gay trinar –recordemos a Machado- propenso al
sensualismo hedonístico y al decadentismo neopagano, tendencias tan
frecuentes en el panorama literario español, hasta el extremo de que las
excepciones actuales a ese predominio vienen a ser tan escasas como los
unicornios o los mirlos blancos.
Insistamos: hay en este opúsculo un cierto regusto a espiritualidad
nueva era: religiosidad a la carta, difusa espiritualidad sin Dios,
intensos acentos subjetivistas en la experiencia espiritual, sutil
crítica a las religiones institucionales, antidogmatismo sistemático,
egocentrismo fuerte... En realidad, la misma historia que nos cuenta
Rafael-José Díaz refleja niveles o dosis de espiritualidad nueva era
“por un tubo”: ese como vagabundear suyo por distintos lugares de
Tenerife y de Europa –homosexualismo latente, y, de tan latente,
manifiesto-, siempre con la afectuosa compañía de amigos íntimos, la
constante referencia a los baños en el mar, mejor acompañados, baños que
sugieren una especie de nuevo bautismo, es decir, de viaje iniciático,
su sensibilidad a flor de piel hacia determinadas manifestaciones
culturales y artísticas...
Concluyo: lo peor de la oferta espiritual, cultural y literaria del
opúsculo de Rafael José Díaz es que, por mediática y domesticada por el
sistema –el neoliberalismo imperante-, acaba siendo silenciadora y
marginadora de otras propuestas literarias, ética y estéticamente más
comprometidas con los esfuerzos por transformar el mundo. Y lo mejor de
este opusculito literario no solamente está en la virtud de la lengua
empleada, como ya he puesto líneas atrás de manifiesto, está en la
circunstancia de que constantemente nos avisa –más indirectamente o por
omisión que por otro cauce más directo- que propiamente el amor humano
no ha de ser tanto mirarse a los ojos, sin más, que también, cuanto
sobre todo mirar juntos en la misma dirección, como se sugiere en El
Principito. No obstante, ese “mirar juntos” acaso está exigiendo una
antropología fuerte, fontanal, fontanal de fuente en el sentido místico:
pensemos en san Juan de la Cruz, verbigracia. Y claro, a decir verdad,
esta clase de antropología Al pie de las constelaciones no la presenta
ni, lo que es peor o al menos sí claramente constatable, no la quiere
plantear, pues su razón de ser está justamente en la negación de toda
antropología de inspiración cristiana1.
Una vez más en la joven literatura escrita en español en nuestros días,
el misterio del Verbo encarnado es el gran ausente; en su lugar, cosa
que he tratado de poner de relieve aquí, reconozco que a grandes rasgos
o con pinceladas más bien gruesas, se deja el turno a la múltiple
modalidad de un subjetivismo muy epocal y muy postmoderno, en el caso de
Rafael José Díaz, notablemente impetrado de espiritualidad de corte new
age. A través de una tal espiritualidad quiere respirar –nunca mejor
dicho- el espíritu del hombre postmoderno.
3. A modo de apéndice
Muy cojo quedaría este trabajo si no acudiéramos al texto cuestionado en
la presente reflexión. Así, es llegado el turno a continuación de leer
algunos fragmentos de Al pie de las constelaciones. Veámoslos:
Francesc en Weimar. Oscuras arboledas del Parque Goethe. Es bailarín, de
Gerona. Pero desea llevar la danza más allá de sus límites. Ya en su
habitación, me muestra un libro georgiano. Proyecta crear una
coreografía inspirada en el extraño alfabeto de ese idioma. Letras
formadas por brazos y piernas humanos, signos en rotación sobre el
espacio blanco del escenario, escritura danzada. Le hablo del hebreo,
cuyo alfabeto es tan rico en símbolos místicos. El Génesis danzado. Una
verdadera –y sublime- transcreación.
También nuestros cuerpos danzaron, más tarde. En el agua, en el aire, en
la tierra, en el fuego danzaron, sin límites. (p. 9)
(Tenerife.) El alba innúmera, tras la noche del amor. Se deslizaba el
coche, en la vigilia de la luz, por la carretera sinuosa, hacia el ápice
del día. Aún ardía tu rostro en el interior de mis ojos. (p. 10)
Memoria de las aguas de ayer. Arenas negras, finas. Pequeño puerto. Dos
o tres barcas, quietas, balanceadas. Una gaviota llegada desde el roque,
revoloteante sobre nuestras cabezas. Sol de salud. Agua conservada en la
cóncava hendidura de una piedra.
Nos bañamos. Aguas transparentes. El roque como un gran dios naufragado.
Se tocaron las piernas bajo el agua. Las manos. Era otro tacto, otra
presencia del cuerpo. El cuerpo otro. Su cuerpo, entregado a la gracia
de las aguas, ligero, a veces invisible, chorreante, el rostro contra el
horizonte, la espalda como una nube carnal. Los pies pisaban piedras.
Muy lisas, como arena petrificada. Vino un pez a enredarse entre las
piernas de Ramón. Lamenté no saber bucear. Ni abrir los ojos bajo el
agua. (p. 12)
(Fuerteventura.) Corralejo. El día entero en las dunas. Hallamos pronto
un corral para protegernos del viento: círculo de piedra donde dos
cuerpos encuentran una morada para esas horas solares. Extendimos las
toallas como alfombras de adoración. Nos untamos mutuamente crema
bronceadora como el bálsamo de los neófitos. Dispusimos al fin los
cuerpos para el culto solar: boca arriba, el rostro libre de cualquier
aderezo, el pecho pleno, puro, entregado.
Frente a nosotros, como un cuerpo extendido sobre el mar, la Isla de
Lobos. Más allá, las montañas del Sur de Lanzarote. Conjunción y deriva
de las islas.
El viento mueve las dunas y las aguas. Crestas de los jables. Crestas de
las olas. Allí jugamos. Óscar y yo. Salpicaduras, bolas de arena mojada,
efímeros castillos, piruetas acuáticas, persecuciones, buceos, roces
bajo el agua. Más tarde, en el corral, fue necesaria una pausa. Un
reposo en la casa de la arena. Pero sólo para seguir jugando sin fin.
(pp. 12-13)
Enrique. La gracia de su cuerpo puro. Lo toco sabiendo que es un ángel
en la primera mañana celeste, como si ni él ni yo supiéramos aún qué son
el vuelo o la carne, la ingravidez o la luz. ¿Pero no sabe, sin embargo,
todo cuerpo naciente a los secretos del deslizamiento sobre otro cuerpo?
(p.15)
Todo el día los fragmentos de tu cuerpo circulando por mi memoria. Como
un caleidoscopio del deseo. Las imágenes alimentan la herida de la
separación acaso sólo para curarla. Mi cuerpo se mueve, desciende a la
ciudad, habla durante el almuerzo con rostros difusos. Pero en realidad
mi cuerpo reposa en la inmovilidad que nos une. El aire que respira
contiene las huellas de tu respiración. (p. 16)
Fotinós. Un joven asceta. Estudiante de primer año de medicina, lector
de poesía y filosofía. Es griego, pero desde los seis años vive en
Alemania. Me habla de su infancia, de los veranos en Grecia. Su familia
vive en Stuttgart, y es la primera vez que está lejos de casa y solo por
un tiempo largo. Hay en él una soledad que al mismo tiempo es voluntad
de conocimiento. Su sonrisa es pura y su mirada se extiende sin límites.
(p. 16)
Pienso en Fotinós, el joven asceta. Acaso la curva de su boca cuando
sonríe se ajuste perfectamente al número áureo, dador de toda beatitud,
o a alguna otra magnitud mágica. Acaso la luz que desprenden sus ojos es
la misma de un lugar entrevisto en otra vida y que ahora regresa a
través de ellos. (p. 17)
(El Médano.) El cuerpo de Enrique cubierto a medias por las aguas. Las
grandes rocas engastadas en la arena. El nudo de las nubes atenazando el
sol. ¿Se proyectan estas apariciones en una cadena infinita de lo real,
o son más bien fenómenos desligados, que no conforman una red de sentido
o un hilo temporal? No lo sé, y esta ignorancia me produce dolor.
Los bañistas. Juego con enrique en la gran arca del mar: alianza de los
cuerpos, de las extremidades y los cabellos en las aguas maternas,
bautismales. Pierna apresada por las piernas y pulpo de la mano sobre el
abdomen. Pezones tiritantes y cuello esbelto como rayo solar. Las arenas
de la cala, más tarde, son el escenario (sin espectadores) de carreras y
fintas, como si el deseo buscara la libertad extrema del movimiento.
Como si los cuerpos opusieran resistencia al espacio que los separa. (p.
24)
Anoche (La Laguna, Hotel Agüere, habitación 232), herido en la plenitud
del amor, mi cuerpo: habitado por el cuerpo que es morada de mi cuerpo.
Moradas, posturas sucesivas, postraciones y vuelos, flor esbelta de la
llama en la escala de las vértebras. Nuca llagada por la nuca, araña de
los dedos por la tela del cuerpo. Cuerpo, cuerpos devorados por el
hambre de unión. Herida de un rostro sobre el otro. (p. 24)
Arucas, enero, 2005
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