El 10 de julio pasado la organización ecologista Greenpeace conmemoraba
el 20 aniversario del hundimiento del que fuera por mucho tiempo su
icono más notorio: el Raibow Warrior. Hace algunos años más yo tuve la
suerte de estar en ese barco como visitante. En aquella experiencia mi
mente evocaba las imágenes que ya se nos habían hecho familiares de
tanto verlas por televisión; como un puñado de jóvenes sobre unas
frágiles lanchas neumáticas se enfrentaban, en un agitado Atlántico
Norte, a buques balleneros en defensa de la caza de las ballenas; como
se las veían con las autoridades cuando pretendían salvar de una muerte
despiadada a miles y miles de focas; como se introducían entre los
navíos militares en las zonas de detonación de ensayos nucleares. Aquel
no era un barco preparado para tales menesteres. Había sido construido
en 1955 en Aberdeen (Inglaterra) y tras haber sido utilizado como barco
de pesca fue adquirido en 1977 por la organización ecologista tras haber
conseguido las donaciones necesarias. Pisar aquella cubierta me hacía
sentir toda la emoción, toda la excitación, todo el miedo que sus
tripulantes y el propio barco deberían sentir cuando se encontraban en
plena acción. Pero también era capaz de percibir la energía, el
entusiasmo, la decisión, y sobre todo la fé y la esperanza con que
abordaban aquellas arriesgadas y audaces acciones, en las que les iba la
vida en ello, con la seguridad que proporciona actuar siguiendo el
dictado de la conciencia.
El Raibow Warrior tenía como misión salvar las ballenas, cruzar los
mares para detener atentados ambientales y llevar mensajes de paz. Su
nombre lo debe a una profecía de una tribu norteamericana:
"Llegará un tiempo en el que la Tierra enferme
y cuando así pase, los indígenas recobrarán su espíritu
y reunirán a personas de todas las naciones, colores y creencias,
ellos creerán en los actos y no en las palabras.
Ellos trabajarán para sanar la Tierra...
ellos serán conocidos como los "Guerreros del Arcoiris".
Pintaron en su casco un arco iris y una paloma de la paz. Y en abril del
78, con 24 personas a bordo de 10 países distintos, el Raibow Warrior
inició sus singladuras por los mares y océanos de nuestro planeta
Tierra. Muchas fueron las acciones en que intervino, siempre con
decisión, nunca con violencia, y sin embargo frecuentemente sus
tripulantes fueron encarcelados y el barco confiscado y “sasboteado”,
como cuando en 1980 fue apresado por la armada española y estuvo en el
puerto militar de El Ferrol.
El 10 de julio de 1985 el Rabow Warrior se encontraba en Auckland, Nueva
Zelanda, para encabezar una flotilla que se disponía a protestar
pacíficamente contra los ensayos nucleares que Francia venía realizando
clandestinamente en el Pacifico Sur. Sobre las once y media de la noche
una bomba explota en el casco del barco, abriendo un importante agujero.
Minutos más tarde explota una segunda bomba, y esta mata al fotógrafo
portugués Fernando Pereria que se encontraba recogiendo sus cámaras. El
barco se hunde. La noticia estremeció al mundo al saberse que la autoría
del atentado correspondía a los agentes de la DGSE, servicio secreto del
gobierno francés. Yo, que había estado por unas horas sobre la cubierta
de aquel barco, sentí la conmoción propia de quien ve destrozadas sus
esperanzas. Pero sobre todo no llegaba a comprender, ni entonces ni
ahora, qué clase de potentísimo enemigo era el Raibow Warrior para que
el gobierno de una de las naciones más poderosas del mundo se decidiera
llevarlo a pique con una operación de terrorismo ejecutada por sus
servicios de inteligencia (la operación se conoció como Operación
Satánica). Curiosamente aquel año François Mitterrand había prometido
que Francia gozaría de “una justicia al más alto nivel”. Los agentes de
la DGSE fueron condecorados, nunca hubo una investigación del suceso, no
hubo juicio alguno contra los asesinos de Fernando Pereira. El “affaire”
se saldó con una indemnización que Naciones Unidas impuso al gobierno
francés de ocho millones de dólares para la organización Greenpeace.
Hoy un nuevo Raibow Warrior cruza las aguas de nuestro planeta Tierra
con la misma misión que aquel que yace en el fondo de la bahía de
Matauri. El espíritu del guerrero esta vivo, siempre joven, con decisión
inquebrantable, seguro de la causa que defiende que no es otra que la
vida en nuestro planeta Tierra y que parece que algunos se empeñan en
destrozar. Hay esperanza, porque el guerrero seguirá luchando mientras
el arco iris luzca en el cielo. No se puede derrotar al Arco Iris.
Josep Alías (dimehola)
Agosto, 2005.
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