HAY HOMBRES… ¡…ay, hombres…¡ |
Por María Dolores Almeyda |
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Hay hombres de todos los estamentos, de todos los colores y para todos los gustos. De todas las estaturas, de todos los calibres, de todas las caras, caras duras y caretas. Mi madre siempre dijo que nunca faltaba un tiesto para una maceta. Y un día yo me puse a pensar en los hombres y escribí lo que pensaba. Me salió esto. Hay hombres increíblemente inteligentes y los hay inteligentemente idiotas. Los hay indulgentemente sabios, infaliblemente estúpidos, infantilmente crédulos, intrínsecamente niños, incautamente adultos, impotentemente musculosos. Y los hay Gilipollas. Hay hombres indecentemente guapos, cándidamente precavidos, estúpidamente delicados y delicadamente presuntuosos; presuntamente inocentes, descaradamente culpables, perfectamente hombres, perfectos impresentables, perfeccionistas del estilo y del lenguaje, de la pose y la postura. Y los hay Gilipollas. Hay hombres capaces, incapaces, capataces, capones, camicaces, copistas y copiadores, carajotes, caraduras, copiados y contrahechos, clásicos, cavernícolas, civilizados, clasificados, conglomerados, celosos, cercanos, cariñosos, cegatos, cojos, cojonudos, conquistados, criminales, concluyentemente hombres. Y los hay Gilipollas. Hay hombres insoportablemente machos, infinitamente imbéciles, indiscutiblemente seductores, ineludiblemente permisivos, irreflexivamente locos, inútilmente hombres, irremediablemente hombres. Y los hay…Eso Hay hombres perfectos conocedores del terreno que no pisan, perfectos jeques domadores de jacas que se dejan domar en los harenes, perfectos conductores de autobuses, perfectos recepcionistas de hoteles, perfectos preceptores de niñas descarriadas, perfectas personas pésimas, perfectos ejemplos de conductas irrepetibles, y perfectos individuos gilipollas. Hay hombres imperfectos en sus hogares y perfectos en los duplex que les pusieron a sus amantes; los hay imperfectos padres de hijas y perfectos padres de hijos, machotes, educados como él en el fondo de la cuadra. Los hay perfectos trabajadores asalariados e imperfectos capataces de cuadrilla. Los hay tiranos para sus subordinados y los que nunca se quejan cuando los subordinan los tiranos. En este apartado los hay en todos los tamaños, modelos y medidas; y en los grandes almacenes podemos encontrarlos en sistemas estandarizados que cumplen perfectamente bien con su papel de Gili-gobernados. Hay hombres que creen serlo, y sólo tienen la forma, y otros, por el contrario, que lo son y no lo discuten y nunca lo han puesto en duda. Hay algunos que ignoran de lo que son capaces y otros que se creen capaces de todo mientras que no haya que demostrarlo. La mayoría desconoce esta propiedad, pero el que sabe cuál es su papel en la comedia, será capaz de abandonar la obra en plena representación para no admitir públicamente, ni en broma, que solo es un actor… Gilipollas. Hay hombres rudos, forzudos, geométricos, perdidos, recuperables, simples, llanos, lujuriosos, indecentes y decentes, mohosos y barnizados, irracionales, malvados, trágicos, desprevenidos, barbudos, desocupados, trabajadores y vagos, mediocres y chapuceros, macizos y abigarrados; salpicados de recato, pudorosos y castizos; inocentes descarados, escabrosos, desiguales, dilatados; tentáculos excelentes, plebeyos adinerados, financieros indigentes, ladrones descamisados, fornicadores beatos, desplumados indecentes. Y los hay como el gallo de Morón: sin plumas y cacareando…gilipolleces. Hay hombres rubios, cobrizos, amarillos o morenos, cara redonda o cuadrada, mentón ancho, frente amplia, pelo lacio, ojos oblicuos, encefalograma plano, miras cortas, pasos largos, zancadas de pelicano; y en conjunto, el aspecto más rotundo y contundente, el jefe del pelotón, el rey de la gran camada y el hechicero en la tribu: un producto nacional, reciclable y duradero . Como el jamón, más o menos, pero antes de estar curado y antes de ser jamón. Hay hombres que no son hombres más que en su forma exterior, y con eso se conforman y lo dan por todo hecho. Esos son los gilipollas a los que yo me refiero sin ánimo de ofender. Al resto los dejo en paz. Es más, los adoro, los seduzco, los deseo, los añoro, los amo; me estimulan, soliviantan, me inyectan algo, no sé, que me deja como nueva. Me convierto en nebulosa, en un confuso organismo que pierde su rebeldía, su paz, su miedo y su sueño, mientras que no sean mi dueño, ni mi guerra ni la cuerda con que aten mi gesto de libertad. Al hombre que me refiero, al que le doy sin honores título de Gilipollas, es muy fácil descubrirlo a simple vista. A este hombre que yo digo hay que verlo muy despacio, acercarse lentamente y hallarlo desprevenido, cuando sin previo aviso, de puntillas, te asomes muy despacito a la intimidad de su cara más oscura. Allí no verás la luna si es eso lo que has creído. Allí tan solo verás a un hombre sobre el estribo de algún sueño que se acaba, un forofo de su equipo, un “gilipollas” de nada y en calzoncillos, cosiéndose las costuras de algún roto en el forro de un bolsillo. Una patética estampa. Al que reúna estos perfiles es el hombre al que le doy sin honores título de gilipollas. Y para él es el puesto. Y sin nada más, he dicho.
María Dolores Almeyda |
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