En cuestión de unos meses he
recibido invitaciones de distintos amigos para registrarme en
Facebook. Son amigos de mi confianza, a los que admiro y
respeto, y con los que mantengo contacto a través de otros
medios, sean virtuales o no, sin embargo no acepté la
invitación, o dicho de modo más suave decidí no registrarme.
¿Por qué? Sencillamente porque creo que quiero negarme a más
adicción al ordenador. Tengo cinco cuentas de correo electrónico
que abro a diario, tengo un blog que trato de actualizar con
frecuencia en cuanto a sus contenidos, y que reviso varias veces
cada día para atender los posibles comentarios y mantenerlo
vivo. Visito con mucho gusto a mis amigos blogueros, participo
en sus entradas, las comento, y estoy siempre pendiente de sus
contestaciones; soy miembro de varios foros y de un grupo
literario con el que mayoritariamente me comunico a través de
una cuenta de correo, y además de todo esto, escribo. Es decir,
más ordenador. ¿Qué tiempo me queda para Facebook?
Alguien me dijo en una ocasión que “hay que tener presencia en
Facebook”, me lo dijo como una sentencia, del mismo modo que se
ha llegado a decir que una empresa que no tiene página web no
existe. ¿Pero qué necesidad hay de exhibirse? ¿A quién nos
mostramos?
Recientemente recibí un e-mail advirtiendo de los peligros de
Facebook y de otras redes sociales y la verdad es que es como
para ponerse en guardia. Sé que a este tipo de envíos no les
solemos prestar demasiada atención y que, desde la buena fe, no
creemos que nadie sea capaz de utilizar la información obtenida
a través de nuestros perfiles, fotos o comentarios para hacernos
daño, sin embargo, eso de que “todo el mundo es bueno” no deja
de ser una entelequia. Se ha demostrado que algunos
secuestradores utilizaron estos medios como fuentes de
información para llevar a cabo sus actos delictivos. La fórmula
es que entran en la red y ven los rostros, las casas, los
coches, las fotos de los viajes... y se hacen una idea del nivel
social y económico de los que ahí aparecen. Un verdadero
peligro.
Pero vamos a centrarnos en problemas menos graves. Os copio
parte del e-mail que recibí y que creo os interesará:
“Lo que muchos usuarios no saben es que de acuerdo a las
condiciones del contrato que virtualmente asumen al hacer clic
en el cuadro “acepto”, los usuarios le otorgan a Facebook la
propiedad exclusiva y perpetua de toda la información e imágenes
que publican”. “Automáticamente autorizan a Facebook el uso
perpetuo y transferible, junto con los derechos de distribución
o despliegue público de todo lo que cuelgan en su página web”.
Yo no puedo asegurar que esto sea cierto, pero sí estoy segura
de que muchos de los usuarios que en cualquier tipo de servicio
a través de la red acaban pinchando un recuadro donde pone
“acepto”, no han leído las condiciones del servicio. A mí me ha
ocurrido más de una vez. Para abrir una cuenta de correo, para
registrarme en un foro, descargar un programa informático o
incluso enviar un microrrelato a un concurso. Siempre hay unas
condiciones generales que cuando las despliegas para leerlas
resultan una verdadera pesadilla, farragosas, letra pequeña,
demasiados artículos... Acabas pinchando en “acepto” porque sí,
porque piensas que no será tan grave.
Creo que merece la pena reflexionar sobre esto, principalmente
reflexionar sobre el tipo de relaciones sociales que deseamos o
que priman en nuestras vidas. En el mundo virtual ofrecemos la
mejor cara, repartimos una cantidad de abrazos, besos y
achuchones que nunca daríamos en persona a nuestros amigos de
siempre. Nos pasamos media vida delante del ordenador (es lo
primero que conectamos al llegar a casa), y creo de manera
sincera que mayormente es bueno. Nos sirve para disfrutar, para
conocer a gente maravillosa con la que nunca nos hubiésemos
tropezado en una cafetería o en cualquier esquina, personas con
nuestras mismas inquietudes, nuestros mismos gustos; hombros
amigos donde apoyar la cabeza, experiencias en las que nos
sentimos identificados, vivencias que bien podríamos haber
narrado nosotros mismos. El grado de empatía es enorme, pero
¿qué estamos perdiendo?, ¿qué dejamos de lado? ¿Quizá más
relación familiar?, ¿más encuentros con los amigos de carne y
hueso a los que podemos tocar y oler?, ¿más tiempo para nosotros
mismos?
Ahí lo dejo. Es un tema que me apetecía tratar. Por mi parte
puedo deciros que me siento orgullosa de mis amigos virtuales,
he tenido la suerte de conocer a gente magnífica que de otro
modo nunca hubiera conocido, me aportan mucho y aprendo con
ellos, disfruto y los necesito, pero también me va apeteciendo
salir un rato en bicicleta, reunirme con mis compañeros del
grupo literario, tomar un chocolate con churros con mi madre,
disfrutar más de mi familia, escribir, leer. Y creo que tener
tiempo para la vida real implica sacrificar algo de la vida
virtual. ¿Para qué más adicción, más obligaciones, más
ordenador, si tal y como están las cosas me siento satisfecha?
Lo dicho, yo no soy de Facebook. ¿Y tú?
Maribel Romero