BLANCA Y OLVIDADA NAVIDAD II.Por Agustín Serrano Serrano. |
En una ciudad cualquiera, en una de las regiones autoproclamadas como
más que desarrolladas, en uno de sus edificios neoclásicos perteneciente
a un barrio antiguo rodeado por otro más moderno y funcional, una pareja
de ancianos se dispone a celebrar la noche de fin de año, añadiendo al
evento la celebración de sus bodas de oro: - Cincuenta años. Parece mentira. – Murmura ella vistiendo la mesa para la cena. Con un fino mantel de hilo, ni muy corto, ni muy largo, y servilletas a juego, la cubre. Coloca dos servicios, ya que no esperan a nadie más. La sencillez es, a veces, sinónimo de elegancia, le decía doña Águeda. Aunque cuando se lo decía no sabía lo que significaba sinónimo. Él lee el periódico con la televisión encendida, prestando interés a lo uno y a lo otro, según lo mostrado o escrito. <<Esto es un repaso breve de los acontecimientos más destacados del año>> Dice un señor en la ‘’tele’’, con una corbata chillona y sentado en la mesa de un plató. - Qué barbaridad, todos los años lo mismo. – Manifiesta, con la yema del pulgar húmeda y pasando la página del periódico. - ¿Dices algo? – Pregunta ella desde la mesa. - Digo que todos los años lo mismo, el mismo ‘’sarao’’. - ¿Acaso querrías que fuese diferente? – Inquiere paladeando una lengua de gato. - Por lo menos que no fuese tan enlatado, mujer. - Qué hombre; y pensar que un año reñiste con Saúl por algo parecido pero al revés. - No fue con Saúl, fue con Gabriel. - Perdona, Paco, pero fue con Saúl. – Insiste con actitud conciliadora – Fue en aquella época suya rebelde y difícil. - Hablas como un psicólogo televisivo. - Me acuerdo que decía que la navidad es una pantomima inventada por el capitalismo. Y tú te enervabas, augurándole un castigo divino por hablar así del acontecimiento más importante para un cristiano. - Carmen, por favor, me pones como un sacerdote fanático, y sólo le decía lo que se le ha dicho a millones de niños durante años: ‘’Fulanito, no hagas esto que te va a castigar el niño Jesús’’. Además, sólo hablaba de la televisión. Que les falta venir aquí a darte el pavo. Con razón lo llaman programación. - Pues no la veas. Éste hombre… Al menos te divierten, ¿no crees? - Hoy estás quisquillosa. - No es eso. Es que me parece absurdo que una de las pocas personas que conservan una televisión en casa, la critique tanto, pasándose horas y horas delante de ella. - Carmen, no voy a comprar una lavadora de mentes de ésas, si es lo que quieres decirme. Ahora ella, acabándoselo con rapidez para replicar, prueba un bombón de licor. Ni siquiera le gusta, y su delicado estómago no está para recibir a tanta golosina. Pero es navidad y atiborrarse sin control está bien visto, aunque después se le nuble la vista con lo marcado por el peso. - Yo tampoco quiero eso en mi casa. El otro día vi uno en una exposición. Es como un aparato de esos de rayos uva. Te introduces, se cierra, y con unas gafas especiales ves lo que has pedido ver o lo que desea tu subconsciente. Es como dice Ricardo: teléfono móvil, ordenador y agencia de viajes en el salón de tu casa Y sin dormirte, como sale en las películas. - Ricardo… vergüenza le tenía que dar a ése hablar con su madre. - Paco, por dios, ¿qué dices? - ¿Dónde está en una noche así? Seguro que por ahí emborrachándose y haciendo el ridículo, mientras sus padres van a recibir el año solos. A los otros dos no se les puede decir nada. - Déjalo, es joven. Aunque le haya tocado vivir en una época de comodidades, la vida nunca fue fácil para los jóvenes y tú lo sabes. - Tendría que haber vivido la crisis de principios de siglo. – Masculla él con la vista hacia el techo; los vecinos ya habían comenzado la fiesta. - Tanto que defiendes a los otros, en nochebuena no vinieron tampoco. Podrían compartir como hacíamos tú y yo. Un día en casa de tus padres y el otro en la de los míos. - En fin. ¿Qué vamos a hacer, mujer? Es navidad. Es tiempo de paz. Somos dos viejos achacosos, solitarios y olvidados pegados al televisor, como único nexo con nuestra época. - Ahora sé porqué dicen que la navidad es para nostálgicos. Mírate, Paco. - ¿Y qué es la navidad si no eso? Pura nostalgia y recordatorio de antaño, cuando nuestros abuelos eran felices tocando panderetas y cenando pavo una vez al año. Ella se sienta a su lado en el sofá gris de tres plazas. Se abrazan. Se dan la única compañía que pueden tener. De pronto, de la puerta de la cocina, de la principal, de la alacena y hasta de debajo de la mesa de camilla, aparecen los hijos del matrimonio: - ¡Sorpresa! – Exclaman al unísono entre risas. Los dos se miran boquiabiertos y hasta asustados. - ¿Desde cuándo estáis aquí? – Pregunta la mujer. - Toda la vida, solo que sois tan lelos que no os habéis dado cuenta. – Responde el hijo más joven asaltando la fuente de turrones y mantecados. Los demás sonríen. Teresa, la mujer del mayor, le da un cariñoso cachete en el trasero. La madre los abraza uno por uno emocionada. Hasta están los cuatro nietos. - Menudos caraduras. – Farfulla el anciano levantándose tembloroso del sofá y abrazándolos también. - Papá, ni se te ocurra venir a abrazarme. No sé cómo voy a reaccionar en mi ebrio estado y con las cosas que has dicho de mí. Los borrachos ridículos somos muy sensibles y violentos. - Ven aquí, anda, sinvergüenza. Y todos se funden en un solo abrazo. La mesa vuelve a engalanarse, como en años pasados. Las botellas de cava emiten sus cristalinos sonidos. Las ensaladeras alimentan el momento. Y los cánticos se prolongan hasta el amanecer. Cuando todo termina, la calle del edificio, el barrio, la ciudad entera, comienza a transformarse en vertiginoso despedazamiento. El cielo se convierte en un tubo cilíndrico descomunal de un blanco metalizado brillantísimo. El edificio se empequeñece y los inquilinos quedan al descubierto. Un hombre aplaude desde lo alto. - Muy bien, chicos. Ha sido una representación genial. Podéis quitaros los disfraces. Habéis interpretado a la perfección lo que era la navidad a mediados del siglo XXI. - Si es así como se divertían hace trescientos años he de decir que yo me he divertido mucho. – Afirma la que hizo de nuera ataviándose con su habitual indumentaria blanca y a golpe de luces. El que aplaudía de lo alto desciende en una plataforma suspendida en el aire. Al tocar el suelo, vuelve a hablar: - He consultado con la dirección de la estación. Están de acuerdo en que todos los finales de año haya algo parecido a lo que habéis representado, a aquella antigua y fraternal fiesta. Aunque, claro, evitando todo vínculo religioso. El que hizo de abuelo, ahora un joven de baja estatura y aspecto intelectual, expresa: - Siempre y cuando nos divirtamos tanto y seamos felices sin interpretar. Y el tubo metálico, del tamaño de un enorme rascacielos y ensamblado a ocho más, prosigue su viaje silencioso y pacífico por los confines del sistema solar. Conteniendo en su interior a un grupo de curiosos y avanzados terrícolas que, en armonía y paz, celebran la olvidada y blanca navidad. Fuengirola, 27 de diciembre de 2006. |
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