Busco dentro de mí y no encuentro razón alguna para levantarme y
revivir. Busco de nuevo, obstinadamente. Entonces hallo la memoria
de aquel sabor….
A falta de otros motivos más serios, la memoria de un sabor puede
ser una buena excusa para saltar de la cama en esta mañana
soleada y ventosa de diciembre. Así que trato de mantener viva la
sensación mientras me coloco los pantalones gruesos, me envuelvo
en la gabardina y me embosco tras las gafas de sol. Para que no me
abandone el impulso, casi milagroso, de tirar de mí misma y
empezar un nuevo día.
El sol da de lleno en la terraza que, protegida del viento por un
vistoso toldo de listas azules y amarillas, está repleta de gente.
A poca distancia, el mar bate incansable sus olas, estrellándolas
contra las rocas, levantando efímeras montañas de espuma que caen
en picado desde lo alto de sí mismas, listas para volver a subir.
Frente a mí, en la mesa del bar, un martini blanco con hielo,
rodajita de naranja y aceituna.
Mojo los labios en la bebida, la rozo con la lengua. El sabor,
apenas adivinado, me eriza la piel. Entonces tomo un buche que
retengo en la boca, degustándolo ceremoniosamente. Se desliza
lento por mi garganta, abriendo todos mis sentidos a su dulzura y
su calidez; mordisqueo la naranja y dejo que su pulpa embriagada
se deshaga en el paladar. Cierro los ojos, para sacar el máximo
partido de esa sensación.
Es el recuerdo de ese pequeño placer el que me ha hecho revivir y
me ha sacado de la cama para acercarme al mar.
------------------------
Hoy hace veinte días que Carlos me dejó.
Yo ponía la mesa y preparaba las ensaladas; unos amigos venían
a cenar. Él dijo que traería el postre; al pasar bajo la ventana
me gritó:
—Cogeré la moto.
Me asomé para verlo salir
—Y el chaquetón…
—No lo encuentro. Es igual, la confitería está ahí mismo
Y luego…. la llamada de teléfono, la policía, el
hospital…
No sé cuanto tiempo estuve sentada frente a la mesa de la cocina,
mirando todas aquellas cosas muertas, pertenecientes a una vida
rota; tratando de asumir que Carlos ya no estaba; que me había
dejado sola para el resto del tiempo. Los amigos, la familia, se
marcharon también. Dejaron tras de sí un reguero de palabras
huecas y lugares comunes. No es culpa de ellos, hicieron lo único
que se podía hacer. Pero la realidad es tozuda y nada puede
borrarla.
Hubiera querido recuperar el salvaje dolor del principio. El
vacío es aún peor.
De improviso, me vino a la memoria que tenía un retraso. Corrí
hacia el calendario para contar y luego a la farmacia, para estar
segura. Fueron unas horas gloriosas; quedaba algo de Carlos
conmigo. Ya no estaría sola.
Pero no. El analista dijo que no. Quizás el sobresalto me había
inhibido la menstruación….
La inercia de mis propios pasos me llevó hasta casa. Tomé algunas
pastillas para dormir y me derrumbé en aquella cama estéril, tan
grande y tan fría.
Mi deseo más íntimo era no despertar; pero lo hice. Con los ojos
bien abiertos y la boca pastosa, busqué fuerzas para levantarme. Y
allá me fui, a disfrutar de lo único que la vida podía
ofrecerme: un vermut blanco.
----------------------------
Dos mesas más allá de la mía se sienta una muchacha envuelta en un
abrigo marino demasiado grande. También se escuda tras unas
enormes gafas de sol. Tiene tan mal aspecto como debo tener yo;
pero es mucho más joven y más frágil. Acaban de servirle un
aperitivo igual al mío. Me choca la coincidencia, así que observo
a la chica con curiosidad: moja los labios en la copa, la prueba
con la punta de la lengua, veo como sus hombros se relajan, mueve
su silla para quedar de frente al mar, suspira ostensiblemente;
sostiene la copa con manos temblorosas.
¿Qué puede pasarle?, se la ve tan niña…
Al ir a tomar otro sorbo de mi elixir, compruebo que el vaso está
vacío. ¿Cómo ha durado tan poco mi pequeño placer? Pido otra
copa, afrontando el peligro de caminar sobre algodones. Nada
importa. Acaricio el cristal helado; me dispongo a iniciar de
nuevo el rito necesario para disfrutar de mi segundo martini,
cuando veo que también mi vecina de mesa ha tenido la misma idea.
Pero ella no piensa saborearlo. Se pone en pie, deja unas monedas
en el platillo y de un solo trago vacía su copa. Se estremece,
golpeada por ese chorro rápido de alcohol. Queda inmóvil un
momento y luego, a pasos largos, se dirige a la playa.
En el primer instante, la magia de las coincidencias me atrapa,
por que a mí también me apetece pasear por la playa, pero hay
algo que llama mi atención, que me hace seguirla…
Cuando la alcanzo está sentada en la arena, con la cara entre las
rodillas, los sollozos la sacuden toda.
—Ese abrigo no es tuyo.
Me mira asustada y niega con la cabeza
—Es de mi novio
Lo examino de cerca, el bolsillo desgarrado, la insignia en la
solapa..
—Y de mi marido también.
Su llanto es hiriente, los suspiros amenazan con ahogarla
—Se fue…ha muerto
—Qué casualidad, también mi marido.
Tal vez sea cierto que hay un destino para cada uno de nosotros y
caminamos obstinados tras él, sin saberlo, creyendo siempre que
hacemos nuestra voluntad. Era tan tonto revivir esta mañana, sólo
para tomar un vermut frente al mar…
Vine para encontrarte, para llenar los huecos de mi vida con él,
para poner cara a la sospecha y comprobar que eres como yo…hace
diez años.
Para saber, al fin, lo que ya no me hacía ninguna falta saber.
|