BODAS DE ORO.

AGUSTÍN SERRANO SERRANO

 
Venga, despierta. Te subo la persiana, que hace un día estupendo y son ya las nueve. Duermes demasiado últimamente, además, ya sabes qué día es hoy. He traído tu tarta favorita. Ya lo sé, flores para cuando estés muerta. También hice zumo de naranja como a ti te gusta. Café para mí y descorcharé una botella de champagne para que te mojes los labios. No, no me pasa nada. Pero, ¿qué haces?, haz el favor de no levantarte, hoy es especial. Sí, me he vestido yo sólo. 

Mira qué buena pinta tiene la tarta. Aquí está el zumo, el champagne. Cierto, es la primera vez que te traigo el desayuno a la cama y no me digas que estoy loco. Es solo que llegan momentos en la vida en los que tienes que ser agradecido y yo no puedo serlo con nadie más que con mi querida esposa, que ya son cincuenta años juntos.

Recuerdas cuando nos conocimos, en el entierro de mi abuela, fíjate. Qué catorce años más bien puestos tenías. O cuando nos metíamos por las tardes en el barco de mi padre. Con qué ganas te cogía morenaza. Ahora te lo confieso; entonces me enfadaba, pero en realidad disfrutaba cuando me quitabas la mano de tu entrepierna bajo la falda. No te rías, reconoce que tú también. Claro que sí, no puedes negarlo. Luego aparecía por allí mi padre… ¡Carmelo! ¿Y las redes ?...y hala, a correr. Qué estacazos madre. Menos mal que a ti no te decía nada, sólo te miraba. Después nos vinimos a Madrid, donde nos volvimos diferentes con el Dr. Méndez, el Lic. Rico y sus respectivas. El concesionario, las letras, la jubilación… Pero nos hemos divertido.  

 

Ahora me dices tonto, antes loco, ahora tonto. No me importa. Mis horas más felices han sido contigo y con nuestros hijos, pese a que no hemos sido padres. Debimos quedarnos con Clara. Aquella niña habría sido muy feliz con nosotros. Tú sabes que lo mío es sólo genio, pero que no soy malo.

Anda toma, el champagne, que se enfría mi café. Es normal que no te lo creas, no ibas a ser siempre tú la que hace esto. Venga, quédate en la cama, abriré la ventana y cerraré la puerta, y no te preocupes, hoy iré al cementerio a cambiarte las flores.  

 

Fuengirola, 22 de agosto de 2005

 

                                        

 
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