La asociación ‘’Corazones Rotos’’ acogía a todas aquellas personas que,
por diversas circunstancias, se sentían engañados por el amor o tenían,
como su lema anunciaba, el corazón roto por otro corazón.
Celebraba su reunión los viernes a las ocho de la tarde en la sala
contigua al despacho de su directora, la eminente psiquiatra Carla
Segura.
Allí, congregados, sillas en círculo y rodeados de fotografías de
paisajes bucólicos y relajantes, los afectados por el ‘’Mal del amor no
correspondido’’ contaban sus experiencias y vivencias de a diario;
satisfaciendo sus ganas de hablar con alguien interesante y compartiendo
sus intimidades, en un ambiente sosegado y envuelto en ésa idea de
aparentar relax y anti estrés, que no era más que la intranquilidad
infernal que experimentaban sus castigados espíritus fuera de aquella
sala, en la que un día a la semana y 115 euros al mes, se encontraban
con su verdadero ser y descansaban de su falsa, pero más frecuente,
existencia.
Graciela era la más joven de la reunión. Veintiséis años tenían aquellos
ojos verdes y tristes. Aquel raquítico cuerpo vestido de lana gris, lana
de terapia, que su dueña había dejado consumirse hasta los huesos por
amor.
Graciela era anoréxica desde que su novio la dejo por otra mucho más
estable emocionalmente.
- ¿Cómo te encuentras, Graciela? – Preguntaba Carla abriendo la tarde.
- Bien, me encuentro muy bien. – Respondía Graciela con aparentado
aliento.
- Cuéntanos, ¿qué has hecho hoy?
Y la chica contaba lo que había hecho en su casa y en su trabajo como
cajera de supermercado. Al final siempre acababa llorando. La psiquiatra
preguntaba por la razón y ella respondía con sollozos y un desconsolado;
‘’no puedo dejar de pensar en él’’. Entre todos, con el guiño de Carla,
la mimaban y la hacían sentirse mejor, aunque sólo hasta el siguiente
pensamiento.
A Marcelo siempre le llegaba el antepenúltimo, penúltimo o último turno
para hablar. Aquel día fue el último. Y es que a Carla siempre le
gustaba dejarlo para el final, pues tenía la seguridad de que era el
miembro de su grupo con más solución, sin olvidar que era un integrante
ya veterano de ‘’Corazones Rotos’’, y con ello, una persona atormentada,
maniática y sumamente sensible.
- ¿Cómo estás hoy, Marcelo? – Hablaba Carla de nuevo.
- Muy bien, gracias. – Decía él como el que respondía a cualquier
persona que le hacía aquella pregunta y con una gran sonrisa.
- Te veo más alegre que de costumbre.
- Es que me ha vuelto a pasar.
- Bien, Marcelo. Yo soy Carla y estos son tus amigos. Estamos aquí para
escucharnos y ayudarnos mutuamente. Estamos impacientes por saber qué es
lo que te ha vuelto a pasar.
- Enamorarme. Me he vuelto a enamorar. ¿Lo puedes creer? – Expresaba el
hablante entre dientes y vergonzosa risa.
- Claro que te creo. Te creemos. ¿Y eso es bueno o malo?
- Yo creo que el amor no es malo y enamorarse es tomar amor.
- Lo dices como si esto fuera alcohólicos anónimos y hubieses
descubierto un tipo de licor sin alcohol. Por qué no repites tu
definición del amor de hace meses, cuando lo aborrecías. – Y Marcelo, de
unos treinta años y muchas ojeras, daba su particular visión del amor
con aquellos ojos extraviados que sólo él era capaz de mostrar.
Definición que fascinaba a Carla.
- El amor es una entidad quiescente, es decir, no se le ve moverse, pero
habita dentro de vosotros. Nace con el misterio, con la curiosidad, con
lo oculto y lo desconocido. Crece con una mirada, con un tintineo de
voz, con una frase o hasta con un acto de nobleza. Pervive a través de
vuestras manos, de vuestros besos, de vuestras caricias. Se nutre con
vuestros deseos, con vuestros anhelos y vuestros esperanzadores sueños.
Y muere con un desengaño, con una verdad, con un miedo y con una maldita
distancia. Qué artificial y doloroso es el amor platónico. Anida en
vuestro corazón, usurpándolo, como si un cuco ladrón se tratase, y
consigue que día a día supedites y bases tu vida en la odiosa y cansina
esperanza.
- Muy bien, Marcelo. Y ése nuevo amor, ¿es un amor platónico?
- No lo sé. – Contestaba él.
- ¿No lo sabes? ¿Qué sabes de él? Vamos, cuéntanos. – Pedía Carla riendo
y contagiando a los demás.
- Se llama Victoria. Creo que es mucho más joven que yo. Trabaja en una
papelería de la calle Menor. La veo todas las mañanas cuando compro el
diario que nunca leo, pues es sólo una excusa para verla. No la conozco
de nada, pero me encantaría hacerlo, ya que es una de las chicas más
bonitas que he visto en mi vida.
- ¿Y qué te lo impide?
- No sé, es que no la conozco, no adivino su reacción. Desconozco si
tiene novio o incluso si está casada. Y tú ya conoces mi timidez.
- Vamos a hacer una prueba, Marcelo. Hazte una idea de que soy Victoria.
- Lo siento, pero ella es mucho más hermosa que tú.
- Bueno, no me mires, tú sólo piensa. Esto es un encuentro imaginario.
Soy ella, me pagas el periódico. No hay nadie más, solos tú y yo. ¿Qué
haces?
- Pues le preguntaría que si podríamos tomar un café una tarde y
permitirme conocerla. Si dijese que sí, le dejaría mi número para que me
llamase cuando quisiera.
- ¿Qué número es? Esto ha de parecer real.
- 630…
- ¿Y crees que te llamaría? – Pregunta la psiquiatra con más interés que
nunca.
- Mi respuesta depende de mi cura y de mi éxito, ¿verdad?
- Así es, Marcelo.
- Pues te digo que no lo sé, ya que en eso consiste el amor, en la magia
de la incertidumbre. Ése es el misterio del amor, un ‘’mal’’
interminable del que se desconoce su vacuna.
La asociación ‘’Corazones Rotos’’ era conocida en los mentideros
psiquiátricos como la sala de autopsias de las asociaciones, pues sus
miembros eran como cadáveres, en los que, por mucho que se trabaje, no
dejan de ser cadáveres. Y los enamorados, por mucho que sufran y se les
intente reinsertar, nunca dejan de serlo.
Fuengirola, hace algún tempo.
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