EXTRACTOS DEL DIARIO DE DON MATIAS

 

por Isidro R. Ayestarán

 

 

Africa – Tribu de los Conguitos Negros

Hoy el día comenzó maravillosamente bien, gracias a Nuestro Señor. Por la mañana, habíamos bautizado al último retoño de los Conguitos Negros, a quien Sor Visitadora y yo decidimos darle el nombre de Colacao. Fue una ceremonia preciosa, pues los de la tribu ya se habían acostumbrado a nosotros tras tanto tiempo juntos dándoles la tabarra. Sor Visi, tras el bautizo y la correspondiente celebración a base de hormigas fritas y cagarrutas de rinoceronte al vapor, se fue a darle a la vomitona de costumbre mientras las negritas de la tribu se desternillaban de la risa las muy jodías. Mientras tanto, yo me dedicaba a escuchar los problemas de los mayores de la tribu, que me contaban sus cositas y cosotas. Y claro, acostumbrado como estaba toda mi vida a escuchar a mis feligresas de Santa Lucía desde mi lado del confesionario, aquello me parecía un aburrimiento de los de padre y muy señor mío. Qué digo aburrimiento o tedio, una mierda de pecados insignificantes y de poca monta que no merecían el que se los contara luego al oído a mi colega Sor Visi, que bastante tiene ya la pobre con sus problemas estomacales por la comida que nos dan (…)

Hay veces que maldigo al antiguo obispo Euniciano y la jugarreta que nos hizo el muy cabrito con mandarnos a este rincón del mundo a evangelizar a los desamparados y abandonados por el mal llamado Primer Mundo. Y no es que me haya cansado de dar gracias a Dios por cada día que paso junto a estos pobres que no saben otra cosa más que darle a la colita, procrear con unos y otros y dormir horas y horas. Sé y soy consciente de la ardua labor que tengo en este rincón de Africa. Lo que ocurre es que muchas veces me planteo que para qué voy a perder el tiempo contándoles a estos negritos las andanzas de Jesucristo. Les veo tan felices con su modo de ver la vida, que para qué voy a complicárselo narrándoles los milagros del de Nazareth, los palos que le dieron al pobre por amarnos tanto, y cómo resucitó al tercer día para, así, alejarse terrenalmente de este valle de lágrimas en los que nos dejó inmersos en mala hora.
Y es más. Hasta yo mismo me planteo, ahora que estoy a punto de llegar a una edad que da asco pronunciarla, que con mi vida no he hecho nada de lo que pueda estar realmente orgulloso. Me refiero a mi vida como cura y párroco. El ministerio de la Eucaristía dominical no era lo suficientemente placentero y satisfactorio como mucha gente se creía. Si hasta el sacramento de la confesión me parecía una auténtica patraña. Que si a la señora Jacinta le ponía nerviosa comer bizcochos mojados en el café con leche, pues tres padrenuestros y un par de avemarías; que si a doña María Teresa le parecía irreverente que su marido estuviera todo el santo día pensando en las nubes en ver de dedicarse la vida entera al cuidado y atención de sus retoños, pues tranquila, hija, que Dios proveerá. Lo único que me alentaba era cuando la catequista Antonina Martín Porras me contaba sus andanzas con el sacristán por los rincones de la parroquia, o cuando Rafaelito, a quien al principio me llevaba por la calle de la amargura por su manera tan estrafalaria de venir vestido a misa, me contaba cómo él veía el mundo de soberbio e individualista… Ay, mis amigos… De lo único que sí estoy orgulloso en esta vida es de haber celebrado la unión entre dos personas que se amaban y se comían con los ojos. De eso es lo único por lo que le doy gracias a mi jefe divino. Gracias a su inspiración, me desembaracé de todo prejuicio a lo Rouco Varela y participé en el bodorrio más maravilloso que se recuerde en Santander y en este rincón de las Africas. Y desde aquí, rezo todas las noches para que Rafaelito y Monchito sean felices y no dejen nunca de quererse y amarse. Cómo les echo de menos… (…)

Hoy nos han llegado malas noticias. La tribu de los Laca-Shitos, vecina de estos Conguitos Negros, se ha puesto el mundo por montera y se han dicho los unos a los otros y todos entre ellos que este rincón de Africa es sólo para su tribu y para nadie más. Y claro, como aquí el jefe Onzita y el gurú Chita son también para tirar cohetes, pues se pasan todo el día dándose puñetes entre ellos. Pero qué puñetes. Sor Visitadora y yo nos pasamos todo el día enterrando chiquillos que los dignatarios mandan a sus guerrillas. ¡Ay Dios mío! Hasta en este rincón perdido de Africa la soberbia y la envidia son el pan nuestro de cada día. Y estamos todos atemorizados, pues aquí las venganzas se desayunan a cuchillo y mucho nos tememos la Sor y yo que pronto seremos los próximos en caer al hoyo. Y todo, por venir a evangelizar a esta parte del mundo cuando quien realmente necesita ser inspirado en el mensaje de amor de Jesucristo son los gobiernos poderosos y los impresentables que los representan (…)

Ya no me preocupa que me tomen por loco. Confieso, a través de estas páginas que ignoro a qué puerto llegarán algún día, que la otra noche hablé con Dios. Se me apareció en forma de mofeta en un momento en que me había acercado a mi árbol predilecto para poder abonar el prado tan ricamente, y claro, nada más verla pegué un salto y corrí despavorido con la sotana remangada y los calzones por los tobillos. Pero el Señor, a base de gritos, me llamó por mi nombre de pila y me ordenó que detuviera la marcha para no despertar a nadie con el aroma que iba desperdigando tan a lo gratuito por el bosque. Me volví, incrédulo, e incluso al principio recelé de que una mofeta supiera hablar tan bien, pero no hubo lugar a duda alguna. Aquel animalillo horripilante era el mismísimo Dios. Y me habló, casi en un susurro, en un dialogo breve pero conciso, intenso y en mayúsculas, como corresponde a Dios. Sí señor.
– HE VENIDO HASTA TI PARA ORDENARTE QUE COJAS A SOR VISITADORA Y AL NIÑO COLACAO Y ABANDONÉIS LA TRIBU DE LOS CONGUITOS NEGROS, PUES EN BREVES INSTANTES HABRÁ UNA MASACRE ENTRE ELLOS Y LOS LACA-SHITOS Y NO VA A QUEDAR VIVO NI EL APUNTADOR.
Claro, yo me turbé al oír aquello porque no podía imaginar que el mismísimo Dios se quedara tan fresco ante una inminente masacre que acabaría con unos cuantos negritos. Y ante mi rechazo a tal petición y mi deseo de quedarme para, tan siquiera, rezar por todos ellos y dar aliento espiritual a mujeres y niños, Dios me dijo que me olvidara del asunto.
– SÉ QUE ES INJUSTO, PERO TE GARANTIZO, HIJO MÍO, QUE ALLÍ DONDE VAN A IR LOS CONGUITOS NEGROS ES UN LUGAR DONDE VIVIRÁN PERPETUAMENTE EN PAZ Y ARMONÍA Y NO EN ESTE AGUJERO INMUNDO EN QUE LOS PAÍSES IMPERIALISTAS Y PODEROSOS LO HAN CONVERTIDO A BASE DE DESPROPÓSITOS Y MEZQUINDADES.
– Y ya puestos, Dios – le dije - ¿Por qué no mandas una plaga a la Casablanca, la Downey street esa de Blair, la Moncloa, el kremlin y la Bruselas amén de todas aquellas Asambleas que, reuniéndose en nombre de la Paz, se dedican en exclusiva a fomentar las guerras? ¿Por qué no acabas con el odio y los fundamentalismos hiperpeligrosos en vez de mandar inocentes a tu Paraíso? ¿Y por qué no mandas a tomar por saco a los que, estando arriba, se lo pasan pipa jorobando a los que están abajo? Porque ya rezuma el mango que siempre pringuen los mismos. Y perdona la franqueza, Dios.
– EL MUNDO YA ESTÁ CONDENADO, MATÍAS – me dijo con voz grave que anunciaba el final de la chachara – ELLOS MISMOS SON YA LAS PLAGAS DE LAS QUE TÚ ME HABLAS.
Claro, reconozco que me la jugué por hacer frente al mismo Dios, pero no podía quedarme callado y contemplar una injusticia más. Sin embargo, la mofeta desapareció sin dejar ni rastro. Y lo que pareció ser un sueño, se tornó en dura realidad, ya que un zambombazo próximo a donde me encontraba hizo que terminara la faena de mis deposiciones al instante, me armara de valor, y me dirigiera a la tienda de Sor Visitadora, le contara brevemente lo ocurrido con Dios y nos encamináramos hacia la tienda de la familia del niño Colacao. Allí, como si de una premonición se tratara, la madre, el padre, las otras mujeres de este y no se cuantos hermanitos, ya nos estaban aguardando como si ellos también hubieran hablado con Dios y les hubiera contado que el niño Colacao estaría cien veces mejor con nosotros que con ellos, ya que les quedaba, como mucho, poco más de diez minutos. A Sor Visitadora se le cayeron las lágrimas cuando recogió en su regazo al crío y yo, con un nudo en la garganta, miraba al padre a los ojos.
– Dios nos espera en su Paraíso – me dijo – El mismo Paraíso del que tú nos hablado, Matías. Gracias por tus palabras y por todo este tiempo, amigo.
– Esto de acabar en el Paraíso de esta manera es una putada, jefe Paladín – dije con franqueza – Y es más, en verdad te digo que lo que Dios va a hacer con vosotros me lo hace a mí mismo, y hasta ahí podíamos llegar.
– ¡¡Matías!! – me reprobó Sor Visitadora - ¡¡Que no es momento para disertaciones teológicas en este momento!! ¡¡Que ya oigo aullar a los Laca-Shitos y aquí se va a montar la de Dios es Cristo!!
El jefe Paladín me sonrió abiertamente al tiempo que se sentaba sobre sus rodillas en el centro de la tienda junto con el resto de la familia. Comenzaron todos a una a entonar un cántico tribal, y con las mismas, se me hizo un nudo en la garganta, en el corazón, y hasta donde queda feo en boca de un cura por muy párroco que sea uno. Y claro, como uno no es de piedra, me deshice en lágrimas y tras fundirnos en unos cuantos abrazos, abandonamos la tienda y las inmediaciones de la tribu de los Conguitos Negros.
Corrimos y corrimos que ya quisiera el Jesse Owens ese mientras los zambombazos de unos y otros sonaban de manera apocalíptica. Y lo hicimos sin rumbo fijo, como si el miedo a que una bomba nos mandara a plazos a tomar viento fresco nos guiara hacia el lugar de la salvación. Y ese lugar lo encontramos en la persona de un extraño personaje que vimos aparecer vestido impecablemente de blanco, con una enorme túnica de cuello a tobillos y con mirada angelical. Incluso Sor Visi se pensó que era el mismísimo arcángel San Gabriel. Lo cierto es que el jovencito virginal nos señaló hacia una pequeña barquichuela varada junto a la orilla.
– Iros en la barca, Matías – me dijo – El Señor lo tiene todo preparado y no se le escapa detalle alguno. No os puedo adelantar nada más. Únicamente que esta barca os guiará hacia vuestro mundo, donde os necesitan más que nunca, ya que en Santander va a ocurrir un hecho extraordinario que está a punto de peligrar por los de siempre.
– Huy, coñe – le contesté – ¿Qué me está contando usted, jovencito virginal y angelical donde los haya? ¿En nuestro Santander del alma? ¿Algo con nuestros amigos?
– Te esperan en Semana Santa. Y no te puedo decir más. Sólo que la cosa está a punto de estallar por los cuatro costados y precisan al instante de tu cordura, sabiduría y demás lindezas de las tuyas.
– ¿Pero le ha ocurrido algo a nuestra gente de allá? – le pregunté insistente y nervioso.
– Hay que joder, Matías. Que no te puedo decir nada más. Que son cosas de Dios, coño. Cógete a la monja, al negrito y móntate en la barca de una puñetera vez. Cuando llegues a tu destino sabrás cómo superar esta nueva prueba de amor que te encomienda el Señor.
– Pues que sepa Dios que estoy de las pruebas esas que nos pones a los mortales hasta los mismísimos borlones de mi hábito dominical. He dicho.
Y así, nos metimos los tres en la barca, la cual comenzó a moverse inexplicablemente, alejándonos de la orilla y del misterioso ángel enviado por Dios (…)

Llevamos tres días de travesía y no nos podemos quejar de cómo nos está tratando Dios, ya que todos los días nos provee con peces e incluso alguna vez se le escapa algo de maná del cielo. Y es que todo esto me hace sospechar que en Santander se debe estar fraguando la de agarrarse que vienen curvas, porque si no, no me explico el porqué el Altísimo nos aparta de nuestra vida misionera para poner cordura en el Santander de nuestro corazón.
Sor Visitadora anda pendiente a todas horas del niño Colacao, el cual se ha pasado estos días durmiendo placenteramente sin echar en falta las ubres de su madre para solicitar alimento alguno. Y mejor así, porque como la sor no pusiera sus pectorales monjiles, conmigo el crío lo iba a llevar algo crudo. Debe ser otro misterio divino el que el niño duerma hasta llegar a nuestro destino. La sor y yo nos miramos y confiamos en que todo ha de salir bien porque así debe estar escrito en algún manual de instrucciones que en su día le dio Dios a Adán cuando tuvo la genial idea de inventar a la mujer… (…)

Han pasado otros cinco días y pese a que necesito un buen afeitado, por lo demás andamos bien alimentados. Nos estamos portando como jabatos. Guiados por la Divinidad, pero jabatos al fin y al cabo. Sor Visi y yo nos turnamos para coger al crío en brazos cuando el uno o la otra debemos arrimarnos al borde de la barca para soltar nuestras deposiciones al mar. Y es que el maná que nos envía Dios es bien consistente, rico en fibra y bífidus de esos y andamos todo el día cagando que da gusto, por lo que las jornadas deposicionadoras son de aúpa. Sobre todo para la Sor, que siempre alardeó de reinona sentada al trono… (…)

Acabamos de toparnos con una patera repleta de negritos, lo que me hace pensar que andamos muy cerca de la península. Y se nos ha encogido el corazón, pues todos ellos están demacrados, ojerosos y ateridos por el frío y las inclemencias de un tiempo que no nos ha afectado a nosotros para nada. Sin embargo, y acordándome de que a cambio de las pruebas de amor hechas al Jefe este nos había obsequiado durante la travesía con manjares diversos, se me ha ocurrido el pedirle a Dios que nos conceda un menú extra para poder alimentar a todos esos seres ninguneados por las gracias de la vida y explotados por las mafias de turno. He invocado a Dios y le he explicado lo que anda por los mismos andurriales que nosotros. Una patera de gente que sólo busca el escapar de su mundo opresor para alcanzar la vida digna que todo ser humano precisa y que debería ser prometida en todas las constituciones y Cartas Magnas del mundo entero. Y mientras le rezaba a Dios, todos los negros de la patera se han puesto de pie y han mirado también al cielo. Algunos incluso con lágrimas en los ojos

Y la respuesta, no se ha hecho esperar……………………..

 

 

de mi novela En un mundo nuevo – La Divina Soraya, episodio II

© Isidro R. Ayestarán, 2007

https://divinasorayaepisodiodos.blogspot.com/

 

 

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