Africa – Tribu de los Conguitos Negros
Hoy el día comenzó maravillosamente bien, gracias a Nuestro Señor.
Por la mañana, habíamos bautizado al último retoño de los Conguitos
Negros, a quien Sor Visitadora y yo decidimos darle el nombre de Colacao.
Fue una ceremonia preciosa, pues los de la tribu ya se habían
acostumbrado a nosotros tras tanto tiempo juntos dándoles la tabarra.
Sor Visi, tras el bautizo y la correspondiente celebración a base de
hormigas fritas y cagarrutas de rinoceronte al vapor, se fue a darle a
la vomitona de costumbre mientras las negritas de la tribu se
desternillaban de la risa las muy jodías. Mientras tanto, yo me dedicaba
a escuchar los problemas de los mayores de la tribu, que me contaban sus
cositas y cosotas. Y claro, acostumbrado como estaba toda mi vida a
escuchar a mis feligresas de Santa Lucía desde mi lado del
confesionario, aquello me parecía un aburrimiento de los de padre y muy
señor mío. Qué digo aburrimiento o tedio, una mierda de pecados
insignificantes y de poca monta que no merecían el que se los contara
luego al oído a mi colega Sor Visi, que bastante tiene ya la pobre con
sus problemas estomacales por la comida que nos dan (…)
Hay veces que maldigo al antiguo obispo Euniciano y la jugarreta que
nos hizo el muy cabrito con mandarnos a este rincón del mundo a
evangelizar a los desamparados y abandonados por el mal llamado Primer
Mundo. Y no es que me haya cansado de dar gracias a Dios por cada día
que paso junto a estos pobres que no saben otra cosa más que darle a la
colita, procrear con unos y otros y dormir horas y horas. Sé y soy
consciente de la ardua labor que tengo en este rincón de Africa. Lo que
ocurre es que muchas veces me planteo que para qué voy a perder el
tiempo contándoles a estos negritos las andanzas de Jesucristo. Les veo
tan felices con su modo de ver la vida, que para qué voy a complicárselo
narrándoles los milagros del de Nazareth, los palos que le dieron al
pobre por amarnos tanto, y cómo resucitó al tercer día para, así,
alejarse terrenalmente de este valle de lágrimas en los que nos dejó
inmersos en mala hora.
Y es más. Hasta yo mismo me planteo, ahora que estoy a punto de
llegar a una edad que da asco pronunciarla, que con mi vida no he hecho
nada de lo que pueda estar realmente orgulloso. Me refiero a mi vida
como cura y párroco. El ministerio de la Eucaristía dominical no era lo
suficientemente placentero y satisfactorio como mucha gente se creía. Si
hasta el sacramento de la confesión me parecía una auténtica patraña.
Que si a la señora Jacinta le ponía nerviosa comer bizcochos mojados en
el café con leche, pues tres padrenuestros y un par de avemarías; que si
a doña María Teresa le parecía irreverente que su marido estuviera todo
el santo día pensando en las nubes en ver de dedicarse la vida entera al
cuidado y atención de sus retoños, pues tranquila, hija, que Dios
proveerá. Lo único que me alentaba era cuando la catequista Antonina
Martín Porras me contaba sus andanzas con el sacristán por los rincones
de la parroquia, o cuando Rafaelito, a quien al principio me llevaba por
la calle de la amargura por su manera tan estrafalaria de venir vestido
a misa, me contaba cómo él veía el mundo de soberbio e individualista…
Ay, mis amigos… De lo único que sí estoy orgulloso en esta vida es de
haber celebrado la unión entre dos personas que se amaban y se comían
con los ojos. De eso es lo único por lo que le doy gracias a mi jefe
divino. Gracias a su inspiración, me desembaracé de todo prejuicio a lo
Rouco Varela y participé en el bodorrio más maravilloso que se recuerde
en Santander y en este rincón de las Africas. Y desde aquí, rezo todas
las noches para que Rafaelito y Monchito sean felices y no dejen nunca
de quererse y amarse. Cómo les echo de menos… (…)
Hoy nos han llegado malas noticias. La tribu de los Laca-Shitos,
vecina de estos Conguitos Negros, se ha puesto el mundo por montera y se
han dicho los unos a los otros y todos entre ellos que este rincón de
Africa es sólo para su tribu y para nadie más. Y claro, como aquí el
jefe Onzita y el gurú Chita son también para tirar cohetes, pues se
pasan todo el día dándose puñetes entre ellos. Pero qué puñetes. Sor
Visitadora y yo nos pasamos todo el día enterrando chiquillos que los
dignatarios mandan a sus guerrillas. ¡Ay Dios mío! Hasta en este rincón
perdido de Africa la soberbia y la envidia son el pan nuestro de cada
día. Y estamos todos atemorizados, pues aquí las venganzas se desayunan
a cuchillo y mucho nos tememos la Sor y yo que pronto seremos los
próximos en caer al hoyo. Y todo, por venir a evangelizar a esta parte
del mundo cuando quien realmente necesita ser inspirado en el mensaje de
amor de Jesucristo son los gobiernos poderosos y los impresentables que
los representan (…)
Ya no me preocupa que me tomen por loco. Confieso, a través de estas
páginas que ignoro a qué puerto llegarán algún día, que la otra noche
hablé con Dios. Se me apareció en forma de mofeta en un momento en que
me había acercado a mi árbol predilecto para poder abonar el prado tan
ricamente, y claro, nada más verla pegué un salto y corrí despavorido
con la sotana remangada y los calzones por los tobillos. Pero el Señor,
a base de gritos, me llamó por mi nombre de pila y me ordenó que
detuviera la marcha para no despertar a nadie con el aroma que iba
desperdigando tan a lo gratuito por el bosque. Me volví, incrédulo, e
incluso al principio recelé de que una mofeta supiera hablar tan bien,
pero no hubo lugar a duda alguna. Aquel animalillo horripilante era el
mismísimo Dios. Y me habló, casi en un susurro, en un dialogo breve pero
conciso, intenso y en mayúsculas, como corresponde a Dios. Sí señor.
– HE VENIDO HASTA TI PARA ORDENARTE QUE COJAS A SOR VISITADORA Y AL
NIÑO COLACAO Y ABANDONÉIS LA TRIBU DE LOS CONGUITOS NEGROS, PUES EN
BREVES INSTANTES HABRÁ UNA MASACRE ENTRE ELLOS Y LOS LACA-SHITOS Y NO VA
A QUEDAR VIVO NI EL APUNTADOR.
Claro, yo me turbé al oír aquello porque no podía imaginar que el
mismísimo Dios se quedara tan fresco ante una inminente masacre que
acabaría con unos cuantos negritos. Y ante mi rechazo a tal petición y
mi deseo de quedarme para, tan siquiera, rezar por todos ellos y dar
aliento espiritual a mujeres y niños, Dios me dijo que me olvidara del
asunto.
– SÉ QUE ES INJUSTO, PERO TE GARANTIZO, HIJO MÍO, QUE ALLÍ DONDE VAN
A IR LOS CONGUITOS NEGROS ES UN LUGAR DONDE VIVIRÁN PERPETUAMENTE EN PAZ
Y ARMONÍA Y NO EN ESTE AGUJERO INMUNDO EN QUE LOS PAÍSES IMPERIALISTAS Y
PODEROSOS LO HAN CONVERTIDO A BASE DE DESPROPÓSITOS Y MEZQUINDADES.
– Y ya puestos, Dios – le dije - ¿Por qué no mandas una plaga a la
Casablanca, la Downey street esa de Blair, la Moncloa, el kremlin y la
Bruselas amén de todas aquellas Asambleas que, reuniéndose en nombre de
la Paz, se dedican en exclusiva a fomentar las guerras? ¿Por qué no
acabas con el odio y los fundamentalismos hiperpeligrosos en vez de
mandar inocentes a tu Paraíso? ¿Y por qué no mandas a tomar por saco a
los que, estando arriba, se lo pasan pipa jorobando a los que están
abajo? Porque ya rezuma el mango que siempre pringuen los mismos. Y
perdona la franqueza, Dios.
– EL MUNDO YA ESTÁ CONDENADO, MATÍAS – me dijo con voz grave que
anunciaba el final de la chachara – ELLOS MISMOS SON YA LAS PLAGAS DE
LAS QUE TÚ ME HABLAS.
Claro, reconozco que me la jugué por hacer frente al mismo Dios,
pero no podía quedarme callado y contemplar una injusticia más. Sin
embargo, la mofeta desapareció sin dejar ni rastro. Y lo que pareció ser
un sueño, se tornó en dura realidad, ya que un zambombazo próximo a
donde me encontraba hizo que terminara la faena de mis deposiciones al
instante, me armara de valor, y me dirigiera a la tienda de Sor
Visitadora, le contara brevemente lo ocurrido con Dios y nos
encamináramos hacia la tienda de la familia del niño Colacao. Allí, como
si de una premonición se tratara, la madre, el padre, las otras mujeres
de este y no se cuantos hermanitos, ya nos estaban aguardando como si
ellos también hubieran hablado con Dios y les hubiera contado que el
niño Colacao estaría cien veces mejor con nosotros que con ellos, ya que
les quedaba, como mucho, poco más de diez minutos. A Sor Visitadora se
le cayeron las lágrimas cuando recogió en su regazo al crío y yo, con un
nudo en la garganta, miraba al padre a los ojos.
– Dios nos espera en su Paraíso – me dijo – El mismo Paraíso del que
tú nos hablado, Matías. Gracias por tus palabras y por todo este tiempo,
amigo.
– Esto de acabar en el Paraíso de esta manera es una putada, jefe
Paladín – dije con franqueza – Y es más, en verdad te digo que lo que
Dios va a hacer con vosotros me lo hace a mí mismo, y hasta ahí podíamos
llegar.
– ¡¡Matías!! – me reprobó Sor Visitadora - ¡¡Que no es momento para
disertaciones teológicas en este momento!! ¡¡Que ya oigo aullar a los
Laca-Shitos y aquí se va a montar la de Dios es Cristo!!
El jefe Paladín me sonrió abiertamente al tiempo que se sentaba
sobre sus rodillas en el centro de la tienda junto con el resto de la
familia. Comenzaron todos a una a entonar un cántico tribal, y con las
mismas, se me hizo un nudo en la garganta, en el corazón, y hasta donde
queda feo en boca de un cura por muy párroco que sea uno. Y claro, como
uno no es de piedra, me deshice en lágrimas y tras fundirnos en unos
cuantos abrazos, abandonamos la tienda y las inmediaciones de la tribu
de los Conguitos Negros.
Corrimos y corrimos que ya quisiera el Jesse Owens ese mientras los
zambombazos de unos y otros sonaban de manera apocalíptica. Y lo hicimos
sin rumbo fijo, como si el miedo a que una bomba nos mandara a plazos a
tomar viento fresco nos guiara hacia el lugar de la salvación. Y ese
lugar lo encontramos en la persona de un extraño personaje que vimos
aparecer vestido impecablemente de blanco, con una enorme túnica de
cuello a tobillos y con mirada angelical. Incluso Sor Visi se pensó que
era el mismísimo arcángel San Gabriel. Lo cierto es que el jovencito
virginal nos señaló hacia una pequeña barquichuela varada junto a la
orilla.
– Iros en la barca, Matías – me dijo – El Señor lo tiene todo
preparado y no se le escapa detalle alguno. No os puedo adelantar nada
más. Únicamente que esta barca os guiará hacia vuestro mundo, donde os
necesitan más que nunca, ya que en Santander va a ocurrir un hecho
extraordinario que está a punto de peligrar por los de siempre.
– Huy, coñe – le contesté – ¿Qué me está contando usted, jovencito
virginal y angelical donde los haya? ¿En nuestro Santander del alma?
¿Algo con nuestros amigos?
– Te esperan en Semana Santa. Y no te puedo decir más. Sólo que la
cosa está a punto de estallar por los cuatro costados y precisan al
instante de tu cordura, sabiduría y demás lindezas de las tuyas.
– ¿Pero le ha ocurrido algo a nuestra gente de allá? – le pregunté
insistente y nervioso.
– Hay que joder, Matías. Que no te puedo decir nada más. Que son
cosas de Dios, coño. Cógete a la monja, al negrito y móntate en la barca
de una puñetera vez. Cuando llegues a tu destino sabrás cómo superar
esta nueva prueba de amor que te encomienda el Señor.
– Pues que sepa Dios que estoy de las pruebas esas que nos pones a
los mortales hasta los mismísimos borlones de mi hábito dominical. He
dicho.
Y así, nos metimos los tres en la barca, la cual comenzó a moverse
inexplicablemente, alejándonos de la orilla y del misterioso ángel
enviado por Dios (…)
Llevamos tres días de travesía y no nos podemos quejar de cómo nos
está tratando Dios, ya que todos los días nos provee con peces e incluso
alguna vez se le escapa algo de maná del cielo. Y es que todo esto me
hace sospechar que en Santander se debe estar fraguando la de agarrarse
que vienen curvas, porque si no, no me explico el porqué el Altísimo nos
aparta de nuestra vida misionera para poner cordura en el Santander de
nuestro corazón.
Sor Visitadora anda pendiente a todas horas del niño Colacao, el
cual se ha pasado estos días durmiendo placenteramente sin echar en
falta las ubres de su madre para solicitar alimento alguno. Y mejor así,
porque como la sor no pusiera sus pectorales monjiles, conmigo el crío
lo iba a llevar algo crudo. Debe ser otro misterio divino el que el niño
duerma hasta llegar a nuestro destino. La sor y yo nos miramos y
confiamos en que todo ha de salir bien porque así debe estar escrito en
algún manual de instrucciones que en su día le dio Dios a Adán cuando
tuvo la genial idea de inventar a la mujer… (…)
Han pasado otros cinco días y pese a que necesito un buen afeitado,
por lo demás andamos bien alimentados. Nos estamos portando como
jabatos. Guiados por la Divinidad, pero jabatos al fin y al cabo. Sor
Visi y yo nos turnamos para coger al crío en brazos cuando el uno o la
otra debemos arrimarnos al borde de la barca para soltar nuestras
deposiciones al mar. Y es que el maná que nos envía Dios es bien
consistente, rico en fibra y bífidus de esos y andamos todo el día
cagando que da gusto, por lo que las jornadas deposicionadoras son de
aúpa. Sobre todo para la Sor, que siempre alardeó de reinona sentada al
trono… (…)
Acabamos de toparnos con una patera repleta de negritos, lo que me
hace pensar que andamos muy cerca de la península. Y se nos ha encogido
el corazón, pues todos ellos están demacrados, ojerosos y ateridos por
el frío y las inclemencias de un tiempo que no nos ha afectado a
nosotros para nada. Sin embargo, y acordándome de que a cambio de las
pruebas de amor hechas al Jefe este nos había obsequiado durante la
travesía con manjares diversos, se me ha ocurrido el pedirle a Dios que
nos conceda un menú extra para poder alimentar a todos esos seres
ninguneados por las gracias de la vida y explotados por las mafias de
turno. He invocado a Dios y le he explicado lo que anda por los mismos
andurriales que nosotros. Una patera de gente que sólo busca el escapar
de su mundo opresor para alcanzar la vida digna que todo ser humano
precisa y que debería ser prometida en todas las constituciones y Cartas
Magnas del mundo entero. Y mientras le rezaba a Dios, todos los negros
de la patera se han puesto de pie y han mirado también al cielo. Algunos
incluso con lágrimas en los ojos
Y la respuesta, no se ha hecho esperar……………………..
de mi novela En un
mundo nuevo – La Divina Soraya, episodio II
© Isidro R. Ayestarán,
2007
https://divinasorayaepisodiodos.blogspot.com/
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