El SECRETO |
por Camelia |
Cuando mis ojos se abrieron por primera a la vida vez la sordera era una minusvalía conocida en casa. Siempre se hablo de ella abiertamente, con el mayor interés y paciencia. Habia que entender, comprender y poner en práctica toda la ayuda necesaria para el crecimiento del ser humano que se enfrenta a la vida partiendo por debajo de cero.
Unidos como una piña, toda la familia intentábamos compensar lo que hace mas de diez lustros era ser sordo. Afortunadamente las cosas aunque sea lentamente van cambiando y sus posibilidades de integración social son cada vez mayores.
En cuanto a mí fui creciendo y aprendiendo a relacionarme con las personas sordas con la mayor naturalidad. En más de una ocasión pase entre ellas como una sorda más con la diferencia de que yo escuchaba lo que los oyentes pensaban sobre los sordos.
Mi hermana, sorda desde los 8 meses a consecuencia de una enfermedad grave, que a punto estuvo de acabar con su vida, al igual que lo hizo con algunos niños conocidos de nuestro pueblo y de los alrededores con edades similares a la suya aquel fatídico año de 1950.
Las condiciones de vida y los recursos disponibles hacen que la forma en que se vive no siempre se pueda elegir. La realidad hace que las cosas no sean como lo son en nuestros sueños. A veces los sueños y las pesadillas se hacen realidad y otras veces afortunadamente las pesadillas no llegan a cumplirse nunca.
Mi casa humilde y pequeña emanaba: amor, ternura, comprensión, ayuda y acompañamiento. Objetivamente solo era una parcela vieja y húmeda y con los elementos imprescindibles, pero lo que la hacia un hogar es que se vivía en familia; lo mas importante para sobrellevar dignamente la falta de medios materiales. Era la aceptación sin quejas de lo que nos rodeaba luchando sin desfallecer, aprendiendo, trabajando y con la fuerza de voluntad necesaria para que con los años las cosas fuesen cambiando. Algunos se quedaron en el camino y con el tiempo el duelo por los seres perdidos y los objetos extraviados dieron paso al recuerdo de las vivencias compartidas con la misma nitidez de entones pero con el dolor sereno de la aceptación de lo que ya no tiene marcha atrás.
Yo era conocedora y parte activa de un secreto del que no podía hablar y al mismo tiempo hubiese querido poder hacerlo para descargar una culpa que aunque aceptada voluntariamente me acompañó durante muchos años haciéndome sentir mal.
Con 8 años ¿cuantas niñas de mi época leían fotonovelas? Nunca me preocupe por saberlo, ese era un secreto que compartía con mi hermana y sus amigas que siempre que venían a casa, me hacían preguntas sobre lo que no entendían cuando las leían.
Mi hermana mayor estaba en plena adolescencia y en la Asociación de Sordos se reunían todos los días de fiesta, para relacionarse la mayoría de los jóvenes que ya habían dejado el colegio de la Purísima, y que se dedicaban a trabajar en oficios en su mayoría manuales. El nexo que existía entre ellos además de la sordera era que casi todos se conocían desde pequeños. Habían pasado muchos años juntos en el único colegio para sordos de la ciudad. Durante la escolarización siempre estuvieron separados por sexos y por una gran verja metálica custodiada por las monjas como carceleros para que no tuviesen contacto.
Ahora ya eran libres de los horarios y reglas de un colegio, que algunos recordaban y recuerdan, como un castigo mas que como una parte necesaria en su educación. Cumpliendo la edad reglamentaria les habia llegado el momento de ser libres y solo querían disfrutar de la vida. Preparaban todo tipo de actividades, hacían excursiones, reuniones lúdicas, comidas con motivo de actos señalados o se servían de una simple excusa pasar el mayor número de horas juntos.
Mi hermana trabajaba cosiendo la mayor parte del día y era una apasionada de las fotonovelas. Con 16 años se conocía a todos los personajes que salían en ellas y encauzaba el argumento más que por los diálogos, por los gestos de los rostros en cada fotograma. Unas veces acertaba y otras veces no.
Yo solo tenía 8 años pero era la persona más cercana a ella en edad y en complicidad. Todos decían que era muy madura para mi edad y ahora en la distancia yo también lo creo.
Las dos teníamos un secreto que nos hacia cómplices: la lectura de las novelas rosa de Corin Tellado que nos hicieron compartir muchas noches a lo largo de meses y meses. Las circunstancias en las que se dio lectura a las fotonovelas eran muy distintas. En mi casa este era el modo en que ella iba leyendo y aprendiendo el significado de palabras y acciones que entonces eran tabú y que nadie les explicaba porque no lo creían oportuno o no estaba bien visto.
Muchos han pensado siempre: ¡vaya lectura cutre! Yo no era más que una niña pero defendía su lectura porque estaba implicada en ella. Tenía que saber de que iba el argumento si quería responder a las preguntas con las que me bombardeaban continuamente la pandilla de chicas sordas que se reunían en mi casa esperando a que yo llegase del colegio.
Al principio empezaron por estar las chicas sordas por un lado donde hablaban de sus cosas y lo chicos sordos por otro donde hacían otro tanto. El tiempo fue pasando y se fueron emparejando y compartiendo conocimientos, al mismo tiempo que sus gustos fueron cambiando.
Fue entonces cuando las novelas pasaron a un segundo plano. Les llego el momento de vivir en primera persona lo que tantas veces habían visto sobre el papel y se dieron cuenta de que la vida tiene problemas reales que no son tan fáciles de resolver como lo son en los finales del papel rosa que en su mayoría acababa como en los cuentos: “y fueron felices y comieron perdices”
Cuando empecé el bachillerato, mi secreto me martirizaba, sobre todo, en la clase de lengua y literatura. Afortunadamente nunca dije ni una palabra sobre estas lecturas paralelas y mi cara era de póquer cuando hacían comparaciones sobre lo que era conveniente o no leer me mantuvo al margen de cualquier sospecha. Si la profesora lo hubiese sabido me habría expulsado de su asignatura sin ningún miramiento.
Lo que entonces y también ahora muchos consideran lecturas basura enseñaron a muchas chicas sordas a tomar interés por la lectura y su significado, a preguntar lo que no entendían y a descubrir un mundo del que nadie les habia hablado antes ni les habló despues de tener sus primeras experiencias. Eran folletines empalagosos y con personajes tan guapos, que parecían irreales como los que vemos ahora en el cine y nos cruzamos muy escasamente por la calle.
Pero sobre todo porque entonces ocupaban el escaso tiempo libre de muchas mujeres que permanecían en casa y que se hacían cargo de la intendencia y del cuidado familiar pero que sabían leer lo justo y elegían este tipo de lectura porque sus argumentos eran de fácil comprensión.
Mi hermana y su pandilla también habían leído cuentos y tebeos pero ya se consideraban adultas para seguir con lo que les parecía cosa de niños. Para ellas dejar el colegio y trabajar las convertía directamente en adultas.
Al avanzar en mis estudios alternaba estas lecturas clandestinas con las lecturas obligatorias: las novelas ejemplares y el Quijote de Cervantes, el Lazarillo de Tormes, o Réquiem por un campesino español de Ramón J. Sender, las poesías y la métrica, etc. Todo lo que entonces era obligatorio si querías aprobar la asignatura correspondiente. También me toco la época de las clases de latín en las que traducíamos pasajes de la Iliada y la Odisea entre otros.
Si amas la lectura, la cuestión es empezar y la educación progresiva que se recibe te va indicando caminos distintos, si cursas estudios a través de la lectura obligada de libros de las asignaturas correspondientes vas experimentando cambios y tus gustos también varían. Poco a poco vas sustituyendo las lecturas insustanciales por otras más elaboradas y provechosas.
Cuanto más lees mas aprendes a leer y para querer leer es bueno que te atraiga su lectura, o que esta te resulte de fácil comprensión como sucede con los cuentos cuando eres niño o sobre lecturas visuales como en el caso de una base poco sólida. En el mundo del sordo la información entra por los ojos.
Mi padre era un gran lector y sabíamos que los folletines no eran de su agrado. Pero como ocurre cuando algo se censura es que te apetece todavía más. Siempre teníamos sobre la mesilla de la habitación la lectura permitida y guardada debajo del colchón la lectura prohibida. Al ser tres chicas en nuestra habitación los hombres no entraban para nada. Nosotras hacíamos la limpieza completa y su escondite era perfecto lo que nos daba una tranquilidad absoluta.
Por la noche cuando nos íbamos a la cama, Ángeles, la pequeña, que no sabia muy bien de que iba el tema se dormía enseguida; esta era la señal para cambiarme de cama. Para que no se viese luz en la habitación colocábamos las sabanas y las mantas a modo de iglú, despues iluminábamos las páginas de la novela con una linterna.
En verano, el truco estaba en meterse bajo de la cama. Teníamos unas camas antiguas con patas y somieres muy altos en los que cabíamos perfectamente sin levantar ninguna sospecha. Cuando dábamos por finalizada la lectura me acostaba en mi cama en la que dormíamos las dos pequeñas; pero en el invierno después de apagar la luz me quedaba, en la de mi hermana mayor, porque en la habitación hacia mucho frío. Las dos seguíamos compartiendo el calor de la cama que transmitía la bolsa de agua caliente. Mientras esperábamos el sueño, llegaba el momento en el que ella me hacia preguntas relacionadas con el argumento:
¿Tú crees que el moreno volverá con la novia?
Me ponía la mano en la cabeza y yo la movía de arriba-abajo o de derecha a izquierda o le cogia la mano y la colocaba en mi hombro haciendo el gesto de encogerlos. Casi siempre usaba palabras que yo pudiese contestar con monosílabos. Cuando no se daba cuenta y subía el tono de voz; yo le buscaba la cara y le cerraba la boca o con la palma de la mano o sujetando los labios con el índice y pulgar. Entonces se callaba porque sabia que era un aviso de que nos podían descubrir o de que mis padres habían avisado para que dejáramos la charla.
La ceremonia del cambio de fotonovelas se hacía rotando de mano en mano entre las amigas y cuando todas las habían leído cada cual buscaba se quedaba con las suyas e iba a cambiarlas por otras. Rara vez elegíamos las mismas cuando hacíamos los cambios en la tienda. El problema era que la vendedora si podía te daba las más viejas, nos veía fáciles de camelar pero pronto aprendimos a decir que no cambiábamos ninguna y nos íbamos. También ella aprendió pronto que no era tan fácil engañarnos y al momento intentaba hacernos cambiar de idea con un: - Espera, espera que veo aquí, que igual os van estas.
Con su marido sucedía todo lo contrario. Como es lógico después de un tiempo siempre íbamos por la tarde a cambiar las revistas cuando el vendedor estaba solo. Lo tenían muy bien organizado en montones: nuevo, seminuevo, viejo y tipos de lectura. Habia incluso habia un apartado de desastres que no se podían cambiar pero que si todavía se podían leer, a veces, te dejaba elegir una gratis.
Yo era la que hablaba pero el miraba embobado a mi hermana que era una mujer guapísima y en cuanto sabían que era sorda no tenían palabras:
- ¡Que cara de lista tiene…y que guapa! ¿Pobre que sea sorda verdad?
Y ella que efectivamente era y es muy lista hacia como que no se enteraba aunque habia leído en sus labios todo lo que habia dicho y mantenía una sonrisa inocente y sin despegar los labios.
Años mas tarde cayó en mis manos el libro: L’ART DE LIRE” de Emile Faguet 1911. Me senté y no lo deje hasta terminar su lectura.
Una de sus frases mas conocidas: “l’art de lire, c’est l’art de penser avec un peu d’aide” me hizo pensar en mi comportamiento en años precedentes.
A partir de entonces mi secreto dejo de ser una carga y se convirtió en una anécdota.
Quizás no esté en lo cierto, pero la curiosidad por seguir aprendiendo cada día aunque sea de forma desigual ha sido siempre mi motor y me ha permitido que algún deseo se convierta en realidad al compartir lo poco que sé…
De aquellas mujeres sordas decir :que muchas se casaron, fueron madres y ya son abuelas que se han pasado la vida luchando por llevar una vida normal en todos los aspectos y que en la actualidad comparten con sus nietos la fantasía de los cuentos y también la de las nuevas tecnologías como lo hace mi hermana Pilar.
©Escrito por Camelia
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