ELÍAS (1) |
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por Rodrigo Riera Elena |
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Hoy fue un día feliz, sólo rutina
Mario Benedetti |
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Hoy es un día como otro cualquiera, no hace ni frío ni calor, ni llueve ni abrasa el sol y el viento acaricia los árboles en forma de brisa intermitente. Elías se encuentra al volante del autobús que conduce desde hace más de treinta años, rastreando el mismo recorrido, de lunes a viernes. Los pueblos del trayecto van pasando al mismo orden, con las mismas casas pintadas de blanco y tejado rojo, con las mismas calles asfaltadas y señales de tráfico. En todos estos años, Elías es incapaz de recordar ninguna anécdota que le haya sucedido. Siempre recoge a la misma gente, que le saluda de forma mecánica todos los días, de lunes a viernes. Siempre que sube un pasajero lo saluda con un buenos días y, a continuación, le da el recibo del billete. En la caja siempre ordena las monedas de izquierda a derecha según su valor pecuniario y los billetes se los guarda en el bolsillo de la camisa. Siempre ha conducido el mismo autobús, fiel compañero de viaje y del que conoce todos sus entresijos. A lo largo de los años, los pasajeros han considerado al autobús como una parte más de su vida y se acomodan en los mismos asientos, de lunes a viernes. Los más jóvenes se sientan en las últimas filas porque quieren seguir la costumbre que adquieren en las excursiones. Los treintañeros se colocan en las filas del medio, para poder salir antes porque tienen prisa por llegar a su trabajo. Los pasajeros de mayor edad en las primeras filas para poder hablar con Elías. Durante el trayecto todo el autocar vive en una armonía monótona que resulta embriagadora para los pasajeros, los jóvenes hablan en voz alta en la parte de atrás. Los treintañeros permanecen en silencio y se refugian en los periódicos o libros. Los ancianos entablan conversaciones triviales y, en ocasiones, establecen conclusiones dogmáticas para atajar algunos temas. La vida de Elías está determinada por su trabajo, se acuesta a las diez de la noche, duerme ocho horas, se levanta a las seis, se ducha, se afeita y sale a las seis y veinte minutos, a tiempo de tomarse un desayuno en el bar de la estación. A las siete en punto comienza su itinerario diario de los últimos treinta años, de lunes a viernes. Después de acabar su turno de trabajo a las tres de la tarde aprovecha para comer un menú barato en un bar cercano a la estación, de lunes a viernes. Después de comer, compra el periódico y se acuesta en su sillón a leerlo mientras oye la televisión. Cuando acaba de leer el periódico aprovecha para bajar al bar y juega una partida de dominó con sus tres amigos, de lunes a viernes. Pide siempre la misma bebida y se sienta siempre en la misma silla de la misma mesa, de lunes a viernes. Después regresa a su casa, se prepara la cena y se apoltrona en el sofá para engullir los programas de televisión, de lunes a viernes. Espera sentado en el sillón hasta que llega su mujer del trabajo para dejarle hecha la cena y darle un beso de buenas noches, y luego se retira a dormir. Todo esto ocurre de lunes a viernes. Elías se considera un hombre medianamente feliz y sin deudas, con un piso y un coche. La relación con su mujer es cordial, sin discusiones ni altibajos. Todo esto ocurre de lunes a viernes. Toda su vida transcurre por el cauce establecido y nada se sale de lo cotidiano, de lunes a viernes.
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Rodrigo Riera Elena |
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