En desuso

Pilar Galindo Salmerón

 

He perdido la cuenta del tiempo que llevo aquí, arrumbado como un trasto inútil. Nadie se acuerda de mí, nadie me necesita ya.

Cómo añoro ese tiempo en que no paraba quieto, en que iba de mano en mano sin un momento de descanso. Porque ellas sí se turnaban para utilizarme, pero para mí no había recambios. Es decir, si que los había, pero ninguno tenía mi acople, mi dureza, mi precisión. La chica rebuscaba en los cajoncillos, ¿dónde está el plateado?, lo tengo yo, -decía doña Angustias con un regusto de culpa-, pero enseguida acabo. Así que pasaba de una camisa a unas sayas, al bajo de un pantalón, o a lo que más ponía a prueba mi destreza: sujetar un botón.

Si me quejaba, era por darme importancia;  bien distraído que estaba pasando del balcón, cuando el sol estaba en todo lo alto, al porche del patio, en el que nos alumbraba  la claridad de la tarde, para terminar en la penumbra de la salita, donde la lámpara de flexo se adaptaba a las necesidades de la costurera.  Y además, que aunque me costara sudores dejar siempre bien alto mi pabellón, la satisfacción de ser el mejor, el predilecto, colmaba todas mis expectativas.

Recuerdo los preparativos de la Primera Comunión de la niña ¡Qué no parar, señor!  Qué de puntillas ayudé a sujetar, cuántas vainicas, y dobladillos, y volantes…

Y qué orgulloso me sentí cuando la chica, a pesar de la heridilla, ese minúsculo poro  que se abrió en mi mitad, a causa de la ardua tarea a que estaba sometido, siguió prefiriéndome, rebuscando siempre en el costurero hasta dar conmigo. Pero si hasta estuvo un rato tirada por el suelo, mirando en todos los rincones,  la vez aquella  que rodé hasta debajo del sofá… Con que alegría me recogió y qué alivio sentí al volver a estar de nuevo en mi lugar.

¡Cuánto cariño entre esa muchacha y yo! ¡Qué placer me causaba el roce de su piel suave y tierna! Cómo cuidaba de no tocar la zona dañada, para no ahondar en la herida.

Pero de eso hace ya mucho tiempo, tanto que a veces pienso si serán recuerdos estos que cuento, o los habré ido inventando para entretenerme. No importa, sean reales o ficticios, son muy hermosos.

 

Pero calla, veo una rendija de luz, alguien ha abierto el cajón, ahora sacan el costurero, ¡que prisas! , con tanto vaivén voy de un extremo a otro de la caja .Alguien rebusca, debe ser ella que ha vuelto y me necesita de nuevo, quizá alguna nietecita que hará la Primera Comunión…

Pero no, sólo buscaban un imperdible, hace mucho que nadie da una puntada en esta casa.

Y los imperdibles, ya se sabe, igual sirven para un roto que para un descosido

 

 
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