He perdido
la cuenta del tiempo que llevo aquí, arrumbado como un trasto
inútil. Nadie se acuerda de mí, nadie me necesita ya.
Cómo añoro
ese tiempo en que no paraba quieto, en que iba de mano en mano
sin un momento de descanso. Porque ellas sí se turnaban para
utilizarme, pero para mí no había recambios. Es decir, si que
los había, pero ninguno tenía mi acople, mi dureza, mi
precisión. La chica rebuscaba en los cajoncillos, ¿dónde está el
plateado?, lo tengo yo, -decía doña Angustias con un regusto de
culpa-, pero enseguida acabo. Así que pasaba de una camisa a
unas sayas, al bajo de un pantalón, o a lo que más ponía a
prueba mi destreza: sujetar un botón.
Si me
quejaba, era por darme importancia; bien distraído que estaba
pasando del balcón, cuando el sol estaba en todo lo alto, al
porche del patio, en el que nos alumbraba la claridad de la
tarde, para terminar en la penumbra de la salita, donde la
lámpara de flexo se adaptaba a las necesidades de la costurera.
Y además, que aunque me costara sudores dejar siempre bien alto
mi pabellón, la satisfacción de ser el mejor, el predilecto,
colmaba todas mis expectativas.
Recuerdo los
preparativos de la Primera Comunión de la niña ¡Qué no parar,
señor! Qué de puntillas ayudé a sujetar, cuántas vainicas, y
dobladillos, y volantes…
Y qué
orgulloso me sentí cuando la chica, a pesar de la heridilla, ese
minúsculo poro que se abrió en mi mitad, a causa de la ardua
tarea a que estaba sometido, siguió prefiriéndome, rebuscando
siempre en el costurero hasta dar conmigo. Pero si hasta estuvo
un rato tirada por el suelo, mirando en todos los rincones, la
vez aquella que rodé hasta debajo del sofá… Con que alegría me
recogió y qué alivio sentí al volver a estar de nuevo en mi
lugar.
¡Cuánto
cariño entre esa muchacha y yo! ¡Qué placer me causaba el roce
de su piel suave y tierna! Cómo cuidaba de no tocar la zona
dañada, para no ahondar en la herida.
Pero de eso
hace ya mucho tiempo, tanto que a veces pienso si serán
recuerdos estos que cuento, o los habré ido inventando para
entretenerme. No importa, sean reales o ficticios, son muy
hermosos.
Pero calla,
veo una rendija de luz, alguien ha abierto el cajón, ahora sacan
el costurero, ¡que prisas! , con tanto vaivén voy de un extremo
a otro de la caja .Alguien rebusca, debe ser ella que ha vuelto
y me necesita de nuevo, quizá alguna nietecita que hará la
Primera Comunión…
Pero no,
sólo buscaban un imperdible, hace mucho que nadie da una puntada
en esta casa.
Y los
imperdibles, ya se sabe, igual sirven para un roto que para un
descosido
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