FOTOGRAFÍA DEL PASADO

 Carmen Crespo Ruiz

 
La ventana quedó abierta, como todas las mañanas, me acerqué a mirar como el mundo empalidecía en mi ausencia, como los niños dejaban de jugar para empezar a manejar sus vidas conforme a decisiones demasiado tempranas.

Llevaba tres años intentando hacer una foto a aquel espectáculo de la naturaleza, pero inconformes pasaban los días prohibiéndome hacerlo. Nunca había una luz adecuada, ni un paisaje lo suficientemente bello para ser retratado.

Siempre encontraba pegas aquella decisión, siempre adornaba las excusas con retóricas, y jamás con realidad. Nunca era el momento.

Una ventana excelente, coloreada de visiones, de lágrimas evaporadas con el tiempo… gotas de lluvia condensadas que escribían que aún no se debía hacer aquella fotografía.

Dependiendo del temporal, del estado de ánimo, de las palabras… Como una prostituta dejándose el cuerpo en la tristeza.

Suaves y congelantes segundos pasaban lentos…preguntándose porqué aquella foto no se hacía. Porqué costaba tanto pensar, dominar la mente para todo aquello que queremos llevar a cabo.

No era el hecho de hacerla, si no el hecho de que aquella imagen dominaría mi vida desde el instante de saltar el flash.

Juré mandársela a Damián el día en el que nos despedimos, esa foto sería la confirmación de que seguía buscándolo, queriéndolo…pensando en él como pienso en sus últimos besos.

Sería como una carta escrita en colores, en versos imaginados entre sus curvas… cuando la viese, volvería a casa.

¿Quería yo, que regresara?

¿Y si no le gustaba¿ ¿Y si la malinterpretaba? ¿Y si…?

Siempre habrá miradas que lo digan todo, y secretos que no callen nada, pero nunca dejarán de ser la esencia que se doma con el tiempo...

Y aquello era lo que me faltaba, tiempo. Sentía asfixiarse cada pequeño minuto dentro de mi maldita cabeza, enturbiada por melancolía e impaciencia.

La mañana del doce de junio, levanté después de sueños incompletos que se extendían por mi mente tarareando recuerdos con el paladar, rizando las pestañas del pasado… y me dije a mí misma que debía hacer aquella fotografía.

Me aventuré a la ventana, de dónde venía brisa entrecortada y se abrazaba a mis pies, el viento humeante zozobraba por mis pulmones y la decisión se iba moldeando poco a poco.

Agarré la cámara con fuerza y coloqué la mirilla lo justo para que el árbol más lejano se consiguiese ver, até las cortinas a los lados de manera estratégica, y abrí de par en par las ventanas. Puse todo mi empeño y lancé el primer flash. No. Así no.

Volví a colocar las cortinas, y entorné las ventanas. … No, así no.

Saqué medio cuerpo, y la hice directamente al paisaje. No, demasiado preparada. Quería que fuese más natural, más esporádica…

Volví a hacer diez fotos más, pero ninguna me dejaba satisfecha.

Me sentía fracasada, estúpida por no ser capaz de hacer una mísera fotografía. Pero de ella dependía que Damián regresase. Él lo dijo.

Entonces, pensé en salir a dar un paseo. Quizás así se me aclararían las ideas.

Caminando por el parque divisé al fondo nuestro viejo banco…aquel en el que nos acurrucábamos a alimentarnos de silencio, en el que sofocábamos la angustia entre las manos… aún quedaba allí la inscripción que tantos años nos llevaba esperando.

Golpeé una piedra con el pie derecho y vi como se alejaba con rapidez…de la misma forma había desaparecido él de mi vida.

El servicio militar no era su vocación, pero sí su deber. Y yo quise acatarlo como pude, pero supe, en el fondo, que siempre odiaría aquel destino por haberme quitado todo lo que tenía sentido por ese entonces.

Tenía los labios pobres, íntimamente rotos por la delicadeza del rencor, de la pasión envuelta en llanto… Seguía hundida desde que se fue, el siete de agosto haría cuatro años.

Entretanto me paré a hablar con las sombras que decían a gritos que siguiese con mi vida, que me adelantase a las heridas y las cicatrizase antes de provocarlas.

No es que no pudiese, simplemente que no quería hacerlo. Creía que cuando me aventurase a hacerlo, su aliento se perdería de mi boca.

Recordé sus últimas palabras entre suspiros…:

-        La última foto que esa cámara haga, será la que nos una de nuevo.

¿Qué quiso decir? No entendí nada, y lo peor era que seguía sin hacerlo cuatro años más tarde.

Como cuando de Kafka emanan los recuerdos de la educación de su padre, como cuando las palabras celestes brillan en cada párrafo de un gran artista. Así se sentían mis párpados al cerrarse cada anochecer sin haber sido capaz de buscarle.

Quizás por miedo a que ya no estuviese, a que la guerra se lo hubiese llevado lejos de mí. Más lejos. Tan lejos que ya no quedase a mi alcance…

Seca la saliva de tanto tragarla, me dispuse por fin, a hacer aquella estúpida fotografía.

Balanceé la cámara un poco… y… Nada. No conseguí hacer nada.

Apreté el puño con fuerza y llevé los nudillos hacia los cristales… con tal furia me destrocé la mano, tanto casi como mi alma.

Saltaron los trozos de vidrio por el suelo, llenándolo de frialdad, de bestialidad escrita en cada trozo diminuto.

No pude contenerme… todo me daba vueltas. ¿Qué me pasaba?

¿Es que acaso todo aquello que entrañaba un ápice de importancia me iba a ser imposible?

La sangré goteaba sin cesar, miré las rajas y me convencí a mí misma de que todo había acabado.

La inocencia de los primeros años, la espera, la ilusión… se habían evaporado, como lo hace la neblina después de llover. La luna cuando llega el amanecer.

-        La última foto que esa cámara haga, será la que nos una de nuevo.

 Cavilaba súbitamente por mis pensamientos… ¿Qué quería que yo descifrase?

Pero ya daba igual, ¿Qué me devolvería una foto? ¿El recuerdo?  …Bah…

Quise despertar de aquel terrible sueño y encontrarlo junto a mi almohada soñando letras de caminos que se cruzaban con mis pasos.

Quise tantas cosas…

Puse la radio intentando evadirme de la situación y a los cinco minutos empezó a sonar aquella canción… Sentí encogerse las entrañas con tanta fuerza que las ganas de devolver se me hicieron imparables. Me temblaban las manos y los labios parpadeaban inconscientes.

Una vez más, el destino ejercía papel indiscutible en mi estado anímico, ferozmente cíclico.

Blasfemé sobre toda verdad que se diluía en mi propia existencia. Dejándome la voz en gritos que podían ser oídos quince kilómetros a la redonda.

La ronquera batallaba con la garganta, succionando la poca estima que aún almacenaba…

Palpé la radio y disminuí el volumen. No podía más.

Pasaron semanas hasta que me noté más recuperada, con la cabeza alta y el orgullo por los suelos, llegué a preguntar por el paradero de Damián.

Empecé a ver al personal revolotear por la oficina, inseguros y algo agitados. No quise ponerme nerviosa, pero así fue. Moví las piernas y los dedos se resbalaban por mis rodillas.

El caballero de mi izquierda me preguntó qué me pasaba, yo negué con la cabeza. Demasiado pendiente del hombre que llevaba entre las manos el sobre de mi desidia, o felicidad. En instantes…en segundos… nunca el tiempo se me había exprimido tanto en las neuronas, en la mirada, en la cabeza… en el corazón.

Sucede a veces que en las caras reflejamos todo lo que no podemos ocultar, que las transparencias del alma son fáciles de tapar en palabras, difíciles de negar en los ojos.

El rostro del oficinista llevaba todo pintado… la angustia de no saber cómo decirme algo… que con dolor ya se evidenciaba.

Desahogué su compromiso, y cogí el sobre pidiéndole callar. Yo lo leería a solas en mi casa.

Salí de allí corriendo, sabiendo que finalmente, al abrir el sobre que llevaba entre los brazos, mis esperanzas se esfumarían junto al humo del tabaco.

Descargué el ácido que guardaban mis lágrimas en el trayecto… e inspiré.

Giré la llave, y abrí la puerta.

Era el momento…

Al entrar algo entorpeció mi vista, se oscureció lo que me rodeaba, y sentí manos aprisionándome alrededor de la cara. Me dio la vuelta y me besó. El susto me había dejado paralizada, y para cuando abrí los ojos un flash le dejaba al descubierto. Era él. 

-        La última foto que esa cámara haga, será la que nos una de nuevo.

Lo abracé, y sentí como sus palabras habían sido demasiadas, para todo lo que mis fantasías pintaban cada noche, en esos cuatro espesos años… Ahora tenía su olor envolviéndome una vez más…

El sobre cayó entre sus pies y lo pisó con una sonrisa... entonces, juntos, nos paramos a mirar aquella foto… y me susurró:

-        ¿Nos ha unido de nuevo, no? …

 

 

 
 
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