La ventana quedó abierta, como todas las mañanas, me acerqué a mirar
como el mundo empalidecía en mi ausencia, como los niños dejaban de
jugar para empezar a manejar sus vidas conforme a decisiones
demasiado tempranas. Llevaba tres años intentando hacer una foto a
aquel espectáculo de la naturaleza, pero inconformes pasaban los
días prohibiéndome hacerlo. Nunca había una luz adecuada, ni un
paisaje lo suficientemente bello para ser retratado.
Siempre encontraba pegas aquella decisión, siempre adornaba las
excusas con retóricas, y jamás con realidad. Nunca era el momento.
Una ventana excelente, coloreada de visiones, de lágrimas
evaporadas con el tiempo… gotas de lluvia condensadas que escribían
que aún no se debía hacer aquella fotografía.
Dependiendo del temporal, del estado de ánimo, de las palabras…
Como una prostituta dejándose el cuerpo en la tristeza.
Suaves y congelantes segundos pasaban lentos…preguntándose porqué
aquella foto no se hacía. Porqué costaba tanto pensar, dominar la
mente para todo aquello que queremos llevar a cabo.
No era el hecho de hacerla, si no el hecho de que aquella imagen
dominaría mi vida desde el instante de saltar el flash.
Juré mandársela a Damián el día en el que nos despedimos, esa
foto sería la confirmación de que seguía buscándolo,
queriéndolo…pensando en él como pienso en sus últimos besos.
Sería como una carta escrita en colores, en versos imaginados
entre sus curvas… cuando la viese, volvería a casa.
¿Quería yo, que regresara?
¿Y si no le gustaba¿ ¿Y si la malinterpretaba? ¿Y si…?
Siempre habrá miradas que lo digan todo, y secretos que no callen
nada, pero nunca dejarán de ser la esencia que se doma con el
tiempo...
Y aquello era lo que me faltaba, tiempo. Sentía asfixiarse cada
pequeño minuto dentro de mi maldita cabeza, enturbiada por
melancolía e impaciencia.
La mañana del doce de junio, levanté después de sueños
incompletos que se extendían por mi mente tarareando recuerdos con
el paladar, rizando las pestañas del pasado… y me dije a mí misma
que debía hacer aquella fotografía.
Me aventuré a la ventana, de dónde venía brisa entrecortada y se
abrazaba a mis pies, el viento humeante zozobraba por mis pulmones y
la decisión se iba moldeando poco a poco.
Agarré la cámara con fuerza y coloqué la mirilla lo justo para
que el árbol más lejano se consiguiese ver, até las cortinas a los
lados de manera estratégica, y abrí de par en par las ventanas. Puse
todo mi empeño y lancé el primer flash. No. Así no.
Volví a colocar las cortinas, y entorné las ventanas. … No, así
no.
Saqué medio cuerpo, y la hice directamente al paisaje. No,
demasiado preparada. Quería que fuese más natural, más esporádica…
Volví a hacer diez fotos más, pero ninguna me dejaba satisfecha.
Me sentía fracasada, estúpida por no ser capaz de hacer una
mísera fotografía. Pero de ella dependía que Damián regresase. Él lo
dijo.
Entonces, pensé en salir a dar un paseo. Quizás así se me
aclararían las ideas.
Caminando por el parque divisé al fondo nuestro viejo banco…aquel
en el que nos acurrucábamos a alimentarnos de silencio, en el que
sofocábamos la angustia entre las manos… aún quedaba allí la
inscripción que tantos años nos llevaba esperando.
Golpeé una piedra con el pie derecho y vi como se alejaba con
rapidez…de la misma forma había desaparecido él de mi vida.
El servicio militar no era su vocación, pero sí su deber. Y yo
quise acatarlo como pude, pero supe, en el fondo, que siempre
odiaría aquel destino por haberme quitado todo lo que tenía sentido
por ese entonces.
Tenía los labios pobres, íntimamente rotos por la delicadeza del
rencor, de la pasión envuelta en llanto… Seguía hundida desde que se
fue, el siete de agosto haría cuatro años.
Entretanto me paré a hablar con las sombras que decían a gritos
que siguiese con mi vida, que me adelantase a las heridas y las
cicatrizase antes de provocarlas.
No es que no pudiese, simplemente que no quería hacerlo. Creía
que cuando me aventurase a hacerlo, su aliento se perdería de mi
boca.
Recordé sus últimas palabras entre suspiros…:
-
La última foto que esa cámara haga, será la que nos una de
nuevo.
¿Qué quiso decir? No entendí nada, y lo peor era que seguía sin
hacerlo cuatro años más tarde.
Como cuando de Kafka emanan los recuerdos de la educación de su
padre, como cuando las palabras celestes brillan en cada párrafo de
un gran artista. Así se sentían mis párpados al cerrarse cada
anochecer sin haber sido capaz de buscarle.
Quizás por miedo a que ya no estuviese, a que la guerra se lo
hubiese llevado lejos de mí. Más lejos. Tan lejos que ya no quedase
a mi alcance…
Seca la saliva de tanto tragarla, me dispuse por fin, a hacer
aquella estúpida fotografía.
Balanceé la cámara un poco… y… Nada. No conseguí hacer nada.
Apreté el puño con fuerza y llevé los nudillos hacia los
cristales… con tal furia me destrocé la mano, tanto casi como mi
alma.
Saltaron los trozos de vidrio por el suelo, llenándolo de
frialdad, de bestialidad escrita en cada trozo diminuto.
No pude contenerme… todo me daba vueltas. ¿Qué me pasaba?
¿Es que acaso todo aquello que entrañaba un ápice de importancia
me iba a ser imposible?
La sangré goteaba sin cesar, miré las rajas y me convencí a mí
misma de que todo había acabado.
La inocencia de los primeros años, la espera, la ilusión… se
habían evaporado, como lo hace la neblina después de llover. La luna
cuando llega el amanecer.
-
La última foto que esa cámara haga, será la que nos una de
nuevo.
Cavilaba súbitamente por mis pensamientos… ¿Qué quería que yo
descifrase?
Pero ya daba igual, ¿Qué me devolvería una foto? ¿El recuerdo? …Bah…
Quise despertar de aquel terrible sueño y encontrarlo junto a mi
almohada soñando letras de caminos que se cruzaban con mis pasos.
Quise tantas cosas…
Puse la radio intentando evadirme de la situación y a los cinco
minutos empezó a sonar aquella canción… Sentí encogerse las entrañas
con tanta fuerza que las ganas de devolver se me hicieron
imparables. Me temblaban las manos y los labios parpadeaban
inconscientes.
Una vez más, el destino ejercía papel indiscutible en mi estado
anímico, ferozmente cíclico.
Blasfemé sobre toda verdad que se diluía en mi propia existencia.
Dejándome la voz en gritos que podían ser oídos quince kilómetros a
la redonda.
La ronquera batallaba con la garganta, succionando la poca estima
que aún almacenaba…
Palpé la radio y disminuí el volumen. No podía más.
Pasaron semanas hasta que me noté más recuperada, con la cabeza
alta y el orgullo por los suelos, llegué a preguntar por el paradero
de Damián.
Empecé a ver al personal revolotear por la oficina, inseguros y
algo agitados. No quise ponerme nerviosa, pero así fue. Moví las
piernas y los dedos se resbalaban por mis rodillas.
El caballero de mi izquierda me preguntó qué me pasaba, yo negué
con la cabeza. Demasiado pendiente del hombre que llevaba entre las
manos el sobre de mi desidia, o felicidad. En instantes…en segundos…
nunca el tiempo se me había exprimido tanto en las neuronas, en la
mirada, en la cabeza… en el corazón.
Sucede a veces que en las caras reflejamos todo lo que no podemos
ocultar, que las transparencias del alma son fáciles de tapar en
palabras, difíciles de negar en los ojos.
El rostro del oficinista llevaba todo pintado… la angustia de no
saber cómo decirme algo… que con dolor ya se evidenciaba.
Desahogué su compromiso, y cogí el sobre pidiéndole callar. Yo lo
leería a solas en mi casa.
Salí de allí corriendo, sabiendo que finalmente, al abrir el
sobre que llevaba entre los brazos, mis esperanzas se esfumarían
junto al humo del tabaco.
Descargué el ácido que guardaban mis lágrimas en el trayecto… e
inspiré.
Giré la llave, y abrí la puerta.
Era el momento…
Al entrar algo entorpeció mi vista, se oscureció lo que me
rodeaba, y sentí manos aprisionándome alrededor de la cara. Me dio
la vuelta y me besó. El susto me había dejado paralizada, y para
cuando abrí los ojos un flash le dejaba al descubierto. Era él.
-
La última foto que esa cámara haga, será la que nos una de
nuevo.
Lo abracé, y sentí como sus palabras habían sido demasiadas, para
todo lo que mis fantasías pintaban cada noche, en esos cuatro
espesos años… Ahora tenía su olor envolviéndome una vez más…
El sobre cayó entre sus pies y lo pisó con una sonrisa...
entonces, juntos, nos paramos a mirar aquella foto… y me susurró:
-
¿Nos ha unido de nuevo, no? …
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